Reportaje

Los vinos heroicos de la Catalunya Nord

En la Costa Roja elaboran vinos dulces de prestigio y vinos secos impregnados de mar

Trabajadores hacen la vendimia en los viñedos de frente al mar de la Costa Roja.
16/05/2024
5 min

Banyuls de la MarendaEs al día siguiente de las elecciones en Cataluña y la Cataluña Norte se despierta con un solo rutilante. Se han convertido en escenario accidental de la campaña electoral. “Ayer estuve en la comparecencia del presidente Puigdemont”, explica un vecino de Banyuls de la Marenda. “Ponía cara de cansado”, afirma. Todo el mundo se muestra asombrado de la capacidad de movilización que ha habido durante todos estos días. Me cuentan que existe una empresa de eventos que es la que organiza todos los mítines. Que a Carles Puigdemont también le gusta seguir el USAP, el club de rugby de Perpiñán, que ha hecho encuentros en bodegas y que sabe bastante de vinos. No sé cuánto tiempo estará, pero aquí saber de vinos es fundamental.

En la Costa Roja el vino es parte del paisaje. Difícilmente se pueden encontrar viñedos más cerca del mar que estos. Producen el vino de Banyuls, un vino dulce de alta calidad y de mucho prestigio. Y vinos secos, los de Colliure, que están disfrutando de mayor éxito comercial. Las producciones son pequeñas a la fuerza. Aunque estén frente al mar, el terreno es montañoso: suelos de pizarra, colinas y más colinas que se ríen de la tecnología. Aquí todo debe hacerse a mano a la fuerza. La vendimia se hace con una cesta en la espalda donde se llegan a cargar hasta 70 kilos de uva. Artesanía extrema. Los viñedos están escalonados con márgenes hechos de piedra seca. Los esquistos de pizarra apilados son muy sólidos y su función es frenar la potencia del agua cuando llueve y drenarla. Al igual que los muros del Empordà. Han calculado que en la región hay 6.000 km de márgenes de piedra. Pero la potencia del agua cuando llueve aquí es demasiado fuerte. Si la dejaran hacer, se llevaría todo el suelo cresta abajo. Así que en la Catalunya Nord tienen una particularidad única: una construcción que se llama pie de gallo. Es una canalización hecha con la misma pizarra que combina unas vías en diagonal y otras rectas que dibujan sobre el viñedo una especie de pata de gallo que se lleva el agua como si fuera un torrente.

El pie de gallo en un viñedo de Banyuls de la Marenda
El viñedo de Banyuls de la Marenda

Trabajar en estos viñedos es duro, muy duro. Puede hacer mucho viento o mucho sol. Según la enóloga Aurélie Mercier, de la bodega Les Clos de Paulilles, sus trabajadores “son unos auténticos guerreros”. No todo el mundo aguanta una vendimia aquí. Además, hay que tener presente que en los viñedos viejos, los que se plantaron después de la filoxera, las cepas están mezcladas, de modo que hay varias variedades a la vez y la vendimia debe realizarse en varias fases.

Tan cerca y tan lejos

Pasean por el viñedo Pierre Becque, abogado, exalcalde de Banyuls y propietario de viñedo hasta hace poco. Pierre explica que en esta región de la Cataluña Norte todo el mundo ha tenido históricamente dos trabajos. Eran la pesca y el viñedo, que debían compaginar si querían un plato en la mesa. Luego se sumó el turismo. Afirma que este territorio se nutrió de muchos catalanes del Empordà: de Colera, Port de la Selva o Llançà. Muchos acudieron por razones políticas y otros porque estaba la escuela gratuita y la posibilidad de vivir un poco mejor. De hecho, Pierre creó la asociación Albera Sin Frontera, que ha batallado para volver a abrir el paso entre Banyuls y Espolla cerrado unilateralmente por gobierno francés de Emmanuel Macron y que impedía el movimiento natural de los catalanes a ambos lados.

Pierre es hombre de viñedo y, por tanto, no se sabe estar quieto. Va hablando y mueve una piedra, después se agacha y arranca una maleza. Los viñedos ya no son suyos, se ha jubilado y los ha vendido conjuntamente con su bodega a Romuald Peronne, un joven elaborador que se ha puesto al frente de la asociación Les Vignerons sur Mer, que gestiona las denominaciones de origen de los vinos hechos en Collioure, Banyuls de Marenda, Portvendres y Cervera de Marenda.

Viñedos sobre el mar de la Costa Roja

Pierre habla un catalán perfecto pero Romuald ya no. Cuenta que él es de Perpiñán, que sus padres hablan catalán y que él "lo entiende todo". Topamos con una norcatalana de la edad del Romuald; él le pregunta maravillado cómo habla catalán tan bien. Sus padres no le enseñaron aunque le hablaban, pero ella lo aprendió ya de mayor a través de cursos de Òmnium Cultural para poder venir a estudiar a la universidad en Barcelona.

A la zona, además, cada vez llegan más personas de otras regiones vitivinícolas de Francia interesados ​​en sus vinos, ya que presentan unas condiciones únicas. Tienen un suelo rico, la salinidad del mar, el viento que evita enfermedades, altura para plantar la viña arriba si el cambio climático asedia, y una variabilidad muy grande en muy poco espacio. Sólo hay que saber hacia dónde orientar el viñedo para obtener un resultado radicalmente diferente de la colina de al lado. Pero sobre todo tienen una variedad que en ninguna parte más la hay con tanta concentración: ellos la llaman garnacha gris, en Catalunya la llamaríamos garnacha roja o almez rojo en el caso del Empordà. Es el interés por esta variedad lo que ha llevado a Grégory Sargento, de la bodega Clos du Jas, de las Côtes du Rhône, a buscar un viñedo para comprar en la Costa Roja y ponerse a hacer vinos allí. Algo que hace ilusión al colectivo de Les Vignerons sur Mer, porque es una persona reconocida en el sector y les dará aún más prestigio.

La mayoría de vino no llega a salir del pueblo

Pero los recién llegados conviven con las familias que cultivaron la tierra durante generaciones. Es el caso de Clémentine Herre, que es la quinta generación que gestiona la bodega Domaine Tambour. Antes lo hacía su padre, Rémy Herre, que ya se ha jubilado. Pasa una parte del año en Tailandia, pero vuelve siempre por la vendimia para ponerse a las órdenes de su hija. Cuando el vino ya está en la bodega, vuelve a ir hacia Asia. Clémentine sabía desde pequeña que quería dedicarse a hacer vino. Cuando tenía 14 años su padre recibió una oferta para comprarles el viñedo y la bodega. Rémy le preguntó qué tenía que hacer y Clémentine lo tuvo claro: de vender, nada. El negocio (y el sacrificio) sería para ella.

Clémentine, aparte, también es concejala en el Ayuntamiento de Banyuls y es una de las personas que más creen en el enoturismo. El colectivo está creado por 50 bodegas y 3 cooperativas. Estas tres mueven el mayor volumen, aunque aquí de mayor no hay nada. Los viñedos tienen un rendimiento discreto y, como todo debe hacerse manualmente y no van sobrados de agua, no es fácil aumentar su producción. Es toda una heroicidad. Sin embargo, los vinos que salen, los dulces de Banyuls y los secos de Collioure, son tan buenos que la mayoría no llegan a salir del pueblo para ser comercializados. Entre el 60% y el 70% de lo que se produce lo venden directamente las bodegas a las personas que las visitan. Es preciso tener presente que durante el verano estos pueblos reciben grandes cantidades de turistas y que para muchos franceses es habitual aprovechar el viaje y cargar el coche de cajas de vino. Por eso querrían que más catalanes del sur también descubrieran la riqueza de la región y demostrar que la artesanía ligada a la singularidad es el mejor pasaporte para el futuro. Por cierto, un buen momento para ir es el segundo domingo de octubre, cuando todo el pueblo celebra con carne a la brasa en la playa de Banyuls que por fin ha terminado la vendimia.

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