MadridHay una frase que suena a menudo en el contexto de nuestra familia extensa, y que nos pone especialmente nerviosos: "¿A esto es a lo que lo habéis acostumbrado?" Aparece como un trueno cuando nuestra hija mayor tiene algún comportamiento considerado disruptivo, molesto o demasiado intenso. Realmente da igual lo que haya pasado, cuál haya sido el conflicto o el drama, la culpa siempre recae en nosotros, los padres –especialmente en la madre–, que, obviamente, no tenemos el control de la crianza.
Creo que no exagero si afirmo que nunca en la historia de la humanidad se nos ha exigido tanto a las familias y, al mismo tiempo, nunca hemos estado tan sólo. Todo el mundo parece saber siempre lo que deberíamos haber hecho o dejado de hacer para que esa niña o aquel niño que parece "descontrolado" se convierta en un ser humano perfecto. Las circunstancias personales, el contexto familiar y social, las dificultades materiales y económicas, la falta de conciliación o el individualismo parecen ser factores invisibles para otros en el contexto de la crianza.
Pero si hay algo que sucede aún más desapercibido que todo lo demás es el temperamento. Esto, en el que nadie piensa cuando emite un juicio, define enormemente cómo vive la familia la crianza: no sólo determina la dinámica familiar, sino que también vuelve más complejas las relaciones que se establecen con el entorno. ¿Cuánta incomprensión sienten los padres y madres ante las frases lapidarias de su entorno?
Danielle Dick, una psicóloga y genetista conocida por su investigación en el campo de la genética del comportamiento, ha llevado a cabo diversas investigaciones con el objetivo de comprender cómo los factores genéticos y ambientales moldean el temperamento y el carácter. En su libro El código del niño (Planeta) plantea que debemos aceptar desde el principio que algunos niños son más difíciles de criar debido a la variedad de temperamentos. Las características temperamentales, por sí mismas, no son buenas o malas, sino que, según explica, existen temperamentos claramente distintos en los que influye la genética, y cada uno de ellos presenta ventajas e inconvenientes en la crianza y la educación de las criaturas.
Adaptarse al temperamento
La Real Academia Española (RAE, para entendernos) define temperamento como "manera de ser o de reaccionar de las personas". Es decir, son aquellas características innatas e inherentes de una persona, presentes desde el nacimiento o incluso antes, que influyen en cómo la persona responde emocionalmente a distintas situaciones. El temperamento sería entonces la parte biológica de la personalidad, al pertenecer a la genética, y el carácter se referiría a la parte adquirida de la personalidad. Ésta sí está influenciada por las experiencias de vida, la educación y el entorno. Por tanto, la predisposición genética a ciertos rasgos de temperamento puede influir en la formación del carácter, pero no determina por completo cómo se desarrollará la personalidad de una persona. Por ejemplo, una niña con un temperamento más extrovertido puede tener una predisposición genética a gozar de las relaciones sociales, pero la forma en que aprenda a relacionarse y las experiencias transitadas a lo largo de su vida también contribuirán al desarrollo de su carácter.
Ni toda la responsabilidad es de la criatura, ni toda la responsabilidad es de su familia. De hecho, escribe Dick: "Ser buenos padres depende tanto del niño como de los padres". Esta afirmación, que pulveriza todas las teorías de crianza disponibles, descarga una parte del peso de las exigencias modernas que las familias sostienen, pero también aporta algo de luz para quienes quieren acompañar mejor a sus hijos: en la crianza todos juegan.
Es cierto que, por lo general, todos los bebés y niños tienen muchas cosas en común en cuanto a necesidades y comportamientos, pero cada bebé y cada niño es completamente único desde el momento de la concepción. Por eso no existe un manual de crianza que nos sirva siempre, para todos los niños y niñas, sino que cada uno requiere unas estrategias de crianza para satisfacer unas necesidades que son individuales. Un estudio publicado en Clínica y Salud (El temperamento infantil en el ámbito de la prevención primaria: relación con el cociente de desarrollo y su modificabilidad) destacaba en 2009 la importancia de considerar el temperamento de los hijos en el contexto de la crianza y sugiere que una crianza que reconozca el estilo temperamental del niño y se adapte a ella puede contribuir a su desarrollo óptimo y adaptativo. Vuelvo a Danielle Dick. "Tendrás que criar al niño según su código genético único", nos dice. Ahora sí: a eso es a lo que esperamos "haberla acostumbrado".