Salud

Del pediatra al médico de familia: ¿quién atiende a los adolescentes?

A medida que las criaturas se hacen mayores se dejan de hacer revisiones periódicas, lo que hace que los jóvenes que tienen más necesidades asistenciales puedan descolgarse

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Una chica de 17 años en una consulta con su médico asignado.

La adolescencia es una época de cambios. En todos los niveles. También en cuanto a la asistencia médica, ya que, en nuestro país, está previsto que la atención médica por parte del pediatra sea hasta los catorce años (aunque no existe ninguna ley que marque su obligación). A partir de esa edad, el referente de salud suele pasar a ser el médico de familia, las consultas de seguimiento no son tan habituales y las preocupaciones o afectaciones de salud de nuestros jóvenes también varían de acuerdo con su etapa vital.

Tal y como refiere Albert Planes, médico de familia y uno de los redactores del informe La atención a los menores de la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria (CAMFiC), los adolescentes, básicamente, acuden a la consulta por pequeñas contusiones, heridas o traumatismos causados ​​por la práctica deportiva, o con motivo de resfriados y gripes. "En plena adolescencia, los jóvenes están sanos y, normalmente, la necesidad que tienen de ir al médico es baja, afortunadamente", dice. Aparte de estos casos, las consultas que suelen realizar los jóvenes tienen que ver con su desarrollo y, sobre todo, están vinculadas a cuestiones sobre relaciones sexuales y sobre su sexualidad. “Tampoco es que sea una consulta muy usual ya veces les da cierta vergüenza, sobre todo si vienen acompañados. En estos casos, intentamos que nos hagan las consultas sin el acompañamiento de los padres, porque es cuando se explican mejor y están más tranquilos”, explica Planes.

Lo corroboran casos como el de Iván, que tiene diecisiete años (en mayo cumple los dieciocho). Hasta ahora sólo ha ido al médico por afectaciones leves, tales como erupciones en la piel o resfriados. Reconoce a Roser, su madre, que si tuviera que hablar con su médico sobre algún tema más íntimo o relacionado con la sexualidad se sentiría raro de tener que hacerlo con ella delante. “Para él, el médico ideal es alguien que le escuche, que le demuestre que sabe hacer su trabajo y que le dé confianza”, explica Roser, quien también añade que, al vivir en un pueblo pequeño, la falta de profesionales que quieran trabajar influye en que haya mucha movilidad, aparte de que ven cómo los días y horarios de visita se van recortando.

“Como un adolescente es un individuo sano, su espacio no es nuestra consulta. Ahora bien, cada contacto que tenemos con ellos es una oportunidad para crear vínculo asistencial y explicarles, entre otros aspectos, cómo funciona el centro o cuáles son las herramientas que tienen a su alcance en caso de que las necesiten”, señala Rosario Jiménez, médico de familia en el CAP Vallcarca - Sant Gervasi de Barcelona y vocal por la CAMFiC en el Observatorio de los Derechos de la Infancia.

Motivo de confidencialidad

"No hay confianza, sobre todo en temas preventivos y de salud emocional, sin confidencialidad", afirma Rosario Jiménez. Establecer una relación de confianza entre el adolescente y su referente de salud es muy importante, pero hacerlo a través de mecanismos que puedan garantizar su confidencialidad aún lo es más. Según Jiménez, esa confianza se basa primordialmente en el trato. “Si no se establece en una primera visita, en la segunda debe solucionarse. Al final debemos tratarlos como los adultos que empiezan a ser”. En este caso, Ivan asegura que su médico de familia le trata de una manera más formal, “como si fuera un adulto”, respecto a cómo lo hacía el pediatra, pero que eso no le molesta ni le incomoda.

“Los jóvenes deben aprender que en el médico o en casa la enfermera pueden explicar lo que quieran, porque de allí no sale nada. Tienen que adquirir esa confianza en beneficio propio, ya que saber que pueden explicar cosas que son muy íntimas es sinónimo de que les podamos atender bien”, añade Planes. Y aquí es donde entra en juego la confidencialidad. Aunque sean menores, los médicos deben respetar la decisión de los adolescentes de no trasladar a la familia según qué circunstancias o consultas de salud. “A veces, los padres llaman al centro y piden por qué su hija vino a hacerse una analítica. Si su hija se lo quiere decir, no hay problema. Además, lo más seguro es que lo acabe haciendo, pero yo no tengo que contárselo”, apunta Planes.

Tal y como señala el informe La atención a los menores de la CAMFiC, es probable que ante el cuestionamiento de la confidencialidad sea mucho más difícil que el adolescente consulte y, por tanto, su atención se complica más, pero los problemas seguirán existiendo y, a veces, el adolescente buscará la solución por su cuenta. “Con todo, yo diría a los padres que la actitud en casa es la misma que deben tener en la consulta. Las casas deben ser espacios donde se pueda hablar de todo. Si todos estos temas de relación, de hábitos, de expresión de sentimientos, de límites no los hemos trabajado cuando tocaba, de pequeños, intentar hacerlo en la adolescencia, que es cuando muchos de los buenos hábitos familiares entran en crisis y deben rehacerse, es muy complicado”, reflexiona Jiménez.

Menores maduros

Hablar de confidencialidad en el caso de menores puede resultar raro, pero es que la mayoría de edad sanitaria se establece a los 16 años. Así, un menor de más de 16 años o un menor emancipado, tiene aptitud para decidir por sí mismo, exceptuando que se trate de un caso grave. En esta situación, sus representantes legales serán informados y se tendrá en cuenta su opinión.

Por debajo de los 16 años la ley también habla de madurez de los niños y permite que el sanitario valore en cada situación si es suficientemente maduro para decidir por sí solo. Es cuando aparece el concepto de menor maduro , puesto que es una persona que empieza a tener competencia para decidir muchas cosas. “Una persona de 15 años, aunque todavía no tenga la capacidad legal para decidir autónomamente sobre su salud, probablemente tiene una capacidad para decidir muy desarrollada en general y, por tanto, debemos procurar hacer caso de lo que necesita, desea y quiere ”, expone Planes.

“Tampoco es lo mismo la valoración de madurez que puedo hacer yo de una chica de 15 años en mi consulta de atención primaria a las seis de la tarde y en caso de que la conozca a ella, su entorno y su familia, que esa misma chica que a las tres de la madrugada se presenta en un servicio de urgencia. La madurez del menor no sólo depende de ellos, sino también de la circunstancia en la que le atendemos y del motivo de consulta”, añade Jiménez. En cualquier caso, a pesar de que, desde el punto de vista legal, entre los 16 y los 18 años un médico no tiene la obligación de comunicar nada a los padres del joven que acude a su consulta, hay situaciones particulares, por ejemplo, en el caso de un aborto. “En este caso, existe la obligación moral y ética de seducir al adolescente para que no tome la decisión sola y se pueda sentir ayudada y acompañada ante una decisión de cierto impacto emocional”, reconoce Planes.

Sin revisiones regulares

Nuria es la madre de Isona, que tiene 13 años. Tras dejar atrás las consultas pediátricas, pide que se mantenga una regularidad en el seguimiento médico de los jóvenes. “Las familias pasamos de ir al médico con bebés cada quince días, cada mes, cada año, cada dos... a no recibir ninguna atención. Estaría bien que a nivel médico de familia se garantizase este acompañamiento durante más tiempo. Al menos, para poder valorar indicadores de riesgo de salud social, mental, etc. hasta la edad adulta”. En este sentido, Planes muestra su desacuerdo, al no considerar que sean necesarios estos controles en población sana. "Sólo en el caso de algunas acciones puntuales en el ámbito preventivo", recalca. Planes también considera que, en muchos casos, lo que necesitan los padres es simple consejo. “Es lo que llamamos puericultura, y eso, probablemente, podría hacerlo perfectamente un enfermero”.

Al respecto, Jiménez apunta que las revisiones pediátricas permiten tener controlada a la población infantil, pero que no hacerlas a medida que los niños se hacen mayores hace que los jóvenes que tienen más necesidades asistenciales se descuelguen. "Por eso, es muy importante atenderlos en sus entornos habituales y, en este caso, consistiría en hacerlo en la escuela". De todas formas, también reconoce que, si estos jóvenes no tienen problemas de salud, es lógico que no acudan al médico, aunque se les propongan visitas vinculadas a diferentes programas de salud.

De hecho, la persona de referencia para muchos temas de salud es la enfermera. En el caso de Núria, reconoce que vivir en un municipio pequeño hace que tengan como enfermera de referencia la del instituto de secundaria donde estudia Isona, que acude dos mañanas a la semana para que los estudiantes puedan hacerle las consultas necesarias. “Mi experiencia me dice que, si como familia estás, puedes necesitar o no el seguimiento de un profesional, pero que, en casos de familias ausentes, con situaciones de vulnerabilidad social o económica, con desconocimiento del sistema público de salud , es clave que en los centros educativos se lleve a cabo este trabajo de salud comunitaria”. Núria aduce que cuando un joven tiene problemas de salud, si no tiene referentes cercanos con los que hablar y alguien que objetivamente y sin juicio le acompañe, es muy fácil que opte por buscar la respuesta en las redes y se exponga a mucha información dudosa y altamente contaminada.

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