Miyazaki vuelve a los cines en su castillo mágico y antibelicista
El clásico de Ghibli 'El castillo ambulante' se reestrena en los cines en su vigésimo aniversario
BarcelonaUna figura extraña toma forma en medio de la niebla. Parece un mecanismo a vapor, una fusión imposible de metal, madera y ladrillos que anda imponente entre las montañas dejando un rastro de humo y misterio, mientras, en primer plano, las ovejas pastan en el valle. Con esta secuencia sin palabras, una de las mejores presentaciones de personaje de la filmografía de Hayao Miyazaki, comienza El castillo ambulante, la película del 2004 que este viernes vuelve a los cines para celebrar el vigésimo aniversario de su estreno.
Pero en realidad no hacen falta excusas para recuperar un Miyazaki: hace un par de veranos se reestrenó La princesa Mononoke (1997) con motivo del 25 aniversario y el mes pasado fue el turno de Nausicaä del Valle del Viento (1994), que celebraba 40 años. El catálogo Ghibli mantiene una vitalidad enorme que confirman el reciente Oscar ganado por El chico y la urraca o la Palma de Oro honorífica de Cannes en el estudio japonés. Y no importa que las películas de Ghibli estén disponibles en Netflix o en el 3Cat –es una de las apuestas de la programación veraniega del canal SX3–, el público se las quiere tanto que quiere volver a disfrutarlas en pantalla grande y compartirlas con las nuevas generaciones, como ocurría a finales del siglo XX con los clásicos de Disney, que la compañía reestrenaba periódicamente.
El castillo ambulante no es sólo un clásico de Miyazaki, sino uno de sus filmes más singulares, empezando por su origen, que se encuentra en una novela fantástica de 1986 de la autora británica Diana Wynne Jones. Como en el libro, la protagonista es Sophie, aprendiendo en una tienda de sombreros a quien una bruja transforma en anciana y que sale en busca de un atractivo mago, Howl, para intentar romper el hechizo. La novela de Wynne Jones está llena de humor y de referencias en el imaginario de los cuentos de hada, pero Miyazaki prescinde y lleva la historia a su terreno. “En el fondo Miyazaki es muy serio; no le interesa la ligereza de la novela y hace una adaptación muy libre –señala el periodista Francesc Miró (Oliva, 1992), autor del libro Biblioteca Studio Ghibli. El castillo ambulante, publicado por Héroes de Papel en 2021–. En la novela la guerra es un conflicto de fondo, pero Miyazaki la potencia para introducir su pensamiento humanista en el filme”.
En el discurso antibelicista deEl castillo ambulante resuena la rabia que el propio Miyazaki sentía durante la producción del filme, que coincidió con la invasión y ocupación de Irak por parte de Estados Unidos; una rabia que ya se hacía notar en el 2003 en el mensaje que envió al ganar el Oscar por El viaje de Chihiro (2001): “Siento no poder alegrarme de todo corazón por este premio”. Según Miró, el enfado de Miyazaki "transforma la historia del libro de forma muy bestia", en un tercer acto "muy caótico y que, formalmente, parece casi inacabado". ¿El motivo? “Porque las cosas son así cuando irrumpe la guerra; todo deja de tener sentido”, argumenta el periodista, que ve en la “destrucción total de pueblos enteros” deEl castillo ambulante conexiones con el terremoto deEl viento se levanta (2013) o incluso con La tumba de los lucernarios (1988), de Isao Takahata. "Miyazaki defiende que, incluso cuando tienes poder y traza por matar, como el personaje de Howl, podemos negarnos a ser instrumentos de destrucción", apunta Miró.
Estética 'steampunk'
La creación deEl castillo ambulante también fue conflictiva. Inicialmente, el director debía ser Mamoru Hosoda, pero el futuro autor deLos niños lobo y de Mirai, mi hermana pequeña no se entendió con Miyazaki y el fundador de Ghibli acabó cogiendo las riendas del proyecto e imponiendo su visión. Miró cree que queda muy poco de la película que quería hacer Hosoda. “Su proyecto era más fiel a la novela que el de Miyazaki y mantenía la idea de dos mundos paralelos, el mágico y lo normal, un tema que después aparece mucho en la filmografía de Hosoda –dice Miró–. Miyazaki, en cambio, combina ambos mundos en uno solo, porque le interesan otras cosas”. Por ejemplo, imaginar el mundo de la novela en clave steampunk, la estética retrofuturista que imagina una Inglaterra victoriana pasada por el filtro de la ciencia ficción. “En el libro, de hecho, el castillo es de piedra y con patas, y en la película un trasto steampunk muy influida por el estilo del ilustrador Albert Robida –dice Miró–. Miyazaki se estaba probando a sí mismo y, de hecho, la animación del castillo fue tan compleja que utilizó herramientas digitales, pero no para sustituir a la animación tradicional, sino para potenciarla”.