Fotoperiodismo

Ucrania y las otras tragedias silenciadas, en el Visa pour l'Image

Perpiñán abre 25 exposiciones de fotoperiodismo sobre la guerra y otros conflictos globales

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Iryna Abramova dentro de los escombros de casa suya a Butxa, después de ver como asesinaban su marido los doldats rusos.

BarcelonaEl 24 de febrero el ejército ruso invadía Ucrania. Mstyslav Chernov y Evgeniy Maloletka, de la agencia Associated Press, fueron los primeros y los últimos fotoperiodistas que fueron testigos del infierno de Mariúpol: estuvieron 20 días dentro de la guerra. La ciudad fue aislada y bombardeada sin tregua, y 300.000 personas quedaron atrapadas: todo arrasado. Suyas son algunas de las fotografías más terribles que se pueden ver –después de un panel de advertencia por contenido sensible– en el festival Visa pour l'Image, que desde este sábado hasta el 11 de septiembre abre en diferentes espacios de Perpiñán, 25 exposiciones de fotoperiodismo y seis atardeceres de proyecciones, todo de forma gratuita.

La guerra en Europa inevitablemente capitaliza parte del programa, pero “no solo hay Ucrania”, decía al presentar la 34.ª edición Jean-François Leroy, director y fundador del festival en 1989. Veinte periodistas han muerto en Ucrania desde principios del 2014; en México, solo este año han asesinado a sangre fría a diez. Leroy señala que el impacto de la guerra prácticamente ha “eclipsado” otra noticia dramática, como el retorno al poder de los talibanes en Afganistán. Una exposición de Andrew Quilty, que vive en Kabul desde el 2013, pondrá imágenes a estos diez años de guerra, esperanza, frustración y éxodo bajo el título El final de una guerra interminable.

Los peligros de la caza salvaje

“Nosotros nos comprometemos a enseñar las noticias de todo el mundo”, afirma Leroy. Por eso, la organización se ha esforzado para hacer hueco a otros conflictos también urgentes, dramáticos, graves y silenciados: la marginación de los enfermos mentales en África y de los gitanos en el principal gueto en Bulgaria, la dependencia de los medicamentos en todo el mundo, los inmigrantes muertos en el Canal de la Mancha. También hay retrospectivas de nombres propios del fotoperiodismo de la talla de Eugene Richards, Françoise Huguier y Goran Tomasevic.    

Algunas de las exposiciones permiten viajar, desde Perpiñán, a lugares tan insólitos como las zonas más inhóspitas de Alaska donde solo se llega en avioneta, a las comunidades de niñas turcas condenadas a memorizar los 6.236 versículos del Corán y al corazón de la revolución birmana. También hay imágenes bellas, plásticas, como los animales marinos del proyecto 1 Ocean o las de los ecosistemas de La sexta extinción. El fotógrafo naturalista Brent Stirton también alerta de los peligros de la carne proveniente de la caza de animales salvajes como el pangolín, el murciélago o el mono, que pueden tener efectos devastadores en la salud global, como se ha visto con el covid y la viruela del mono. “La primera vez que Stirton fotografía un pangolín asado es en 2018; se anticipa”, dice Leroy. 

Jonas Manguba, en el Congo, después de salir de caza.
Un centro de acogida psiquiátrica en Benín, donde viven hombres, mujeres y niños.

La vida después de la ley marcial

Cinco exposiciones abordan la guerra en Ucrania. Cuatro desde el bando ucraniano y una quinta será de un fotógrafo ruso, cuyo nombre se revelará el sábado por motivos de seguridad. 

En Aquí vivía gente se pueden ver las impactantes imágenes del fotógrafo Daniel Berehulak para el New York Times tomadas el día siguiente de la retirada de las tropas rusas de Bucha, una ciudad hecha añicos y con cadáveres tirados por las calles, imágenes que se han convertido en símbolo del horror. “Son testigo de semanas de violaciones de los derechos humanos, pero también de la resiliencia de un pueblo que lucha por su independencia desde hace más de un siglo”, defiende el fotógrafo. No hay ninguna censura. “Algunas imágenes son muy duras, pero es la vida real, mostramos a los muertos de verdad, el sufrimiento de verdad. Cada cual tiene que tomar sus responsabilidades”, defiende Leroy.

Las imágenes históricas del ucraniano Sergei Supinsky aportan contexto y Lucas Barioulet ofrece una mirada más cotidiana sobre el presente. Él retrató para Le Monde, de marzo a mayo, “la experiencia diaria de la guerra, el impacto en la gente”: la vida en los refugios subterráneos, los que huyen, los amputados, madres que lloran a sus hijos, personas que se pierden en su propio municipio, museos con paredes vacías. El festival ha premiado su trabajo con el Visa de Oro.

Una zona residencial de Mariúpol después de ser bombardeada.
Washington, 1990. El documentalista norteamericano  Eugene Richards revisa 50 años de carrera y expone algunos de sus trabajos más representativos.

“Este conflicto ha subrayado una vez más muchos de los defectos de nuestra profesión –continúa Leroy–, pero también sus evoluciones: el equipo de investigación visual del New York Times, en colaboración con sus periodistas sobre el terreno, produjeron, desde miles de kilómetros de distancia de Kiev, la prueba irrefutable para desarmar las fake news rusas sobre los abusos perpetrados a Bucha, y también demostraron que abusos se cometían en los dos bandos”. Entre las debilidades de la profesión, Leroy lamenta que haya fotoperiodistas que marchen sin seguro, casco ni chaleco antibalas a lugares de conflicto: “Ninguna foto vale una vida”.

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