La Última

Jordi Labanda: "Nunca he enviado un 'whatsapp', ahora ya es una actitud política"

Ilustrador

19/10/2024
8 min

BarcelonaCuando vi que el cartel de la Copa América de vela en Barcelona era obra de Jordi Labanda (Mercedes, Uruguay, 1968) me vinieron a la cabeza aquellos años, a principios de siglo, en los que sus ilustraciones de un mundo glamuroso y frívolo te las podías encontrar en una libreta, en una etiqueta de agua, en un panel de pared o en las mejores revistas de moda y diseño de todo el mundo. Unos años locos, dice él, una época salvaje en la que se convirtió en el ilustrador más admirado, contratado, plagiado y también, claro, criticado. Él, lejos del ruido –sin WhatsApp ni smartphone–, ha construido una sólida carrera artística de más de treinta años.

¿Cuándo ha sido la última vez que has ido a la ciudad de Uruguay donde naciste?

— ¿Nunca? Nunca he ido, no. Es un tema que tengo muy pendiente. Se llama Mercedes. Mi padre va a menudo y yo iré cien por cien, pero todavía no se ha dado.

¿Qué últimos recuerdos conservas de los tres años que viviste en Uruguay?

— Uf, son flashes. La casa en la que vivía, el perro que teníamos, las baldosas de la cocina...

Tú eres del año 1968, llegas aquí en 1971, en los últimos años de la dictadura.

— Sí, esto es algo que he intelectualizado más tarde. Creo que el Jordi de tres años, que venía de un paraíso bastante technicolor, como era Uruguay de los años 60 y 70, tiene un contraste con un país que está todavía en plena dictadura. Me parecía algo muy gris, veía a la gente triste, preocupada. Supongo que esto, de algún modo, me influyó en querer transmitir el escapismo y el color que tiene mi obra. Uruguay de antes de la dictadura era rollo vida americana, muy fabulosa.

¿Por qué te llamas Jordi?

— Yo me llamo Jorge, pero cuando llegué aquí, en clase había otro Jorge y me quedó Jordi. Mi mamá es de Barcelona y mi papá de Bilbao. Ellos fueron a vivir allá con sus padres. Emigraron, unos desde el País Vasco y otros desde Catalunya, se conocieron y se casaron allí.

Tú tienes tres lugares en el mundo, que son Barcelona, Formentera y Nueva York. ¿Cuál de estos sitios te gustaría para los últimos años de tu vida?

— Formentera. Nueva York sería el último para ir en los últimos años de la vida. Es una ciudad fascinante, pero muy agresiva y demasiado capitalista. Todo funciona en torno a lo que tienes. Está bien para ir de visita, vivir una época, tomar ideas...

¿Y Barcelona?

— Es que Barcelona también se está poniendo cada vez más intensa. A mí, que vivo en Ciutat Vella, me lo pone complicado.

¿Cuándo ha sido la última vez que has pensado irte de Ciutat Vella, aunque hayas vivido allí casi toda la vida?

— ¿Cada día? Cada día no, pero pienso en ello. Vivo en la calle Portaferrissa y sólo llegar a mi casa es ya un reto. O atravesar Petritxol para ir a tomar un café en el Gòtic. Es muy fuerte que tengas que estar esquivando a grupos de gente, turistas...

Completa la frase: "Últimamente..."

— Ostras... Últimamente, estoy trabajando demasiado.

Y, en cambio, hubo unos años que veía tu obra en todas partes: en las etiquetas de botellas de agua, libretas, carpetas, coches... y últimamente no tengo esa misma sensación. ¿Ha sido una decisión tuya o del mercado?

— Un poco las dos cosas. Yo viví una época muy salvaje de exposición pública, sobre todo cuando salieron todas las colecciones de papelería de Miquelrius. Aquello, por un lado, me gustaba, pero por otro, no tanto. No me gusta mucho ser público y en esa época recibía mucha atención. Quizás de una forma orgánica vas dejando de aceptar encargos que sean tan expuestos y haces cosas más tranquilas, más privadas. Sí, hubo unos años muy locos.

Pero quizá a ti no te conocían por la calle...

— Pues mira, hacía muchísimas entrevistas. Pero también es bonito que alguien te pare por la calle para hacerse una foto o pida un autógrafo a un ilustrador. Era algo que no sucedía.

El último trabajo que te he visto, más allá de que publiques en el Magazine de La Vanguardia desde hace 25 años, es el cartel de la Copa América de vela. ¿Para hacer el cartel de la Copa América debes estar a favor de que se haga la Copa América en Barcelona?

— ¿Sabes lo que pasa, Albert? Soy un artista comercial, trabajo por encargo, y si tuviera que analizar la idoneidad de cada encargo, quizás no haría nada, porque todo forma parte del comercio. Cuando me lo propusieron, me pareció muy interesante que la Copa América se hiciera en Barcelona.

Pero aunque digas que no analizas la idoneidad de los proyectos, habrás dicho que no a cosas.

— Sí, pero cuando digo que no suele ser más en función del presupuesto. A ver, es que tampoco viene Hitler y te encarga no sé qué. Al final, todo es comercial. Ahora acabo de entregar un trabajo para L'Oréal, mañana tengo que hacer otro para otra marca, mi vida funciona así, y todo entra dentro de un cierto mercado.

Esos años salvajes de Jordi Labanda fueron a finales de los años 90 y toda la primera década de los 2000. Hasta que llega la crisis, parecía que todo fuera bien. ¿Cuándo ha sido la última vez que has pensado que tus dibujos ya no cuadran con el mundo de ahora?

— Nunca, porque mis dibujos hacen soñar a mucha gente. Cada día recibo mensajes que me lo dicen. La gente necesita soñar. A mayor crisis, mayor necesidad de soñar. Y creo que mi obra tiene ese componente, lo que te decía antes del Jordi pequeño intentando evadirse de la realidad.

Cuando una persona tiene un éxito tan intenso como el tuyo durante unos años, ¿notas que después hay gente que te abandona?

— ¿Por tener éxito?

Sí.

— Esto siempre ocurre, me pasa a mí también con un grupo de música que me gusta y cuando se hace mainstream, ya no me gusta tanto. Mira, Madonna dijo una frase muy inteligente: se habla mucho de cómo la fama te cambia, pero de lo que no se habla es de cómo tu fama cambia a la gente de tu alrededor. Esto no es unilateral. También la gente proyecta muchas veces sus inseguridades en tu popularidad. Tú lo habrás notado más que yo. La fama genera un campo magnético que afecta a todo lo que tienes alrededor.

¿Cuál ha sido la última escena que has contemplado y te ha inspirado para un dibujo?

— Volví a ver Vértigo, que es una de mis películas favoritas, y hay una escena en la que Kim Novak entra a comprar flores, mientras la espía James Stewart. Mira que la he visto mil veces, pero me maravilla.

¿Te inspiran más escenas de películas que escenas callejeras?

— De todo, porque mi trabajo se nutre mucho de la moda y el mundo clásico de los años 50 y 60, pero también hay mucha calle, mucha modernidad. Creo que es también el secreto de mi éxito: juntar estos dos mundos, el clasicismo de la época dorada de Hollywood y las tendencias del momento.

Hablamos de cómo visten los futbolistas.

— Fatal. Y además es algo que me enfada mucho, porque tienen mucha influencia social. Es gente bastante hortera y esa horteridad tiene mucha difusión. Con los vaqueros desgarrados, pero de marca, bling-bling, tatuajes y cosas. Y las mujeres de los futbolistas, tres cuartos de lo mismo. Es gente que tiene mucho poder. No soy para nada fan del fútbol, además. ¿Ahora tenemos que hablar de esto?

Es que la última imagen que he visto de Lamine Yamal, llegando al aeropuerto de El Prat el pasado domingo, ya era con el kit completo de futbolista: gorro, gafas negras y unos cascos gigantes en las orejas.

— Es un código, es el look futbolista. Si eres un niño y empiezas a tocar pasta, es normal que quieras comprarte un chándal de Dolce & Gabbana con diamantes, yo qué sé.

¿Cuál es el último capricho que te has permitido?

— Yo, aunque no lo parezca, soy muy poco consumista. Me compro bastantes pocas cosas. Muchos libros, sí, pero uso ropa de hace muchos años.

¿No te pareces a tus personajes?

— No, es que no soy consumista. Creo que el consumismo da mucha pereza.

¿Los políticos visten mejor que los futbolistas?

— A ver, peor que un futbolista no viste a nadie. Los políticos podrían vestirse mejor. Pedro Sánchez tiene percha y viste bastante bien, se nota que tendrá estilistas a su alrededor, pero no es lo más común.

¿Qué es lo mejor que te ha pasado en las últimas 24 horas?

— Ja, ja, ja. Pues mira, anoche quedé con Albert Serra y Milena Busquets para celebrar la Concha de Oro que le dieron a Albert en San Sebastián. Y lo pasamos muy bien. He dormido poco, la verdad.

¿Has visto Tardes de soledad, ¿la última película de Albert Serra?

— Sí, fui al festival, por eso también queríamos celebrarlo. Me conmocionó la película, me afectó mucho. Es una obra de arte, no es un documental. Es imposible ver aquello y que no te emocione de alguna forma. Creo que, como todas las buenas obras de arte, te pone deberes. Mi teoría es que, si eres taurino, la peli puede entusiasmarte, porque es muy picassiana; y si eres antitaurino, como es mi caso, todavía te vuelves más antitaurino, porque es imposible ver aquello y no sentir que es un despropósito. A mí me gustaría que la gente fuera a verla antes de criticarla. Albert es un genio. Ayer en la cena estábamos hablando de cuántos genios conocemos. "Te conozco a ti y conozco a Ferran Adrià", le dije. Son dos genios.

Con Ferran Adrià sois vecinos, además.

— Sí, compramos nuestro espacio casi a la vez, pero sin conocernos. Tanto él como yo somos muy privados, nos tenemos mucho respeto y mucho cariño.

Tú has conseguido que no sepamos nada de tu vida.

— ¿Por qué? Yo creo que mi trabajo ya habla por mí. De hecho, no me entusiasma que me hagan entrevistas.

¿Tu vida se parece a esa vida que dibujas?

— A veces. Anoche, por ejemplo, ¡ja! ja! Pero si llevara la vida de los personajes de mis ilustraciones, no tendría tiempo para trabajar. Además, yo sigo trabajando a mano, con los pinceles, las pinturas, lo que requiere tiempo y concentración.

Últimamente has encontrado otro filón, que es el mundo de las redes sociales. Retratas como las redes han impactado en tus personajes.

— Sí, es que es un tema que me interesa mucho. Cómo la tecnología, y en concreto las redes, nos están afectando.

La última vez vi que ibas con un Nokia.

— Sí, todavía lo tengo. Nunca he tenido un smartphone, nunca he enviado un whatsapp, nunca.

¿Por qué?

— Pues, porque no me apetece. Me da mucha pereza y ahora ya es casi una actitud política. No quiero. Partiendo de la base de que todos estamos en el sistema, que todos estamos metidos en el Matrix de cuatro patas, podría ser como una pequeña rebelión contra este estar siempre disponible 100%. También me ayuda con lo que decíamos antes de ser un personaje más privado.

¿Privado significa solitario?

— También, sí. Soy una persona bastante social, pero necesito la soledad para crear, para regenerar.

¿Cuándo ha sido la última vez que has dicho "Te quiero"?

— Ostras, hace un tiempo.

¿Qué te enfada más: que te critiquen o que te plagien?

— Hombre, que me critiquen. El plagio, al final, es un síntoma, la crítica duele más. Con el plagio, he aprendido a convivir. Al principio me cabreaba mucho, ahora ya no.

Aquella pintada, “Odio a Jordi Labanda”, ¿dónde estaba?

— Ah, sí, por el puerto, ¿no? Que alguien coja un spray para escribir esto me pareció muy warholiano. Fui a verlo y me hice una foto delante.

¿Cuál es la última canción a la que te has enganchado?

— Pues mira, Regret, de New Order. La escucho mucho.

Acabamos, las últimas palabras son tuyas.

— Gracias por venir, me ha hecho mucha ilusión esta entrevista.

Albert Om y Jordi Labanda en el patio del edificio donde el ilustrador tiene el estudio.
Descalzo y con resaca

Jordi Labanda vive y trabaja en un principal de la calle Portaferrissa de Barcelona, pared por pared con el piso de Ferran Adrià. Me abre la puerta con resaca de una noche movida y en calcetines. Solo se calzará unas zapatillas cuando Manolo García le pida hacer unas fotos en el patio selvático del edificio.

Me cuesta recordar un espacio tan apretado como los 20 metros cuadrados de su estudio, llenos de ilustraciones, libros de fotografía abiertos, imágenes impresas pegadas a la pared, trabajos a medias, pinceles, pinturas, pesas en el suelo por si en algún momento quiere hacer ejercicio y un ordenador portátil con una pegatina de los voluntarios de Barcelona 92: “Yo ya participo”. Él fue también voluntario de los Juegos Olímpicos. Al año siguiente, en 1993, empezó su historia profesional.

Albert Om es periodista
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