Literatura

Los monstruos más temibles (y tentadores) de la literatura vienen del agua

Cachalotes, calamares gigantes, tiburones, sirenas y mujeres de agua son algunas de las criaturas acuáticas que han motivado a narradores y poetas desde hace siglos, con ejemplos tan destacados como 'Moby Dick', 'La sirenita', 'Solitud' y ' La piel fría'

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Moby Dick, ilustrada por Augustus Burnham Shute en 1892

Barcelona"El Señor había dispuesto que un gran pez tragase a Jonás. Y Jonás estuvo dentro del vientre del pez tres días y tres noches". El profeta del Antiguo Testamento fue uno de los primeros que, en el siglo VIII a. gracias a la intercesión divina. Desde entonces, las aguas, sean saladas o dulces, han escondido cientos de criaturas que han inspirado a los autores, clásicos y contemporáneos, que han sacado historias de primera, a menudo alimentadas por el sustrato mitológico y por el folclore.

Ya en elOdisea deHomero –fijada entre los siglos VIII y VI aC–, Ulises y su tripulación deben enfrentarse con Escila y Caribdis, dos monstruos gigantes que les cierran el paso, situados a ambos lados del estrecho de Messina. Aunque Plinio el Viejo tratara de apaciguar la imaginación humana catalogando 170 especies acuáticas en su Historia natural (77-79 dC), la exploración de mares, océanos, ríos y lagos avanzó en paralelo a la creatividad a la hora de concebir a criaturas y animales subacuáticos, tanto en relatos considerados precursores de lo fantástico y la ciencia ficción –caso de las Historias verídicas de Luciano de Samósata, en el siglo II d. C., como en las leyendas, en parte alimentadas por la fértil inventiva de los dibujantes de mapas medievales y renacentistas. "Por muy horrible que sea un monstruo, nos atrae secretamente, nos persigue y obsesiona. Representa, aumentadas, nuestra superioridad y miserias. Nos proclama: es nuestro porta estandarte", admitía el filósofo Emil Cioran a Del inconveniente de haber nacido (1973; en catalán en Empúries).

La 'Carta marina' (1539), de Olauus Magnus, llena de animales marinos reales e inventados.

Un cachalote "mortalmente inmortal"

El Romanticismo profundizó en los monstruos venidos del agua

Cuando, a mediados del siglo XIX, Herman Melville (1819-1891) publicó la ambiciosa, y entonces incomprendida, Moby Dick, bebía tanto de la herencia bíblica –el gran pez que se zampó Jonás, pero también el leviatán multiforme sobre el que escribió Job en el siglo II aC– como de las leyendas nórdicas alrededor del kraken, cefalópodo de grandes dimensiones que atemorizaba a los marineros, al que Fabio Genovesi ha dedicado El calamar gigante (Periscopio, 2023).

El cachalote de Melville, "monstruo muy blanco y famoso, mortalmente inmortal" –según se puede leer en la traducción catalana de Maria Antònia Oliver, que La Magrana reeditará en noviembre–, es perseguido obsesivamente por el capitán Ahab. Durante gran parte del libro es también un mito que podría mantenerse oculto en el fondo del océano, sin llegar a hacerse visible nunca. Moby Dick ofrece, en palabras del filólogo Jaume Martí i Olivella en la introducción de la edición de 1984 de la novela, "una imagen única y ambivalente, hecha de todo el horror y toda la belleza de la naturaleza, que nos hace partícipes de la contemplación alucinada y fascinante de la fuerza ciega, vacía, primigenia y fatal de la naturaleza, símbolo perenne del misterio de la existencia".

Un poco más adelante, Julio Verne ofrecería a los lectores toda clase de aventuras: a 20.000 leguas de viaje submarino (1869), el cetáceo que hacía desaparecer numerosas embarcaciones era, en realidad, el submarino Nautilus, comandado por el capitán Nemo. En el siglo XX, tanto la novela de aventuras como la de terror pouarían en seres venidos del mar: en el primer caso destacan los violentos citauca de La piel fría (2002), con la que Albert Sánchez Piñol (Barcelona, ​​1965) se convirtió en uno de los autores más conocidos y traducidos de la literatura catalana; en el segundo, se encuentra desde el horror abisal y cósmico de HP Lovecraft hasta el tiburón blanco insaciable de Peter Benchley, protagonista de Tiburón (1974) y de la película homónima de Steven Spielberg (1977).

Fotograma de 'Taurón', de Steven Spielberg.

Las mujeres de agua

Sus encantos pueden llegar a enloquecer a quien las ve

Melville publicó una de las cimas de la literatura romántica, que exploró a las criaturas acuáticas con devoción, pouando a menudo en la mitología y el folclore, como hicieron previamente John Keats (1795-1821) en el poema narrativo Lamia (1820), Alfred Tennyson (1809-1892) en el soneto The Kraken (1830) y Friedrich de la Motte Fouqué en Ondina (1811), disponible en catalán en Quid Pro Quo (2020) en traducción de Clara Formosa Plans. En este último caso, el autor alemán se fijaba en una deidad fluvial de apariencia humana que se enamora de un caballero y que está presente, como mito, en la mayoría de culturas. En Cataluña son conocidas como mujeres de agua, encantadas y gozos, y pueden habitar estanques, torrentes, pozas y manantiales.

Las mujeres de agua han vivido durante siglos en el imaginario popular, pero también han hecho acto de presencia en varias novelas. En Soledad (Juventud, 1905), de Víctor Catalán (1869-1966), el pastor cuenta la historia de un viejo que se encuentra con una mujer de agua que le intenta de seguirlo en el fondo de la poza. "Si quieres venirte conmigo, te haré al hombre más rico de toda la tierra", le promete, pero él rechaza el ofrecimiento en tres ocasiones, y después de que ella le haya besado y desaparezca para siempre , el viejo enloquece. "Por otro beso de sus labios, daría con agrado, además de todas las venturas de la tierra, la misma gloria del cielo... –escribe Víctor Català–. Y al oir tal cosa, las encantadas, de lo más divertidas, se expandieron por todos los lugares de la montaña y se pusieron a escarnecer al ve, repitiendo lo mismo que él decía con unas grandes risas..." Más de un siglo después, Irene Solà no se olvidaría de las mujeres de agua entre las múltiples criaturas boscanas que rescataba a Canto yo y la montaña baila (Anagrama, 2019).

Grabado de Harry Clarke para la edición de 1916 de 'La sirenita' de Andersen.

Sirenas y chupadoras

Encuentros decisivos con seres "hermosos" que tienen "corazón de fiera"

Volviendo a laOdisea de Homer, otras criaturas venidas del mar, muy atractivas pero a la vez temibles, son las sirenas, armadas con un canto irresistible para los marineros. Hans Christian Andersen (1805-1875) popularizó el mito del ser medio mujer medio pez en La sirenita (1837), en la que la joven codicia convertirse en humana después de haberse enamorado de un príncipe. El reverso de la benévola sirena de Andersen –que Adesiara publicará junto con el resto de cuentos del autor danés por primera vez en catalán– es La chupadora (1903), de Joaquín Ruyra (1858-1939), en la que una criatura misteriosa venida del mar que, en un primer momento, toma la forma de una "bañista jovencita y guapa", quiere que el narrador del relato se bañe con ella para llevárselo al fondo del mar. "Parece mentira que un ser tan hermoso pueda tener el corazón de fiera", le espeta el hombre antes de deshacerse del monstruo haciéndole la señal de la cruz de la frente en el pecho.

La versión masculina –y mediterránea– de las sirenas es el legendario pez Nicolau, que habita las profundidades marinas. Inspirado por el folclorista Joan Amades, Antoni Veciana (Reus, 1977) dedicó la novela Nicolás (La Segunda Periferia, 2022), ambientada en un pueblo de costa tarraconense durante el siglo XIX. "Cuando una mañana Nicolau Pou se despertó de unos sueños nerviosos, se encontró en el bocoy transformado en un pez maravilloso", leemos, parafraseando La transformación de Franz Kafka. Nicolás de Veciana es un joven inadaptado que opta por abandonar los vínculos familiares y vivir bajo el agua, donde aparentemente es feliz, aunque nunca deje de perseguirle la angustia. "Esto admite una lectura actual –comenta el autor–. Cada vez hay más gente que necesita disociarse de la realidad. ¿Evadirte te permite huir del dolor? Yo soy de los que piensan que la gente más lúcida no es esfuma, aunque quizás acaba pagando las consecuencias".

Uno de los cientos de cuadros inspirados en el monstruo del lago Ness, obra de Hugo Heikenwälder.

Los lagos también tienen un monstruo famoso

La realidad es más delirante que la ficción, en el caso del lago Ness

Desde que, en 1933, la hotelera Aldie MacKay contara que había visto algo gigante moverse en las aguas tranquilas del lago Ness, han sido miles de personas las que aseguran haber notado o incluso presenciado la existencia de lo que ya el primer periodista que habló de ello, Alex Campbell, categorizó como "monstruo" a The Inverness Courier. "Para descubrir si existe un monstruo real sería tan fácil como drenar el lago, pero preferimos no hacerlo, porque el mundo se divide entre quienes creen y quienes no", asegura la escritora y periodista Laura Fernández (Terrassa, 1981), que el pasado verano viajó hasta el lago más popular de las Highlands para sacar un magnífico ensayo-crónica, Hay un monstruo en el lago (Debate, 2024), que en algunos pasajes es tanto o más delirante que las ficciones de la autora.

"Me obsesionan los lugares donde la realidad quiere ser ficción y reivindica seguir siendo inestable, como por ejemplo Rovaniemi, el pueblo de Papá Noel", explica Fernández, que tomó este espacio y parque temático finlandés como punto de partida de la aclamada La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House, 2021). Mientras habla de los libros, museos, tiendas de souvenirs y refrescos inspirados en Nessie, Fernández repasa también las etapas de furor y decepción por el monstruo del lago. "No es casual que empezara a hablar de ello a partir de 1933 –dice la autora–. Se acababa de estrenar la primera película sobre King Kong, que ayudó a empatizar con el monstruo: aunque pensemos que nos quiere destruir, lo único que quiere el gorila es salvar a la chica. Nessie es ET antes de ET, una criatura maravillosa que ven sólo unos pocos y que se resiste a ser fotografiada o filmada, porque en ese caso se convertiría. en objeto de estudio y experimentación". Para Fernández, la gracia de Nessie es que tanto podría ser un plesiosaurio como una anguila gigante o, simplemente, no existir. "Depende de lo que estamos dispuestos a creer –argumenta–. Los humanos somos el único animal que sabe que el final es la muerte y la destrucción de todo lo que hemos conocido, y para que la verdad no nos haga tanto daño, nos dedicamos a inventar historias".

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