Crítica de cuentos

Los relatos imprevisibles, carentes de trivialidad y espléndidos de Jo Alexander

La escritora barcelonesa publica el volumen de cuentos 'Una dona qualsevol torna a casa'

La escritora Jo Alexander.
3 min
Regala este articulo

'Una mujer cualquiera vuelve a casa', de Jo Alexander

  • Columna
  • 253 páginas / 19,90 euros

"¿Conoces el cuento de la rana y el escorpión?". Así comienza el primer relato del reciente volumen de las Hermanas Quintana, titulado Asesinas, cuento que firma la escritora barcelonesa Jo Alexander (Barcelona, ​​1977), que forma parte desde sus inicios de esta versión femenina del colectivo Germans Miranda. Una mujer cualquiera vuelve a casa, donde la violencia y el crimen son protagonistas absolutos. Lo publica en catalán Columna y en castellano Alrevés.

Como todos nosotros, la autora sabe que la violencia forma parte de la condición humana, que es indisoluble de esta condición, y que la violencia máxima es quitarle la vida a otro. Aquí el rasgo común es que todos los crímenes son cometidos por mujeres, aunque se trate de mujeres de muy diferentes pelajes. Algunas de ellas son menores de edad que actúan por venganza o crueldad; otros, profesionales de la muerte, como la francotiradora protagonista del relato que da título al volumen, Una mujer cualquiera vuelve a casa: "La ametralladora es una Browning M2 que tiene más años que yo, y confío por ello, porque el material que perdura es el más fiable. La mira especial es excelente. La ametralladora es excelente. El hombre continúa derecho. Lo tengo". Y si las asesinas son siempre mujeres, las víctimas son siempre hombres: hombres volubles o creídos o bobos o amantes demasiado espabilados o simplemente hombres que no han hecho lo que debían hacer en opinión de las mujeres que les quitan la vida. Hay futbolistas famosos, ladrones e incluso un modelo negro, bellísimo.

El deseo de matar y los rituales de la muerte violenta tienen un atractivo literario innegable, porque sacan la peor parte de nosotros. En el relato El paquete negro, la inspectora Dimou le pregunta a Hester por qué lo hizo y ella responde: "Se volvió como ellos". Sin embargo, no hay en este volumen una crítica abierta al patriarcado ni ningún alegado feminista de manual. Cada relato es un espejo de autodefensa, truculencia, perversidad o maldad a secas. En cuanto a los paisajes donde acontecen estos crímenes, vamos de la envidiable costa griega al salvaje Oeste americano, viajamos con un grupo de músicos que quedan atascados en la carretera por culpa de una rueda pinchada o nos adentramos en la sórdida vida de un barrio periférico venezolano.

A la autora es evidente que le gustan el cine negro y las películas de indios y vaqueros donde al final se hace justicia. También es de las que creen, con Thomas De Quincey, que el asesinato es una de las bellas artes. Hay en este volumen una clara intención de poner las cosas en su sitio, de redimir a quienes sufren abusos de poder. Pero también flota la intención juguetona de dictar quién debe morir y quién no. Al igual que en su primera novela en catalán, El invernadero (2009), se adentraba en las aguas de un erotismo oscuro, aquí reina la violencia como evidente catarsis. Porque ¿quién no ha soñado con matar violentamente a alguien? Alguien que lo merece, evidentemente.

Como ya demostró en sus obras anteriores, Jo Alexander tiene olfato literario y se enfrenta a los cuentos desacomplejadamente, empezándolos in medias nada y sin brindar pistas a quien lee. Por eso sus relatos son tan imprevisibles, tan faltos de trivialidad, tan espléndidos. Por no hablar de cómo le gusta recrearse en los detalles, que necesitan una gran capacidad de observación y siempre son los que dotan a la ficción de verosimilitud: "Se sentaban alrededor de la mesa del comedor, al abrigo del tic-tac del reloj, viendo aparecer y desaparecer el cuco y las cabecitas de las criaturas que les espiaban por la ventana" (Virginia).

stats