Cómo frenar el auge de la extrema derecha en Cataluña


El auge de la extrema derecha autoritaria está poniendo contra las cuerdas a la democracia y la convivencia. Es un fenómeno global muy preocupante al que está dando alas el presidente estadounidense, Donald Trump, codo con codo con el magnate tecnológico Elon Musk. La ola hace tiempo que crece también en Europa, donde ya gobierna en Italia y crece en casi todos los países. Cataluña y España no se escapan. En el conjunto del Estado, Vox es la tercera fuerza parlamentaria, y aquí la ultraderecha ha agujereado tanto en el campo españolista como en el independentista con Vox y Aliança Catalana, dos partidos que, más allá de su adscripción nacional, comparten con toda la extrema derecha europea –Le Pen, Orbán, Weidel, Wilders, Meloni... y la isla ni a las fragilidades sociales y económicas de familias y personas a menudo abocadas a la alegalidad ya trabajos precarios. Son partidos que, lejos de buscar la integración cívica, lingüística y cultural de los recién llegados, refuerzan directamente su estigmatización y echan la solución de la expulsión. Precisamente, su discurso puede ser caldo de cultivo de actitudes radicales. La intolerancia genera intolerancia.
Este martes hemos asistido al fracaso del intento de hacer efectivo un cordón sanitario contra la líder de Aliança Catalana: no ha prosperado la moción de censura a la alcaldesa de Ripoll en minoría, Sílvia Orriols. La dirección de Junts ha hecho descarrilar el preacuerdo asumido con ERC y el PSC por el equipo local de su partido. Juntos hasta ahora sí ha utilizado la idea de cordón sanitario a nivel nacional, en el Parlament de Catalunya. De repente, en cambio, da un giro a nivel local, incluso violentando sus propias bases ripolenses, cada vez más distanciadas del estilo, los mensajes y las políticas concretas de Orriols, que lejos de resolver problemas –sería absurdo negar que la compleja realidad social catalana no genera tensiones– les enquista y agrava. Hay muchas poblaciones en las que afloran situaciones difíciles, y con niveles de diversidad bastante más altos que los de Ripoll, pero ni ahora ni históricamente la vía ha sido señalar y culpabilizar, ni hacer victimismo nuestro. En el año Candel resulta fácil encontrar buenos referentes para sumar, y no para dividir y enfrentar.
Dejar gobernar la extrema derecha es legitimarla. Por cálculo electoral, lo está haciendo el PP en España y se lo están planteando otros partidos conservadores europeos. Es un peligro, no sólo por lo que supone en el día a día –además de xenofobia, negacionismo climático, machismo, antivacunas, etc.–, sino también porque quienes pactan acaban ideológicamente contaminados por discursos incendiarios y excluyentes. Frenarla y marcar distancias permite hablar claro a los ciudadanos sobre las inconsistencias y el veneno social que suponen. Permite decir sin ambages que son una amenaza muy seria para el futuro de la democracia y para la cohesión social. En definitiva, para la aspiración a integrar a una población que, pese a las proclamas de estos partidos, seguirá viviendo aquí, entre otras cosas porque nuestra economía los necesita.