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Crítica de ficción

Más que una sátira política de Thomas Mann

El autor alemán escribió 'Mario y el mágico' en un tiempo "extremamente convulso, marcado por el auge del fascismo"

El dictador italiano Benito Mussolini.
24/01/2025
3 min
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'Mario y el mágico', de Thomas Mann

  • Traducción de Joan Fontcuberta
  • Epílogo de Edgar Straehle
  • Editorial Males Hierbas
  • 106 páginas.

Thomas Mann (1875-1955) publicó esta nouvelle en 1930, en un tiempo, como escribe Edgar Straehle en el magnífico epílogo, "extremamente convulso, marcado por el período de entreguerras y el auge del fascismo". Hacía sólo un año que el autor alemán había recibido el premio Nobel y era ya una figura consagradísima más allá de las fronteras de su país. En 1930, Mann —que, con 26 años, dio a luz la deslumbrante Los Buddenbrook—ya había publicado La muerte en Venecia (1912) y esa exhibición de altura de talento que es La montaña mágica (1924). En el exilio estadounidense publicó, entre otros, la perturbadora El doctor Faustus (1947). Se entiende que, con este bagaje, el escritor de Lübeck sea considerado uno de los narradores más destacados del siglo XX. nouvelle, pero Mario y el mágico es más bien una narración larga. Más corta que La muerte en Venecia y que su réplica tardía, La engañada (1953), relata el veraneo accidentado de un matrimonio alemán con dos hijos en Torre di Venere, localidad del Tirreno italiano. Se ve enseguida que las cosas irán por el camino del pedregal: en el primer hotel que han reservado, no podrán quedarse, porque ha llegado una princesa. Uno de los hijos de la pareja está pioco y se trata de preservar la de sangre azul de cualquier posibilidad de contagio. Por otra parte, la relación con la gente del lugar es difícil, tensa: "Confieso que me cuesta soportar ciertos comportamientos humanos, demasiado humanos, como son el abuso cándido del poder, la injusticia y la corrupción servil". La velada insinuación nietzscheana no debe ser del todo ociosa, en un novelista que ha tenido tan presente, por razones varias, al gran pensador y compatriota suyo.

El fascismo empezaba a hacer forrolla en el país de Dante: "Se hablaba de la grandeza y de la dignidad de Italia [...]. Aquella gente, los decíamos, atravesaba un período parecido a una enfermedad, quizá desagradable, pero necesaria..." El pronombre los hace referencia a los dos vástagos del matrimonio, que asisten a todas las escenas familiares, incluso a la más cruda de todas, que describiré a continuación.

La acción transcurre durante la segunda quincena de un mes de agosto tórrido. Todavía hay bastantes veraneantes en la playa. Entonces, en el pueblo se anuncia el espectáculo de un mago, el inquietante Cipolla. Más que mostrar habilidad con las cartas, espadas o copaltas, sobresale como hipnotizador. El grueso del relato, pues, tiene lugar en el teatro donde este siniestro personaje —un prestidigitador que fuma como un carretero y bebe coñac entre número y número—, medio jorobado y sin gota de consideración hacia el público, realiza su espectáculo.

Es fácil ver la representación del dictador. De una manera muy diferente, por ejemplo, a la que Alfred Jarry nos legó con su memorable Ubú Rey (la caricatura manniana es más sutil, más indirecta). Cipolla —que, en italiano, significa cebolla— hace bailar por un pie a todos aquellos que hipnotiza. Mann no nos ofrece una indagación en el mal ni en la ambición del creador, como en El doctor Faustus. Tampoco tiene el propósito —ni el espacio— de desplegar reflexiones de diversa índole: sobre religión, sobre el deseo, sobre filosofía, sobre el sentimiento del tiempo... como ocurre en La montaña mágica. Aquí, más bien, nos presenta una historia sin mucho desarrollo, con un protagonista funesto, que trata con lo que permanece oculto (un individuo que tiene, pues, la capacidad de manipular la conciencia ajena): "Todos hemos tenido ocasión de ver con curiosidad y despectivamente el carácter equívoco, poco limpio, y al mismo tiempo inextricable, de lo oculto". Hace danzar a quien no quiere hacerlo. Convierte el cuerpo de un chico en una post resistente que, apoyada por los pies y la cabeza en sendos puntos de apoyo, hace de banco. Él mismo se sienta, como podría haberse paseado, pisando el pecho del chico de la conciencia dormida.

Es una buena obra menor. Sirviéndose de los recursos de la ficción, el autor esbozaba y empezaba a pintar un mundo lúgubre, tétrico. El del fascismo, el del nazismo. El de cualquier régimen totalitario; todos, cortados por el propio patrón.

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