BarcelonaUna de las consecuencias de la nueva presidencia de Donald Trump en Estados Unidos será la prohibición formal en los centros de enseñanza de una serie de libros que su administración considera perniciosos. Ya lo estaban haciendo una serie de estados estadounidenses, pero ahora la cosa irá en serio. Los periodistas son renuentes a comparar los procedimientos de Trump con los de los grandes dictadores del siglo XX, y es verdad que determinadas cosas no podrá hacerlas mientras se aguante la Constitución que posee el país. Pero eliminar ciertos libros del fondo de una biblioteca es exactamente lo mismo que hizo el Tercer Reich con los libros escritos por judíos, comunistas y otros.
Como ya se han publicado listas sobre estos “libros prohibidos”, sabemos que formarán parte obras de John Steinbeck, Toni Morrison, Kurt Vonnegut, Elie Wiesel –investigador del Holocausto–, Margaret Atwood, Stephen King, Aldous Huxley, García Márquez –ya caerá La ciudad y los perros, de Vargas Llosa– o Murakami, y todos los relacionados con las vindicaciones de las "minorías" sexuales.
Como Trump y los suyos son analfabetos y no han leído casi nada de la tradición clásica, de momento sólo entran, de esta categoría, obras como Anna Karenina, de Tolstoi, y Señora Bovary, de Flaubert.
Es la señal que devuelve aquella censura que, antes de que los nazis o la Inquisición, ya practicó el Vaticano con su famoso Index Librorum Prohibitorum, en el que entraban cosas que a Trump le pasarán por alto. No creo que le preocupe que se lea, o no, toda la literatura libertina del siglo XVIII francés, o el Tractatus, de Spinoza, o elEnsayo sobre la tolerancia, de Voltaire: son cosas tan “antiguas”, que ya hace muchos años que no las lee casi nadie.
A Trump y su administración seguro que se le escaparán, también, los poemas de Catulo –“Te la meteré por el culo y por la boca”–, la segunda égloga de Virgilio, que narra los amores entre Alexis y Coridón, los de Safo que cantan el amor lésbico, o los cuentos obscenos de Boccaccio. A ver si hay suerte y su ignorancia permite a los jóvenes leer cosas mucho más picantes, tolerantes y amigas de la libertad que las que van a prohibir.