Industria

El 'Titanic' vuelve a hundirse 102 años después de la famosa catástrofe

Los históricos astilleros de Belfast donde se construyó el gigantesco transatlántico, en concurso de acreedores

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El 'RMS Titanic', prácticamente listo para ser botado, en las astilleras de Belfast, en una imagen de 1911.

LondresEn el comedor de gala de la embajada de España en Londres hay, entre otros elementos de mobiliario, un elemento de leyenda que, en principio, no debería estar allí. Se trata de la grandiosa mesa, hábil para 66 comensales sin demasiado estrecheces, que mide unos treinta y dos metros.

De hecho, ese mueble, más que centenario, debería estar en el fondo del mar. En concreto, a unos 4.000 metros bajo el agua, a 400 millas náuticas (740 km) de Terranova, Canadá. Pero la casualidad o el azar, que en ocasiones es un exceso de sentido y una puerta al futuro, y los tamaños más bien gigantes de la pieza, la salvaron del naufragio. Del naufragio más famoso de la historia de la humanidad: el del Titanic.

En esta mesa, por ejemplo, el 24 de abril de 1986, cenaron, entre otros invitados, la reina de Inglaterra y su marido, Felipe, duque de Edimburgo, en compañía de los reyes de España, Juan Carlos y Sofía, y también del entonces príncipe Carlos y la entonces nada ingenua Lady Di.

Que aquella mesa, un pedazo de historia tangencial de la legendaria industria naviera del Reino Unido, haya acabado a salvo de la embajada de España en Londres es casi anecdótico: una nota a pie de página que unas líneas más a abajo podrán conocer en detalle.

En todo caso, sí tiene un punto de paradójico que dos matrimonios reales en pleno naufragio –no deben incluirse Isabel II y su marido, que siempre mantuvieron las apariencias pese a las bien conocidas desavenencias– coincidieran cenando en una esplendorosa mesa que sí se había salvado de la niebla, del iceberg y de la erosión del tiempo. No como ellos.

Aspecto parcial de la mesa que debería haberse hundido con el 'Titanic', hoy en día, en la embajada de España en Londres

Lo que ya no es casual ni anecdótico es que los astilleros de Belfast donde se construyó el Titanic, Harland & Wolff (H&W), y los 1.200 empleos que dependen actualmente, puedan ser rescatados, en parte o totalmente, por España: en concreto por Navantia, la empresa de construcción naval de propiedad estatal que realiza barcos tanto para el sector militar como para el civil.

Los laboristas dicen que no a un crédito

A principios de esta semana, el holding Harland & Wolff, fundado en 1861 por unos tales Edward James Harland y por el alemán Gustav Wilhelm Wolff, anunció que entraba en concurso de acreedores ante la imposibilidad de hacer frente a las obligaciones financieras que tienen. Desde la llegada del nuevo gobierno laborista, la compañía ha luchado por sacar enderezarse, algo que no ha logrado.

Downing Street rechazó en julio garantizar un préstamo de emergencia de 200 millones de libras, ya que el ejecutivo consideró que no se justificaba el uso de fondos públicos para entrar en un proyecto que hace cinco años superó a un otro proceso de administración concursal, pero al que, por ahora, no se le ve una clara viabilidad.

La consultora Teneo ha sido designada para intentar, nunca mejor dicho, salvar a los muebles. En este caso, mantener vivo el astillero de Belfast, sus otros tres centros operativos del Reino Unido y su proyecto de almacenamiento de gas en Islandmagee, en Irlanda del Norte. La finalidad es poder entregar el pedido de barcos que había contratado con el ministerio de Defensa británico y en el que es socio de un consorcio que lidera dicha Navantia.

El sindicato Unite, que representa a la mayoría de trabajadores de los astilleros de H&W tanto en Belfast como en Appledore, en el suroeste de Inglaterra, indica que la opción preferida era "asegurar un solo comprador para todas las plantas de la empresa", una posibilidad que los analistas de Teneo consideran poco probable. Sin embargo, temen que el comprador sea un fondo de inversión de capital privado que busque beneficios a corto plazo.

Dos edificios por 91,5 millones de euros

La cancelación de un contrato en las islas Malvinas y la suspensión de las acciones de la compañía que cotizan en Londres por no haber presentado las cuentas auditadas antes de julio dificultan mucho el encuentro de inversores. Pero, de hecho, los astilleros sí tienen carga de trabajo. No en vano el año pasado anunciaron la firma formal del subcontrato de fabricación de buques de guerra FSS con Navantia UK, por valor de casi 2.000 millones de euros, en un programa que debía garantizar la viabilidad al menos hasta el 2031.

Interior de la sala de diseño de los planos de los barcos de Harland & Wolff a principios del siglo XX
Las grúas gigantes Samson y Goliath, construidas respectivamente en 1974 y 1969, que definen el paisaje marítimo de Belfast

Además de la construcción del Titanic, Harland & Wolff tuvo un papel crucial en la Segunda Guerra Mundial, construyendo 140 barcos de guerra y 123 mercantes, así como más de 500 tanques. Las dos grúas pórtico gigantes pintadas de amarillo de la empresa, Samson y Goliath, son uno de los rasgos iconos del horizonte de Belfast.

Y la mesa de la embajada que tiene que ver, con el Titanic? El segundo director de los astilleros, William James Pirrie, que sustituyó a Harland tras su muerte (1895), fue el dueño del palacete, en el 24 de Belgrave Square, que ahora acoge la representación diplomática española. En esos salones surgió la grandiosa idea de construir el Titanic, un transatlántico que debía superar en eslora al menos en el 50% el entonces mayor barco del mundo: el Lusitania, botado en 1906.

La mencionada mesa estaba destinada para el Titánico. Pero, precisamente por sus enormes dimensiones, no pudieron meterla en el barco y acabó en la mansión de Pirrie. Cuatro años después de su muerte, el embajador español entre 1913 y 1931, Alfonso Merry del Val, arrendó por cien años el edificio. Con mesa incluida, claro.

El pasado año, España finalmente compró el inmueble, y también el de la cancillería, que se encuentra justo al lado, por 91.545.195,89 euros, según informó el ministerio de Exteriores. Y es que, en ocasiones, los objetos de leyenda no tienen precio. Los astilleros sí, pero no hay demasiados inversores dispuestos a pagarlo.

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