Sareb: la ruinosa empresa que salvó a España

Las dudas atenazan el futuro del banco malo, creado para absorber los errores de la banca y que ahora será público al 100%

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Sareb: la ruinosa empresa que salvó   España

En el mundo económico, cuanto más extraños los neologismos creados, más controvertidas las realidades que enmascaran. La ciudadanía lo debió de empezar a sospechar en los peores momentos de la larga crisis financiera, que sorprendió a la economía mundial en 2008 y que se ensañó en España durante más de un lustro. En esos días oscuros aprendimos la siniestra realidad de conceptos como preferentes o prima de riesgo, y nos inventamos otros como Frob o Sareb.

Echando la vista atrás, porque esta historia empezó en 2012, hay que recordar dos aspectos: en cuanto a la economía española, hacía equilibrios en la última cornisa de un acantilado. La situación era tan grave que no faltaban los comentaristas y las instituciones que daban por seguros escenarios tan extremos como una quiebra del estado español o una salida del euro.

En cuanto a la banca, la situación no era mejor. Había vivido años de crecimiento exagerado de la mano de una clamorosa burbuja inmobiliaria que nadie quiso parar. A partir de la caída de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, la morosidad se disparó, el mercado interbancario (en el que los bancos se prestan dinero entre si) se secó y el crédito dejó de manar, cosa que condenó a familias, autónomos y empresas. Un destacado banquero del Ibex-35 de esos años explica off the record la situación con estas palabras: “El año 2012 probablemente no había ningún banco español que no estuviera en quiebra”.

La pregunta que nos podríamos hacer es qué pasó para que tanto España como el sector financiero sobrevivieran a ese año negro. Y la respuesta bien puede pasar por ese extraño acrónimo que era la Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria, también conocida como Sareb, que rápidamente pasó a ser denominada con un nombre mucho más familiar y explicativo: el banco malo.

A finales de 2012, la Sareb se constituyó con un mandato y objetivo: absorber los activos tóxicos que amenazaban con hundir al conjunto de la banca española. Estos activos eran de dos naturalezas: por un lado, inmuebles que las entidades se habían quedado ejecutando créditos impagados en los primeros años de la Gran Recesión (a menudo eran propiedades sin ningún tipo de salida comercial, o incluso a medio construir), pero sobre todo los temidos créditos dudosos o impagados, verdadera enfermedad de los bancos, porque consumían capital y se tenían que apuntar contablemente como pérdidas.

Para crear este banco malo todo el mundo puso de su parte. De entrada, Bruselas: la creación de un banco malo era la séptima condición de las 32 que impuso a España en ese convulso verano para acceder a un rescate de hasta 100.000 millones, necesario para frenar la caída. Para seguir, el Estado puso 2.160 millones, mientras que la banca y el gran Ibex-35 contribuyeron en uno de los ejemplos más sonados de lo que es una operación de estado: en la Sareb pusieron dinero en primera instancia Bankinter, Unicaja, Íbercaja, Cajamar, Caja Laboral, Banca March, Cecabank y el Banco Cooperativo Español, además de dos entidades extranjeras -Deutsche Bank y Barclays Bank- y cuatro aseguradoras -Mapfre, Mutua Madrileña, Catalana Occident y Axa-. Posteriormente llegarían peces más gordos: Banco Santander, CaixaBank, Banc Sabadell, Popular, Kutxabank, Banco Caminos e Iberdrola, además de una nueva remesa de aseguradoras, como Zurich, Santa Lucía, Generali, Reale, Pelayo Seguros y Asisa. Así, si el sector público puso 2.160 millones, el privado llegó a los 2.640 millones (55%).

Los principales pagadores privados fueron el Santander (805 millones), CaixaBank (581 millones) y el Sabadell (321 millones). Del listado destacaba la ausencia del BBVA, entonces bajo el férreo control del hoy imputado Francisco González. “Dijo que ahí se perdería dinero y que él no estaba para hacer perder dinero a los accionistas del banco”, recuerda todavía un financiero.

Con esta inyección, la Sareb empezó a hacer su labor. El economista Alejandro Inurrieta, que vivió el estallido de esa crisis desde el ministerio de Economía en tiempo del PSOE, lo explica así: “Se trataba de llenar una piscina de porquería de los bancos para que dejara de consumir capital de las entidades”. Y la piscina se creó con la compra de nada más y nada menos que 200.000 activos que el banco malo fue comprando a los bancos. En total, se dejó 50.781 millones de euros, el 80% de los cuales eran la joya de la corona de la toxicidad bancaria -préstamos a promotores-, y un 20% restante, inmuebles de todo tipo, desde viviendas hasta trasteros, locales, naves u hoteles. Estas compras de 50.781 millones las hizo con préstamos avalados por el Estado.

Y es en en este punto cuando se dispara la controversia sobre la Sareb. “El gran debate eran las valoraciones con las que entraban los activos. Hubo muchas quejas porque las valoraciones eran más altas de lo que era razonable”, explica un destacado financiero catalán que lo vivió en primera persona y que pide el anonimato.

“Fue un gran error”, lamenta Inurrieta, “porque los precios estaban inflados y un problema de la banca pasó a ser de la Sareb, que pagamos todos, y así se socializaron las pérdidas”. Además, al conseguir vender unos activos que ya se consideraban perdidos, los bancos se pudieron apuntar contablemente unos beneficios surgidos de la nada.

Hay que recordar que el objetivo de la Sareb, a priori, era maximizar la venta de estos activos para devolver el máximo de dinero posible a los contribuyentes. Pero desde 2012 hasta la actualidad los resultados de la Sareb han venido marcados por una hemorragia de pérdidas, que fijan el agujero en un total de 5.114 millones de euros. Solo hubo un año, el 2015, en el que obtuvo beneficios: 300.000 exiguos euros.

Estas pérdidas de una entidad participada con dinero público no son lo peor: Inurrieta avisa de que el gran problema son las deudas que contrajo para comprar los activos con los que llenaría su piscina tóxica. No obstante, fuentes del banco malo se defienden: “A día de hoy no se ha ejecutado ningún aval, dado que la compañía ha cumplido con todas sus obligaciones de repago de la deuda”. Esto es clave porque, recordémoslo, es el Estado quien hizo los avales, por un importe que con el tiempo ha bajado hasta los 35.000 millones.

La cifra, de hecho, ya pesa en las cuentas públicas, porque en marzo de 2021 la Comisión Europea obligó al Estado a asumir como propia esta deuda en sus datos de deuda pública y déficit.

Un directivo que ocupaba un cargo destacado durante la crisis anterior señala otro problema de la Sareb: “La idea era poner aquellos activos tóxicos en un congelador y sacarlos 30 años después, pero aquí hemos sido Pepito Prisas y no hemos podido recuperar una parte importante del dinero”, dice, en referencia a la lenta evolución del mercado inmobiliario.

A pesar de estas críticas, a las que se suma “el oscurantismo de la empresa” y el perfil de los primeros gestores de la Sareb, como por ejemplo la presidenta Belén Romana, próxima a Luis de Guindos y sobre la que hay unanimidad en decir que no sabía nada del mercado inmobiliario. Ahora bien, también hay una amplia coincidencia en que la Sareb fue fundamental para que la economía española no quebrara. “El balance es más que positivo; era necesaria y permitió recuperar el funcionamiento del sistema”, dice un banquero.

Otro destacado financiero discrepa: “La Sareb no salvó nada, lo que salvó el sistema financiero son los millones de euros públicos que se inyectaron en los bancos”. Pero incluso desde este punto de vista se puede argumentar que, si Bruselas dio luz verde a un rescate que más que a las administraciones fue al sistema financiero, fue precisamente porque España había accedido antes a crear su banco malo.

De hecho, hay un detalle que confirma que posiblemente la Sareb fue una gran idea, y es el hecho de que la paternidad de la idea esté en discusión. Algunas versiones apuntan que el primero que planteó la idea en el gobierno español fue Joan Maria Nin en su época de consejero delegado de CaixaBank. Otras voces, por el contrario, indican que hubo un intento anterior, en este caso de crear un banco malo catalán que tenía que absorber los catastróficos activos de la hoy desaparecida Caixa Catalunya. Estas voces aseguran que el entonces presidente de la entidad, Narcís Serra; su director general, Adolf Todó, y el conseller de Economía, Antoni Castells, fueron los padres de la idea. Según esta versión, hablaron con el secretario de estado de Economía, David Vegara, pero en ese momento la idea -repetidamente testada y con éxito en países como Suecia, Francia o el Reino Unido- no cuajó. “Era imposible que le dieran luz verde; entonces Zapatero decía que éramos el mejor sistema financiero del mundo”, lamenta una fuente del sector.

Cuando se acerca a los diez años de vida, la Sareb ha vuelto a ser noticia estos días: el consejo de ministros acaba de aprobar que el Frob (el mecanismo público para recapitalizar los bancos, creado también durante la Gran Recesión) se quede con el 100% de la Sareb, comprando a la banca por un precio simbólico de 200 euros su 55% de participación. De este modo, los bancos dejarán de estar expuestos a las posibles pérdidas que se deriven de la empresa, y todo el riesgo pasará a ser público. “Se está produciendo un traspaso del riesgo de privado a público a precio cero”, lamenta Inurrieta.

¿Qué planes tiene el gobierno para la Sareb? Algunas voces apuntan que el ejecutivo, en manos del PSOE y Podemos, quiere aprovechar el parque del banco malo para impulsar la vivienda social con los 46.450 inmuebles que todavía no ha podido vender. Otros lo ponen en entredicho y apuntan que la idea de la ministra de Economía, Nadia Calviño, pasa por asumir las pérdidas y liquidar una empresa que, de hecho, ya ha hecho su trabajo y se ha convertido en un pozo sin fondo.

Es el incierto futuro de la Sareb, ángel y demonio y pieza clave e imperfecta para entender por qué ni España ni el sistema financiero español cayeron en el abismo ahora hace una década.

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