Orden

"No quiero tirar nada": cómo convivir con un acumulador

Vivir con una persona que guarda sin pensar puede resultar complicado, ya que puede invadir el espacio del resto de la familia o de los compañeros de piso. Os ofrecemos consejos para mejorar la convivencia

Clara Massons
4 min
Objetos acumulados en un trastero en una imagen de recurso.

¿Cuántas cosas dirías que tienes en tu casa? Según el diario Times de Los Ángeles, las casas estadounidenses tienen en promedio unos 300.000 objetos. En los últimos años hemos multiplicado nuestras posesiones y adoptado un estilo de vida de adquirir y acumular. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a vivir en un equilibrio para que no se nos inunde la casa de trastos y muebles, y vamos haciendo limpiezas periódicas, elección y donaciones de las cosas que no necesitamos y que pueden tener una segunda o tercera vida en unas otras manos. Pero no todo el mundo suelta tan alegremente. Todos conocemos a más de una persona, que se autodenomina coleccionista, que retiene cosas porque “nunca se sabe” o porque “un día puede hacer servicio”. Los coleccionistas saben qué tienen, dónde lo tienen y qué les falta. Lo conservan bien clasificado y en óptimas condiciones. Los acumuladores, por el contrario, no saben ni recuerdan qué tienen ni dónde lo han guardado, y puede que se les haya florecido más de una caja por culpa de la humedad.

Guardar sin pensar

El acumulador almacena sin saber exactamente para qué lo utilizará, guarda sin pensar y en algunos casos compra compulsivamente o adquiere cosas gratuitas o viejas, incluso basura, y las lleva a su casa. La gran diferencia con alguien que fluye es que el acumulador retiene. No suelta. Para muchos acumuladores, tirar o dar es perder el dinero. Pero no se dan cuenta de que sueltan el duro para coger la peseta, porque compran más muebles para guardar sus cosas y pagan alquileres de trasteros cada mes para guardar de todo y más. Una forma de no caer en la acumulación es preguntarse: “Si esto ahora lo perdiera, ¿me lo volvería a comprar?”.

La convivencia con el acumulador es complicada, porque llena la casa e invade el espacio del resto de la familia o de los compañeros de piso, provocando incomodidad e incluso discusiones. “Pero si no te lo pones nunca” y “tíralo, que no lo utilizas” son las frases que más oyen y para las que siempre tienen una respuesta evasiva. O incluso defensiva: "Tú también guardas de todo y no te digo nada".

De hecho, es bastante común acumular algunas cosas, como ropa que guardamos “para cuando nos adelgazamos” y libros que no molestan y no se han tocado de los estantes en años. La mayoría acumulamos una cosa u otra, y esto no es indicativo de un desorden interno. Por ejemplo, acumular revistas a las que estamos suscritos y que guardamos para leer más adelante, comprar muchas botellas de champú de tamaño familiar porque estaban de oferta, guardar muestras que nos han dado en la farmacia o en la perfumería “por si vamos de viaje ", almacenar kilos de harinas diferentes porque unas Navidades nos regalaron una panificadora o tener en el armario mucha ropa de deporte que no utilizamos porque cada vez que nos proponemos empezar a correr nos lo compramos todo nuevo para motivarnos".

La solución: pactar y delimitar el espacio

Primero, tengamos claro que ya podemos hacerles un sermón minimalista, que los acumuladores no los cambiaremos. Es necesario pactar y delimitarles el espacio para que no afecte a la convivencia. El acumulador puede alquilar trasteros o espacios de almacenamiento. Fuera de casa y con sus recursos (cada pareja sabe cómo tiene organizada la economía) puede hacer lo que quiera. La cuestión es que nos respete nuestro espacio y nuestra forma de vivir dentro de casa.

Si acumula piezas de hierro de todos los tamaños para realizar obras de arte, que es su afición, que las tenga en un taller o en un lugar concreto de una estancia. Pero no dispersas por doquier, porque si no es un caos. Si acumula cosméticos, es necesario repartirse el espacio del lavabo. Por ejemplo, una balda o un cajón para cada uno. El resto, la puede tener dentro de su armario en el dormitorio, donde no nos moleste. Pactar es la forma de evitar discusiones para reclamar el espacio propio. O quizás no le reclamemos, pero podemos sentir que nuestras necesidades de orden y espacio son ignoradas.

Si necesitamos tener más bien poco pero nuestra pareja quiere tener un montón de cosas, debemos llegar a un promedio. Puede conservar sus recuerdos en cajas, y sólo poner ciertas cosas a la vista. Más de lo que nosotros quisiéramos pero menos de lo que el otro quiere, y sin la necesidad radical de deshacerse de ellos; sólo con ocultarlo un poco. Y, siempre que sea posible, que lo guarde en su mueble o habitación. Tener nuestras cosas mezcladas con las suyas es crear un terreno pantanoso.

Lo que queremos evitar, por tener una buena convivencia, es que la acumulación de nuestra pareja, padres o compañeros de piso nos invada nuestro espacio y vaya avanzando paulatinamente. Aunque también puede haber el caso de una acumulación repentina, como en un duelo.

Es el caso de Carme, que perdió a su madre a raíz de una enfermedad y tuvo que vaciar la casa de la difunta sola, porque su hermana no quería saber nada. Aunque tenía amigas que le ayudaban, no se veía con corazón deshacerse de nada, aunque fuera viejo y estuviera en mal estado, ni de dar a beneficencia las cosas aprovechables. Pero tampoco lo necesitaba ni le hacían ilusión. Ante la imposibilidad de vaciar el piso, y viendo que pasaban los meses removiendo y removiendo cosas con el apartamento todavía lleno, se lo llevó todo a su casa. Dejó cosas en el garaje en cajas a medio cerrar, y el resto de cosas las fue metiendo como pudo dentro de su casa. Con el tiempo, deshacerse de todos (o parte) de estos elementos que conforman una casa entera dependerá de cómo haga el luto Carme y de diversos factores, como por ejemplo su miedo a la carencia y el apego al pasado .

Señales de alarma

A veces en la acumulación hay señales de alarma, aunque puede que no vayan a más. Acumular basura, como cajas de medicamentos huecas, zapatos florecidos o electrodomésticos estropeados. Como el caso de Martí, que tenía los padres mayores y, como vivían en el campesino, tenían bastante sitio para guardar de todo y la filosofía de que no se tiraba nada, que todo se aprovechaba. Un día que sus hijas se quedaron por la tarde a jugar en casa a los abuelos, entró en el despacho de su padre y se preocupó. Había basura hasta el techo. Periódicos, bolsas, cajas, máquinas, libros, enciclopedias viejas, polvo… Después de hablar con sus padres e incluso discutir con ellos, logró que el padre vaciara el despacho. Fueron seis viajes al punto limpio con la furgoneta llena. Pues bien, cuatro meses más tarde, el despacho volvía a estar igual, o peor. Había acumulado de todo de nuevo. Esto es frecuente en casos de acumulación grave, que no se solucionan aseando y pasando la bayeta. Hay que ir a las causas de esta acumulación con un especialista en salud mental y estar encima para que el problema no se agrave.

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