"Mi hijo me ha dado la fuerza para huir"

Catalunya ultima un dispositivo para acoger a centenares de mujeres ucranianas que llegan solas o con criaturas huyendo de la guerra

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Lisa Kriukova hablando con su hijo Gregori, en el centro de Barcelona.

BarcelonaNi en las peores pesadillas, Lisa Kriukova se habría imaginado volver a ver a Valeria como refugiada de una guerra incomprensible. La última vez que las dos amigas se habían encontrado fue en unas felices vacaciones familiares en Catalunya, pero desde que el 24 de febrero las tropas de Putin invadieron Ucrania aquel mundo se explica ya en pasado y ha forzado a más de 1,5 millones de ucranianos –medio millón son criaturas, según Unicef– a huir hacia territorios europeos más seguros, dejando atrás los hombres de la familia, reclutados en el ejército. Se calcula que en Catalunya ya han llegado un millar de personas, la mitad de las cuales están siendo atendidas en plazas de la red pública, mientras que el resto cuentan con la ayuda de particulares –muchos ucranianos residentes–, que se abocan a darles cama y comida. Aunque no hay datos, solo hay que pasearse por los centros de atención para saber que hay una mayoría de mujeres, como Kriukova, que hace que cambien “los perfiles” de los demandantes de asilo respecto a otras crisis, admite la secretaria de Igualdad, Mireia Mata. A pesar de todo, subraya que las ucranianas no se consideran personas especialmente vulnerables, como sí que lo pueden ser otras mujeres que llegan solas.

Doctora en filología inglesa y profesora en la Universidad Tecnológica de Kiev, Kriukova recuerda cómo la noche antes de la invasión había dejado preparada la bolsa para ir al trabajo y la mochila escolar de su hijo Gregori “como cualquiera otro día”. Cuando se hizo de día salieron de casa con poca cosa más que los pasaportes y la tarjeta de crédito para dirigirse al refugio antiaéreo, pensando que al cabo de dos o tres días volverían a casa. No fue así. Y viendo como empeoraba el panorama, decidió llamar a su amiga Valeriia (que prefiere no identifiarse), establecida en Barcelona desde hace doce años. Su marido los llevó hasta la frontera eslovaca en coche y de allí ya subieron a un vehículo de uno de los numerosos voluntarios que establecen corredores humanitarios para llevar material recogido en Catalunya y volver con el máximo número de personas que huyen de los bombardeos. “Pensé que teníamos más riesgo quedándonos allí que yéndonos”, explica Kriukova, de 36 años. “Mi hijo me ha dado la fuerza para huir”, dice mirando a Gregori, que se distrae con un juego en el móvil.

De momento, Kriukova y su hijo viven en la casa familiar de Valeriia y cuentan impacientes las horas para encontrarse con una tercera amiga, que ha intentado unas cuantas veces salir de Kiev, y que ya saben que está de camino. Las tres se conocieron en esta última ciudad de Crimea cuando formaban parte del grupo de danza tradicional Darts, con el cual viajaron por medio Europa. “Muchos de los componentes nos hemos ido instalando en Europa, como yo, y ahora la guerra nos permitirá reunirnos otra vez”, bromea Valeriia, que comenta que desde que estalló la primera bomba “siente una opresión en el corazón” de dolor y rabia. Con la doble nacionalidad rusa y ucraniana, confiesa sentirse “destrozada y en shock” por cómo uno de sus países “masacra al otro”, y no ha dudado nunca que tiene que ayudar su amiga, con pasaporte ucraniano pero con quien habla en ruso, como muchos ucranianos. “Estábamos tan mezclados que no puedo entenderlo”, añade Kriukova.

Volver cuanto antes mejor

Nadia proviene de una pequeña localidad próxima a Eslovaquia y hace cuatro días que, con su hija de cinco años, está con la suegra, también ucraniana. Su marido se quiso quedar en el país “para defender la casa” y entre los dos decidieron que la mejor opción era instalarse en Barcelona hasta que pase la parte principal del conflicto y “volver tan pronto como se pueda”, dice, a pesar de que la incertidumbre hace que quiera escolarizar a la niña para que tenga un lugar de socialización.

La secretaria de Igualdad admite que hoy por hoy el dispositivo de las administraciones se centra en “parar el golpe” y poder cubrir las necesidades más básicas de techo y comida de los que van llegando por, en una fase posterior, poder redistribuir los grupos familiares hacia viviendas que ofrecen instituciones o particulares y que apenas ahora "se están recogiendo y ordenando".

Un problema enorme es el tapón en los alojamientos de la red pública, ocupados todavía por las familias afganas refugiadas después de la caída de los talibanes y que continúan dependiendo del programa de asilo. Para los ucranianos, el gobierno español se ha comprometido a abrir una vía rápida para priorizarlos y que en un periodo expreso puedan tener el permiso de residencia y de trabajo.

En paralelo al alojamiento, habrá que darles atención psicológica, advierte Ingeborg Porcar, directora técnica de la Unidad de Crisis de Barcelona de la UAB, y que señala que la especificidad de esta crisis humanitaria está en el hecho que son civiles expuestos "a una guerra y una fuga". Unas situaciones con un "alto potencial traumático", a las cuales se añade un tercer factor de ruptura de las familias, que supone un "doble factor estresante". El especialista en traumas y conflictos explica que estas mujeres en Catalunya pueden sentir "cierta seguridad física" tanto para ellas como para sus criaturas, si las tienen, pero que difícilmente conseguirán relajarse sabiendo que la pareja o la familia en Ucrania están en peligro. "El abordaje [de la salud mental] tiene que ser proactivo" y ofrecer "programas de prevención", aconseja Porcar, a pesar de que admite que la tradición de la red sanitaria catalana es de esperar la demanda, como pasó con la atención a las víctimas de los atentados del 17-A.

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