El aislamiento y la falta de infraestructuras empeora la tragedia de los poblados del Atlas
Las comunidades amazighs denuncian un abandono histórico, acentuado tras el seísmo
Ijoukak (Marruecos)Para llegar a Talat N'Yaaqoub, una localidad en medio de las montañas del Atlas, se tardan dos horas y media en coche. O mejor dicho, se tardaba. Ahora se necesitan entre cuatro y cinco horas bajo la amenaza de nuevos desprendimientos en los tramos finales de carretera. La ayuda gubernamental no llegó a la aldea de Idriss, situado en los alrededores de esa población, hasta tres días después de que el seísmo asolara Marruecos, donde ya se han confirmado 2.901 muertes.
El poblado de Idriss es el douar Ourzdin, que cuenta con unos 300 habitantes. Allí, explica, murieron 13 personas. Él, para llegar el domingo por la mañana desde Rabat tardó 20 horas. “Me fui de Rabat, que es donde vivo, al día siguiente del terremoto. Hasta Marrakech solo se tardan cinco horas. El resto del camino se hizo eterno porque estaba en muy mal estado; los últimos kilómetros tuve que salir de la carretera e ir por la orilla del río con la moto”.
Recorrer las carreteras del Atlas es adentrarse por un camino serpenteante, lleno de curvas que se abren paso entre las laderas de las montañas rojizas y llenas de rocas. El paisaje puede cambiar mucho según se va a ciudades como Amizmiz, donde se extiende un gran páramo completamente árido que hace olvidar que estás a más de mil metros de altitud, o en dirección a Talat N'Yaaqoub, donde las paredes de la montaña empujan hacia la orilla de la carretera, que se precipita metros abajo, por donde discurre el río Nfiss. Aunque las autoridades llevan días sacando rocas y tierra para facilitar la circulación, en los puntos más adentrados queda mucho trabajo por hacer.
Pasado Asni y Ouirgarne, en dirección a la aldea de Idriss, las carreteras se hacen más angostas y el asfalto empeora. Algunos puntos son caminos de cabras donde hay que aminorar aún más la marcha por culpa de los cúmulos de piedras y tierra que ha dejado el terremoto. Un hilo de tierra se desliza abajo cuando pasamos por el lado y se hace un nudo en el estómago. "Vigilad, estas rocas han caído hoy mismo", avisa uno de los policías que regulan el tráfico en la zona. Las carreteras estrechas están llenas de furgonetas, camiones y también Porsches que llevan comida, agua y mantas a las víctimas del terremoto. Tampoco faltan las ambulancias y coches militares.
El abandono histórico de los amazighs
Los douares, los pequeños poblados que están dispersos por las montañas y que se han llevado la peor parte de la catástrofe, comienzan a hacerse más presentes. Lo que hace unos días era una imagen instagrameable para muchos turistas, ahora se ha convertido en miseria y dolor. La gran mayoría de casas están hechas de piedra y adobe. "Las hacemos a partir de la naturaleza", explica Ali, que nos pregunta si puede subirse a nuestro coche porque también va a Talat N'Yaaqoub. Él vive en un douar que está a cuatro kilómetros y solo se puede llegar andando. Ali es amazigh, al igual que Idriss y que la gran mayoría de la población del Atlas.
Hace años que líderes amazighs denuncian el abandono que sufre su comunidad en todo el país. En Ijoukak, el centro médico más cercano está situado en Ighil, justo en el corazón del terremoto. “Ahora ya está totalmente destruido. Igualmente, antes, si tenías algún problema grave, el hospital más cercano era el de Tahannaout o el de Marrakech, a más de 60 kilómetros", denuncia Ali. Cuando llegamos a Talat N'Yaaqoub, Idriss nos cuenta el mismo: "Hay gente que se ha muerto de una gripe. También hay mujeres que estaban de parto y la ambulancia ha tardado horas en llegar".
Tampoco sobran las escuelas e institutos. “Hasta hace dos años tenías que ir a Asni o Marrakech para ir al instituto. Yo mismo fui a Asni”, comenta el joven de 28 años rodeado de edificios derrumbados. Los materiales baratos también propiciaron que la gran mayoría de las casas no hayan podido resistir el terremoto. “El cemento es demasiado caro para muchas familias y, además, si quieres construir con estos materiales debes pagar un impuesto al gobierno. En cambio, si hacemos las casas de adobe no es necesario pagar nada”.
La falta de infraestructuras y las pocas perspectivas laborales son lo que empujaron a Idriss a irse a Rabat. “Todos los jóvenes marchamos fuera para ganar dinero y enviarlo a la familia”, explica, y Ali añade: “Aquí la gente gana unos 60 dirhams [unos 5,5 euros] al día”.
El aislamiento previo que sufría la población se ha visto acentuado por el terremoto. Cuando Idriss nos quiere llevar al douar Tinmel, junto a la histórica mezquita de Tinmel, se repite lo mismo que al principio del camino: los cinco minutos en coche se convierten en 20. “Las autoridades nos preguntan el número de muertos y nosotros recuperamos los cuerpos”, denuncia Idriss , que con el resto del pueblo rescataron a una veintena de personas atrapadas bajo los edificios derrumbados.
En Tinmel, el paisaje es el mismo: casas derrumbadas y tiendas de campaña donde la gente intenta salir adelante. El olor de los animales muertos bajo los escombros es omnipresente. No hemos puesto un pie fuera del coche cuando se nos acerca Youness y nos invita a comer. Antes de entrar en la tienda, donde hay un gigante plato de cuscús, nos señala los escombros que hay detrás: “Eso era mi casa”. Todo el mundo come del mismo plato. Las mujeres comen todas juntas en la cocina improvisada. Los hombres, en la mesa. Entre cucharada y cucharada, Youness explica que en Tinmel han muerto 17 personas de 200. Para evitar que se nos haga de noche en la montaña, volvemos al coche pasado el mediodía. No nos dejan marchar sin darnos un paquete de botellas de agua. "Los amazighs y los musulmanes somos así", dice Idriss.