La elección presidencial de este año se ha convertido en un nuevo capítulo de polarización política en Estados Unidos, un fenómeno que se ha intensificado en las últimas décadas. La victoria de cualquiera de los dos candidatos –ya sea Kamala Harris o Donald Trump– no resolverá, en un futuro próximo, las hondas divisiones entre republicanos y demócratas, entre grupos raciales y étnicos, ni entre la América rural y la urbana. Sus diferencias van más allá de simples desacuerdos políticos o ideológicos que podrían solucionarse con diálogo; reflejan una profunda animadversión entre los miembros de cada grupo, que son percibidos no sólo como adversarios legítimos, sino a menudo como enemigos. Esta polarización emocional, conocida también como polarización afectiva, debilita la confianza, reduce la tolerancia, pone en peligro la cohesión social y dificulta los compromisos.
Con la sorprendente llegada de Trump a la Casa Blanca en 2016 se profundizaron divisiones sociales y culturales ya existentes en la sociedad norteamericana. En los años sesenta los votantes blancos de los estados del sur migraron del Partido Demócrata al Partido Republicano, un proceso iniciado con la defensa de los derechos civiles por parte de los presidentes demócratas John Kennedy y Lyndon Johnson. Esta transición fue seguida por un cambio significativo entre los votantes evangélicos blancos. durante la presidencia de Ronald Reagan, que se empezaron a identificar con las políticas del Partido Republicano, especialmente a causa de su oposición a Roe vs. Wade, el caso que reconocía el derecho al aborto. incrementar la polarización partidaria, con los ciudadanos agrupándose en partidos políticos cada vez más homogéneos, marcados por valores e ideologías compartidos. La presidencia de Barack Obama también jugó un papel crucial en esta evolución. Pese a las expectativas de superar las divisiones raciales, la elección de Obama hizo resurgir el resentimiento racial y la ideología etnonacionalista, provocando reacciones negativas entre los votantes blancos. conservadores. Este clima inspiró contramovilizaciones, como el movimiento del Tea Party, que expresó frustración con las políticas que beneficiaban a las minorías y los inmigrantes.
Trump capitalizó estas divisiones cuando se lanzó a la carrera presidencial en 2015. A través de su retórica divisiva y antiestablishment, se presentó como un defensor de los estadounidenses “verdaderos”, opuesto a los inmigrantes, las minorías y las élites liberales. Esta estrategia resonó especialmente en quienes se sentían frustrados por las desigualdades económicas, alimentadas por la globalización y la carencia de oportunidades, así como por la percepción de una amenaza a su identidad cultural.
Si bien los dos partidos contribuyen a la polarización, el desplazamiento de los republicanos hacia la derecha ha sido más rápido e intenso. Esta tendencia ha desdibujado las líneas tradicionales del debate político, creando un clima de hostilidad con los que piensan de manera diferente. Tanto la polarización asimétrica como la emocional hacen que los compromisos sean cada vez más difíciles y pueden tener consecuencias peligrosas para la sociedad, incluyendo el aumento de la violencia política y el debilitamiento de las instituciones democráticas.
Por último, pero no por ello menos importante, los medios de comunicación, especialmente las redes sociales, han exacerbado esta polarización. A través de algoritmos que favorecen contenidos que generan mayores reacciones y emociones fuertes, promueven las perspectivas extremas y amplifican los discursos incendiarios. Esto ha creado "cámaras de eco" que radicalizan las ideas y dificultan la comprensión mutua. estructura social de Estados Unidos. La fragmentación del electorado y la desconfianza con las instituciones dificultan la gobernabilidad y reducen la influencia del país en el ámbito internacional. BK_SLT_LNA~