El ex primer ministro neerlandés, el liberal Mark Rutte, tomará el relevo de Jens Stoltenberg el próximo martes en una ceremonia en la sede de la OTAN de Bruselas. Al igual que el noruego, Rutte también es una figura de consenso y se espera que actúe con la misma moderación que su predecesor. Y, por delante, tiene los retos de continuar la misma obra que el socialdemócrata escandinavo: apoyo a Ucrania, potenciar la capacidad militar de la Alianza Atlántica, implicar aún más a los países europeos y evitar dependencias críticas con cualquier socio poco fiable, como la China.
El adiós del hombre que pasó de apedrear la embajada de EEUU a resucitar la OTAN
Jens Stoltenberg finaliza su mandato al frente de la Alianza Atlántica y pasará a la historia como el dirigente que le ha revitalizado
BruselasLa historia de Jens Stoltenberg es la historia de Europa y su relación con el militarismo, Estados Unidos y todos los traumas derivados de la Segunda Guerra Mundial. El ex primer ministro de Noruega, cuando dirigía a las juventudes socialistas del país, se oponía taxativamente a la guerra de Vietnam ya la pertenencia del estado noruego a la OTAN. Incluso, como protesta, tiró piedras en la embajada estadounidense en Oslo. Sin embargo, con los años fue cambiando de parecer sobre la existencia de un bloque militar occidental controlado por Estados Unidos y, como la gran mayoría de socialdemócratas europeos, acabó abrazando la idea de formar parte de la Alianza Atlántica. Tanto, que le ha acabado dirigiendo durante una década, hasta este martes, que entregará formalmente el timón al neerlandés Mark Rutte, y ya habrá pasado a la historia como el líder que le ha resucitado.
Stoltenberg fue elegido secretario general de la Alianza Atlántica en el 2014, un momento en el que la entidad militar estaba en plena decadencia. Perdía apoyo popular y ni los propios líderes estatales le encontraban el sentido existencial. Y, con los años, la cosa fue de mal en peor. Donald Trump gana las elecciones de Estados Unidos en el 2017 y amenaza con desacoplarse de la OTAN y de la función de padre protector de Europa que el Pentágono desempeña desde la Segunda Guerra Mundial. El propio presidente francés, Emmanuel Macron, sentenció que la Alianza Atlántica se encontraba en una situación de "muerte cerebral".
La guerra de Ucrania lo dio la vuelta todo. El expansionismo del régimen de Vladimir Putin atemorizó a los socios europeos y ha puesto de manifiesto su dependencia en seguridad de Estados Unidos. Y, además, Washington cada vez se desentiende más de los intereses militares de Europa, una tendencia que puede acelerarse si Trump recupera la Casa Blanca en las elecciones estadounidenses de noviembre.
De repente, los estados que la forman ven a la OTAN como una unidad militar muy necesaria para su seguridad. El gasto en defensa de los socios atlántico se ha incrementado de forma sustancial en los últimos años y ya ha superado los niveles de la Guerra Fría. Y, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, a Europa se le ha puesto entre ceja y ceja recuperar su capacidad militar y volver a tener voz y voto en el tablero internacional, independientemente de los vientos que soplan en Estados Unidos. "Nunca deberíamos dar por asegurado el vínculo entre Europa y Norteamérica", avisa Stoltenberg en su carta de despedida.
Los socios de la OTAN tampoco han vacilado a la hora de apoyar a Ucrania ante la invasión rusa. Todos los principales aliados del gobierno de Volodímir Zelenski forman parte de la OTAN y la entidad –a través de los estados que forman parte y la Unión Europea– en todo momento le ha proporcionado apoyo militar y político. En este sentido, cabe recordar que la Alianza Atlántica se ha comprometido a aceptar al estado ucraniano cuando acabe la guerra.
Y, más allá de incrementar la capacidad militar, la OTAN ha logrado crecer en número de socios y añadir estados que tiempo atrás parecían muy lejos de algún día querer convertirse en un aliado atlántico más: Finlandia y Suecia. De esta forma, Stoltenberg también dejará una Alianza Atlántica con más socios y territorios de la que se encontró.
La precisión noruega
Es evidente que la revitalización de la OTAN no es mérito de Stoltenberg, pero su carácter y forma de liderar han funcionado como aceite en una lámpara en una entidad tan delicada y dispar como es la Alianza Atlántica, especialmente en plena guerra de Ucrania. Pese a su pasado pacifista y socialista que al principio generaba reparos entre algunos socios atlánticos, pronto se ganó la confianza de la gran mayoría de líderes estatales.
Gusta porque es exactamente lo contrario de un bocazas. Siempre actúa con una cautela absoluta y no se sale lo más mínimo del guión que han acordado los socios. De hecho, se le ha criticado a menudo de ser como un robot, un disco tachado, de decir siempre lo que se espera que diga y de nunca dar un titular sin querer. Y, si la mujer, se trata de un matiz muy estudiante e intencionado. Domina a la perfección el lenguaje diplomático y se ha erigido en una gran figura de consenso, desde los países más belicistas a los más pacifistas. Por este motivo, ha costado tanto encontrarle un sustituto y se le ha prolongado su mandato en más de una ocasión.
Finalmente, sin embargo, pliega. Y, en la carta de despedida que ha publicado este viernes, Stoltenberg ha vuelto a hacer honor a la fama que le precede y ha dejado entrever alguna advertencia a su sucesor. "Es más importante la libertad que el libre comercio", destaca. Así, el líder noruego insta a los socios a tratar de no tropezar dos veces con la misma piedra y no cometer con China el mismo error que con Rusia. "Debemos reducir nuestra dependencia", insiste.