Energia

Gazprom: el gigante de Putin para debilitar Europa

La gran gasista se convierte en una arma rusa contra la UE después del ataque en Ucrania

Gazprom
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“La paradoja es estrangular a un país que, a la vez, es quien te permite mantener la calidad de vida”. Esta es la visión sobre las sanciones en Rusia que tiene Xavier Ferrer, doctor en economía, politólogo y presidente de la comisión de economía internacional y de la UE del Col·legi d’Economistes de Catalunya. La clave es la dependencia energética de Europa respecto de Rusia, pero también la dependencia que tiene la economía rusa de la venta de energía en la Unión Europea. Cada día la UE paga a Rusia más de 700 millones de euros por su gas. Y en este juego tiene un papel principal la empresa más grande de Rusia, Gazprom. Un gigante que tiene el origen en un ministerio, que da trabajo a casi medio millón de personas y que, a pesar de su gran dimensión, tiene una rentabilidad más bien exigua.

Gazprom se ha convertido hoy en un arma más de guerra para Vladímir Putin. “Es la nueva arma del siglo XXI”, corrobora Víctor Ruiz Ezpeleta, ingeniero y profesor de la EAE Business School. Rusia, a través de Gazprom y sus filiales, suministra el 40% del gas natural que consume la Unión Europea. Cerrar el grifo paralizaría muchas industrias, sobre todo de Alemania, la locomotora de la economía europea, y dejaría millones de hogares a oscuras y sin calefacción.

Dmitri Medvédev, expresidente de Rusia y un hombre que fue clave en la configuración de lo que es Gazprom actualmente, dejó clara esta utilización de la empresa como arma de guerra contra Europa: “Bienvenidos a un nuevo mundo solo para valientes, donde los europeos pronto pagarán 2.000 euros por 1.000 metros cúbicos de gas natural”. Fue el mensaje que colgó en las redes sociales justo un día antes del comienzo de la invasión de Ucrania. Un precio desorbitado, pero que en parte de Europa ya se paga. Los futuros del MWh de gas natural en el mercado TTF de Amsterdam, de referencia en Europa, tenían un precio hace un año de 16,5 euros. Ahora se acercan a los 165 euros, es decir, diez veces más. “El dinero es miedoso. Cuando hay incertidumbre, los precios suben”, apunta Xavier Ferrer.

Para entender el uso político de Gazprom hay que ir a su origen. Con la derrota de la URSS, en la Rusia de Borís Yeltsin empezaron las privatizaciones. El antiguo ministerio del Gas se convirtió en 1989 en Gazprom, una empresa que tiene el 65% de las reservas de gas ruso y el 90% del gas que produce el país. Pero aquella empresa privatizada, con la llegada de Vladímir Putin en el poder, cambió de rumbo. En el año 2000 volvía a estar controlada por el estado, que ahora tiene el 38% del capital y el control absoluto, y regida por oligarcas de la máxima confianza. Quien se codeó con Putin en la presidencia del país, Dimitri Medvédev, renegoció la deuda de la empresa. Ahora dirige la compañía Aleksei Miller, un hombre de Putin.

La guerra llega justo en el mejor momento en términos de resultados de Gazprom. En 2021 la compañía extrajo 514.800 millones de metros cúbicos de gas, el mejor resultado en trece años, sacaba pecho Miller a comienzos de 2022. De hecho, aumentó la producción en 62.200 millones de metros cúbicos respecto a 2020. Las exportaciones fueron de 185.000 millones de metros cúbicos, 5.800 millones más que un año atrás. De enero a septiembre, Gazprom ganó 1,6 billones de rublos (18.348 millones de euros), mientras que en el mismo periodo del año anterior había generado unas pérdidas de 218.378 millones de rublos (2.871 millones de euros). Pero la compañía es un gigante con pies de barro. La plantilla, con 470.000 trabajadores, no es la más productiva del sector. Así como Gazprom gana una media de 250.000 euros por trabajador, competidoras del sector como Shell tienen unas ganancias de 3,5 millones por trabajador.

Además, la guerra ha pasado factura a la capitalización bursátil. Algunos socios privados, como el fondo soberano de Noruega (el más grande del mundo), ya han dicho que lo abandonaban. En 2008 su valor en la bolsa superaba los 380.000 millones de euros. A comienzos del conflicto bélico valía solo 74.000 millones. Y el precio todavía puede caer más por las sanciones y el abandono de los socios privados.

Pero Gazprom no trata igual a todos sus clientes. Y por eso el precio al que vende el gas se convierte en un arma en sí mismo. En el mercado interior, el gas se vende a un precio subvencionado y, por lo tanto, poco rentable para la compañía. En los mercados exteriores, el precio al que vende el gas en un país amigo, como Bielorusia, es inferior al negociado con otros estados no tan próximos, como Moldavia. Y el extremo ya se demostró en 2006, cuando Putin cerró el grifo a la ahora invadida Ucrania.

Los números de la compañía muestran este trato diferente según el cliente. Entre enero y septiembre de 2021 las ventas de gas en Europa aumentaron un 14,3%, pero la facturación por estas ventas creció un 117%, hasta 29.132 millones de euros. Las ventas en Rusia, en volumen, aumentaron un 18% y en facturación un 34%. Que la facturación crezca más que el volumen se explica por cuestiones como el encarecimiento de la energía en la salida de la pandemia o por diferencias en el cambio. Pero también hay diferentes varas de medir según el tipo de cliente.

Y el principal cliente de la empresa es Alemania, a quien Gazprom debe de mucho. La renuncia al carbón, primero, y a la energía nuclear, después, ha hecho aumentar todavía más las compras de gas ruso en el país. Putin, a través de Miller, no ha dudado al retribuir a su manera a algunos políticos alemanes por estas decisiones. El excanceller Gerhard Schroeder está en los consejos de Gazprom, de la petrolera Rostneft y del proyecto Norte Stream. Esta semana el personal que tenía en la oficina de excanceller lo ha abandonado por su vinculación con Putin.

Pero el presidente ruso no solo ha utilizado Gazprom como arma económica para influir políticos y países. También para controlar la opinión pública interna en Rusia e incluso más allá. En 2001, Gazprom compró el canal de televisión NTV al magnate Vladímir Gusinski. La gasista creó incluso una extraña filial de mediados de comunicación, Gazprom Media, que en 2002 compró a Gusinski Media-Most, mientras el Kremlin perseguía y enchironaba al magnate de los medios de comunicación. El intento de controlar -o influir- en la opinión pública no se limitó en el mercado interior.

En 2007, The Times publicó que una compañía internacional de petróleo y gas había mantenido conversaciones privadas para comprar Dow Jones por 5.000 millones de dólares. Después se confirmó que Gazprom había intentado, sin éxito, comprar la compañía que edita el diario económico más influyente del mundo, The Wall Street Journal. Era difícil que la operación llegara a buen puerto, porque las autoridades de Estados Unidos no lo habrían autorizado.

Gazprom, por lo tanto, es algo más que una compañía energética importante. Es también el brazo económico de presión que utiliza el Kremlin. Un arma potente -pero con debilidades- que tiene atrapada a Europa, y especialmente a Alemania, a través de sus tuberías.

La receta que da la Agencia Internacional de la Energía (AIE) para romper la dependencia respecto del gas ruso consiste en rebajar un 35% el consumo de este combustible en la Unión Europea. No parece de fácil aplicación a corto plazo. “No hay una solución rápida para los mercados europeos de gas y electricidad”, concluye Mark Lacey, analista del sector energético de Schroeders. La dependencia de la Unión Europea respecto del gas de Gazprom es muy elevada. La AIE ha propuesto no firmar nuevos contratos de abastecimiento con Rusia, potenciar la energía nuclear y las renovables, y mejorar la eficiencia energética. Pero el problema no se resuelve de un día para el otro. Y el coste es importante. Europa puede buscar gas en otros mercados. Estados Unidos ya ha ofrecido.

El país norteamericano , gracias al fracking, pasó de ser importador a exportador de gas natural. Y España, que se abastece básicamente de Argelia, irá inyectando gas en la red europea durante todo el mes de marzo. Pero el gas natural licuado (GNL) es más caro, se tiene que regasificar y la infraestructura europea es justa. España es el estado con más capacidad, pero la red que une los gasoductos españoles con Francia es mínima porque la gran infraestructura que tenía que unir la Península con Europa, el Midcat, quedó paralizada a la altura de Hostalric.

Por eso, el mismo director de la AIE, Fatih Birol, no duda en calificar a Gazprom de arma: “El uso por parte de Rusia de sus recursos de gas natural como arma económica y política muestra que Europa tiene que actuar rápidamente”.

Las sanciones europeas a Gazprom ya han empezado. La más importante, la suspensión por parte de Alemania del Nord Stream 2, el gasoducto directo de Rusia a Alemania. Pero de momento la empresa continúa operando, a través de los otros gasoductos y los barcos metaneros, vendiendo el gas a precios más caros y limitando el impacto de las sanciones. La exclusión del sistema Swift (la conexión interbancaria internacional) no afecta a todos los bancos rusos, para permitir que la Unión Europea continúe pagando el gas. “Las sanciones tienen un impacto relativo”, apunta Víctor Ruiz Ezpeleta.

Xavier Ferrer cree que Putin puede utilizar Gazprom, y la energía, como arma contra la UE. Pero también piensa que las sanciones europeas a Rusia le pueden hacer daño y “puede venir una sangría económica y social” que debilite a Putin. También destaca que la economía rusa genera una riqueza de 1,3 billones, pero está poco endeudada, solo el 20% del PIB. El problema, destaca, es la poca diversificación: un 30% depende de la energía. Por lo tanto, si la UE puede soportar la sacudida y rebajar la dependencia del gas ruso, podrá debilitar todavía más al líder ruso. “Dejar de importar gas y petróleo haría caer el PIB [ruso] en picado. Los rusos, entonces, se replantearían muchas cosas”, concluye Ezpeleta.

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