Entrevista

Xosé Manoel Núñez Seixas: "Todas las guerras de la memoria han acabado en guerras de verdad"

Historiador

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José Manuel Núñez Seixas

MadridXosé Manoel Núñez Seixas (Ourense, 1966) es un historiador e intelectual gallego que el 2019 recibió el Premio Nacional de ensayo por su obra Suspiros de España. El nacionalismo español 1808-2018 (Crítica, 2018). Una de sus especialidades, sin embargo, es la memoria de la Segunda Guerra Mundial en los países del Este, un tema al cual ha dedicado varios libros. Su conocimiento enciclopédico ayuda a entender qué peso tiene la memoria en el conflicto actual entre Rusia y Ucrania.

La invasión le coge justo cuando está a punto de sacar un nuevo libro sobre el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial: Volver a Stalingrado (Galaxia Gutenberg, 2022) que desarrolla uno anterior: El frente del Este (Alianza Editorial, 2018).

— Sí, pero ahora tendré que actualizar la parte de Ucrania. Fíjese que todas las guerras de la memoria han acabado en una guerra de verdad. El hecho de que Putin, en su alocución del 24 de febrero, haga referencia a la desnazificación de Ucrania, mostraba cómo la memoria de esta guerra continúa muy viva y sirve para justificar guerras actuales.

¿Qué le parece el desarrollo de la guerra?

— A todos nos parecía que sería un paseo militar para Rusia, que ahora está comprometiendo el 70% de su capacidad bélica...

La sensación es que Putin se ha metido en un lío.

— Pues sí, y tendría que aprender de la propia experiencia rusa de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, el gran potencial de tropas acorazadas, los tanques rusos, que era la pesadilla de los estrategas de la OTAN en los 50 y 60. Piensas: esto es imparable. Pero cuando tienes que tomar ciudades, los tanques no sirven para nada. Son presa muy fácil de los antitanques. La Wehrmacht ya tuvo que cambiar de estrategia, por ejemplo en Kiev. Pero es que a los rusos ya les había pasado esto en Grozni.

¿Putin se pensaba realmente que recibirían a los rusos con los brazos abiertos?

— Sí. Putin, como buena parte de los nacionalistas rusos, considera que Ucrania es un invento. Que los ucranianos son unos rusos que hablan un poco extraño. El ruso ha ido ganando terreno en Ucrania, pero incluso los que lo hablan se sienten ucranianos. Putin no acaba de entender la diferencia entre rusófono y ruso. El nacionalismo irredentista ruso nunca ha tenido claro quién es ruso fuera de Rusia. Putin se pensó que, aparte de la zona más occidental, toda Ucrania era Crimea.

Putin ha ido preparando la opinión pública rusa con la memoria de la Segunda Guerra Mundial, ¿no?

— Desde el inicio de la era Putin ha habido una reactualización, utilización de la memoria de la Gran Guerra Patriótica, para conseguir consenso interior y para utilizarlo en política exterior. La auténtica gran gesta compartida en la memoria familiar de todos los soviéticos, y de los rusos en particular, es la Segunda Guerra Mundial. Todo el mundo ha perdido parientes, hay muchas memorias individuales.

¿Se ha exacerbado el nacionalismo ruso en los últimos tiempos?

— Hay un revival patriótico, en el cine y en los videojuegos. Aprovechando historias que ya en su día eran propaganda del Ejército Rojo como la de la fortaleza de Brest o los 28 de Panfílov. La Gran Guerra Patriótica rusa ha tenido diferentes relatos: primero fueron los 10 golpes geniales de Stalin, pero después es el pueblo quien pasa a ser protagonista. Tienen mucho éxito las películas sobre tanquistas.

¿Hay una manipulación de la memoria de la Segunda Guerra Mundial?

— En los últimos años ha habido iniciativas para recuperar la memoria de los muertos de manera individual y de dignificar los diferentes osarios. Al principio era un desafío, pero Putin la vampirizó y él mismo participó con un retrato de su abuelo, que fue un defensor de Leningrado, en 2019.

La memoria de la guerra en Ucrania es mucho más compleja porque hay una parte de los ucranianos que se suma al bando alemán...

— Primero, hubo muchos más ucranianos en el Ejército Rojo, entre 4 y 6 millones como partisanos. Segundo, la población civil ucraniana no fue mejor tratada que la rusa o la bielorrusa. De hecho, el porcentaje más grande de víctimas civiles corresponde a los ucranianos, porque toda Ucrania fue ocupada. Y tercero, efectivamente, en las zonas occidentales hay combatientes que se suman a los alemanes, algunos hablan de 100.000 y otros de un millón.

¿Quiénes son?

— En los años 30 en Polonia se crea el OUN, organización de nacionalistas ucranianos, cuyo líder más significativo es Stepan Bandera. Un traidor para unos y un héroe para otros. Es un partido que se fascistiza, y antes de la invasión ya hacen el saludo nazi y usan otros símbolos como la bandera roja y negra.

¿Qué pasó con ellos?

— Se creen las promesas que les hace Alfred Rosenberg, el número 2 del partido, que serían independientes, pero los nazis los capturan, a Bandera y al resto, y los meten en un campo de concentración, en un pabellón especial, eso sí. Por eso sobreviven.

¿Eran antisemitas?

— La mayoría sí, esto es innegable, y algunos colaboran con los pogromos que hay antes de que lleguen las tropas alemanas, igual que los nacionalistas lituanos. A los judíos se les acusaba de ser colaboradores de los soviéticos. El caso es que los nacionalistas ucranianos quedan descabezados, pero hay una organización armada, que es la UPA, que se dedica a cazar judíos y cometen matanzas de población polaca. Es que el nacionalismo ucraniano es antirruso, pero sobre todo es antipolaco. Ha sido un tema muy candente y quien lo ha rebajado ha sido Zelenski, que fue a Varsovia y pidió perdón.

¿Qué pasó con estos nacionalistas a finales de la guerra?

— Muchos emigraron, por ejemplo a Canadá, y allá se dedicaron a cultivar la memoria de Bandera, y siempre bajo el prisma de que habían sido una especie de patriotas malditos. Bandera sobrevivió al campo, se quedó en Alemania, y en 1959 fue asesinado en Múnich por el NKVD, la policía soviética.

Xosé Manoel Núñez Seixas en un hotel de Madrid.

Por lo tanto, tenemos un país con una memoria dual.

— Cuando el Ejército Rojo recupera Ucrania hay una persecución despiadada en Ucrania occidental de los colaboracionistas y sus familias. Es muy brutal. Y cuando llega la Ucrania independiente se empieza a revalorizar la OUN y Bandera, porque los disidentes antisoviéticos identifican nacionalismo con democracia.

¿La figura de Bandera divide al país?

— La cuestión Bandera siempre es difícil, de hecho se crea una comisión en el Parlamento ucraniano y no acaban de llegar a un acuerdo. Todas las encuestas mostraban que la aceptación de Bandera como héroe era de dos tercios en el oeste mientras en el este y sur para dos tercios era un traidor. El presidente Kuchma lo que hace es cerrar los ojos con lo que hacen en el oeste con Bandera, que se convierte en un icono de cultura juvenil, en los campos de fútbol hay retratos suyos... Son grupos de derecha radical, ultranacionalistas y antisemitas.

¿Qué peso político tienen ahora?

— Se exagera. Hay grupos muy organizados, tienen cierta capacidad de agitación en el ámbito local. Pero en general el gobierno de Kiev buscaba un equilibrio. Cuando llegaban al poder los prooccidentales sí que había un fuerte acento antisoviético en las políticas de memoria, una acentuación del Holodomor, presentado como un genocidio. No se festeja el 9 sino el 8 de mayo, igual que en Occidente. Son pequeños detalles. Y cuando gobiernan los prorrusos se reivindica la Gran Guerra Patriótica, pero ucrainizada.

¿Qué hace Zelenski en este sentido?

— Zelenski había promovido iniciativas interesantes: rebajar la tensión memorialística con Polonia y promover la memoria de unas víctimas que tanto en la época soviética como con la independencia siempre habían quedado en segundo lugar, como son los judíos, cosa que demuestra que el discurso de la desnazificación no es más que una argucia, una estrategia argumental, porque si este era el objetivo tendría que haber invadido Ucrania años antes.

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