Los riesgos en Oriente Próximo por la escalada entre Tel-Aviv y Teherán

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La gente pasea por las calles de Tel-Aviv bajo el paraguas de una bandera israelí.

Ha sido un hecho inédito en la larga cronología de conflictos en Oriente Próximo. Ningún país había sido nunca objeto de un ataque masivo similar, aunque también debe decirse que el ataque de Irán contra Israel de este fin de semana ha sido más bien simbólico: prácticamente todos los lanzamientos fueron interceptados por Israel y sus aliados antes de entrar en territorio israelí.

Las lecciones y los riesgos de la pasada noche son diversos. En primer lugar, muestran que Occidente hará cualquier cosa para defender al estado judío. Es algo de lo que no podía dudarse, pero que se ha escenificado con la intervención de los cazas estadounidenses y británicos que salieron de una base chipriota para abatir proyectiles de Teherán.

Estados Unidos no sólo suministra todo tipo de material militar a Israel, desde aviones avanzados hasta bombas que después se utilizan en Siria, Líbano y los territorios palestinos. Es más, el presidente Joe Biden está dispuesto a suspender su descanso de fin de semana y volver al despacho de la Casa Blanca cuando Tel-Aviv se encuentra ante un peligro. Biden ha mostrado que, aunque sus relaciones personales con Benjamin Netanyahu sean malas, la primera potencia mundial está dispuesta a defender al estado judío incluso en una situación que claramente no era de vida o muerte, aunque algunos israelíes la consideren de esta forma.

Las horas previas al ataque estuvieron presididas por cierta histeria. Y la situación se agravó la noche del sábado al domingo cuando el ejército confirmó que los primeros drones habían salido de Teherán. De modo que mucha gente pasó la noche enganchada a la televisión ya la radio, como había ocurrido durante la primera Guerra del Golfo, en 1991, cuando el iraquí Sadam Husein disparó cohetes contra Tel-Aviv y otros lugares de la geografía israelí. La sensación de vulnerabilidad volvió, aunque posteriormente el ataque no haya tenido repercusiones materiales ni humanas significativas.

Una segunda lección confirma que Israel necesita un enfrentamiento continuado para reafirmarse como país en la jungla de Oriente Próximo. Ningún líder israelí, y por supuesto tampoco Netanyahu, considera positivo llegar a un acuerdo justo con sus enemigos. Esto incluye a los tiranos aliados de Occidente de la región, que no están interesados ​​en la justicia y que sólo quieren mantenerse en el poder.

La única decisión interesante para la mayor parte de los problemas regionales y que incluso ayudaría a resolver el conflicto con Irán sería una aproximación positiva a la cuestión palestina. Pero, evidentemente, se trata de un tema tabú, y Netanyahu sería el último líder israelí dispuesto a sacar a los colonos de la Cisjordania ocupada.

La cuestión palestina repercute negativamente en todos los conflictos de Oriente Próximo, e incluso en Occidente, en la medida en que es una injusticia que indigna a los musulmanes que viven en Europa y Estados Unidos. Tampoco es extraño al conflicto específico entre Israel e Irán. Desgraciadamente, el interés que tiene el presidente Biden por resolver este problema choca frontalmente con el nulo interés de Netanyahu.

Pendientes de Tel-Aviv

Las repercusiones que sufrirá el ataque iraní del fin de semana dependerán de la reacción de Israel. Teherán ha dicho que da este asunto por cerrado, pero que reaccionará si Israel y sus aliados toman represalias. En este sentido, la última palabra la tiene Netanyahu, y en las próximas horas sabremos si el primer ministro quiere ir más allá.

La guerra de Gaza ha abierto una ventana para resolver el problema palestino y también para suavizar el conflicto entre Israel e Irán. En este cruce es necesario que Occidente presione al estado judío para cambiar la tendencia suicida de la región y de Israel. Por eso es necesaria una enérgica intervención de Estados Unidos, y parece muy difícil que sea posible si consideramos la influencia de Israel en Washington.

Si la guerra de Gaza, que bien podría ser una oportunidad excelente para llegar a un Oriente Próximo diferente, no desemboca en cambios positivos en Israel, lo más probable es que no permita salir de la espiral de violencia recurrente en la que los familiarizados con la región estamos acostumbrados.

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