En The Castle, no todos los parroquianos son monárquicos
La proclamación de Carlos III y la aparición pública de los hijos con sus mujeres completa la operación de unidad alrededor de la reina difunta
LondresLa misma semana, en una sucesión inédita de eventos históricos, uno con minúscula y otro con mayúscula, el Reino Unido ha visto como los dos lugares más importantes de su vida institucional han cambiado de dueño.
El martes, Liz Truss estrechaba la mano de Isabel II en el momento en el que la reina le encargaba formar un nuevo gobierno para sustituir el del depuesto Boris Johnson y poco más de 48 horas después el Palacio de Buckingham anunciaba la muerte de la reina, a los 96 años. En el momento en el que se hizo pública la noticia, el heredero Carlos se convirtió en rey a ojos de los británicos y del mundo, si bien en realidad, y de acuerdo con la fórmula tradicional –"Kingdom never without king", el Reino nunca sin rey–, lo era desde el momento exacto de la muerte de su madre, que con toda seguridad se había producido horas antes, como la orquestada coreografía previa al lanzamiento del comunicado oficial sugería.
Tradición es una palabra clave en las islas. La reina –o el rey– pide en una audiencia al líder o la líder del partido mayoritario de los Comunes que forme gobierno y, automáticamente, se convierte en premier. No hay que jurar o prometer nada. Solo aceptar el encargo. Todo ello, muy pragmático, pero también mucho sacralizado. Porque, en el fondo, es el o la monarca quien inviste al político de turno con sus poderes. En cambio, con el rey o la reina el ceremonial es mucho más cargado, pomposo, arcano, medieval, como se ha podido comprobar este sábado, en la doble proclamación pública de Carlos III, de 73 años, como sucesor de Isabel II. Una proclamación en la que se ha comprometido a extender el legado de su madre y a servir a los súbditos hasta el último suspiro de su vida, también como hizo Isabel II a los 21 años. Estamos ante la vieja fórmula lampedusiana: cambia todo para que todo siga igual. Pero, ¿será así esta vez?
El mejor ceremonial del mundo
La tradición y el ceremonial, "el más esplendoroso y magnífico del mundo, como solo se puede hacer en el Reino Unido" –según ha recordado en la retransmisión televisiva del acto en la BBC un biógrafo de diferentes primeros ministros, Anthony Seldon– sirve, en teoría, para proveer de certidumbre en momentos de incertidumbre o de cambio. Pero el Reino Unido vive a la vez incertidumbre y cambio, y no todo el mundo sabe al dedillo que lo que está teniendo lugar estos días –una operación de estado para preservar el statu quo con el concurso de todos los medios de comunicación tradicionales (cuesta encontrar artículos críticos con la monarquía) y de millones de figurantes– refuerce los fundamentos del país para superar las muchas crisis que se han producido: poscovid, pos-Brexit, guerra en Ucrania, crisis de la energía, retos constitucionales en Escocia e Irlanda del Norte, encarecimiento del coste de la vida, el casi colapso del Servicio Nacional de Salud, huelgas de sectores estratégicos que han provocado un verano de descontento y que pueden provocar un otoño caliente…
Los sentimientos sobre la muerte de Isabel II van por barrios, aunque el empacho mediático global –al menos en Occidente– actúe como factor de presunta unificación universal de cara para dentro: todo el mundo está triste, todo el mundo quiere la monarquía, la reina era la abuela de todo el mundo y el mundo entero –no solo la Commonwealth– está pendiente de la espiral informativa de la BBC, con hombres y mujeres de negro riguroso y ve todavía más rigurosa.
En el centro de Londres, por ejemplo, o en Balmoral, o ante Buckingham, o desde este domingo en el Palacio de Holyrood (Edimburgo), o en Windsor, donde Isabel II recibirá el descanso eterno –el 19 de septiembre tendrá lugar el funeral, pero a la abadía de Westminster–, la imagen que se recoge es exactamente la del tópico mencionado. Y, como tópico, no deja de tener valor de realidad.
Hay otros lugares donde esta realidad también se coge sin esfuerzo. Alrededor y en el interior del pub The Red Lion, en el Crown Passage, en el barrio de St. James, muy cerca del palacio donde se ha proclamado rey Carlos III, el viernes por la tarde y al atardecer el ambiente era de vivir un acontecimiento histórico. Los parroquianos, unánimemente, sentían la muerte de la reina. Hablaban –solo había que escuchar con atención o abordarlos– mientras tomaban las pintas habituales –no se sirve comida–. De repente, cuando Carlos III apareció en las pantallas de televisión para hacer el primer discurso como rey en el país, todo el mundo calló y escuchó.
El pub, otra institución
El pub es otra de las instituciones de las Islas británicas, casi tan respetada como la monarquía –en términos generales– o todavía mucho más. No lo dice este cronista: lo decía George Orwell en un famoso artículo de prensa publicado en la Evening Standard en febrero de 1946 –la princesa Isabel apenas tenía 20 años–. El pub ideal de Orwell se llamaba Moon Under Water y el escritor aseguraba que tenía chimenea encendida siempre en invierno, era bastante tranquilo para hablar, sin música, el barman conocía a los parroquianos, se vendían pitillos y tabaco de pipa, sellos y aspirinas, servían comidas al mediodía, pero solo bocadillos por la tarde, tenía un jardín espacioso para las criaturas y ofrecían cerveza negra bien cremosa, de barril, servida en jarras de peltre o tazas de porcelana, nunca de vidrio, poco menos que un sacrilegio.
Los pubs, supuestamente como la monarquía británica, se han modernizado un poco y ahora –y Orwell quizás no lo aplaudiría– las pintas y las medias pintas se sirven en vidrio. No se puede fumar. Además, en muchos tienen pantallas de televisión para ver fútbol y otros deportes, si bien este fin de semana la programación es única –en la BBC y en la mayoría de las cadenas convencionales–, como solía pasar en la Televisión Española del franquismo durante la Semana Santa.
No todos los pubs son el Red Lion. Por lo tanto, para comprobar si realmente el sentimiento va por barrios, nada mejor que instalarse en uno este sábado por la tarde desde donde medir la temperatura, mientras acompaño a los clientes con alguna pinta, les hago alguna pregunta y, al final, transmito esta crónica. Se llama The Castle y está en el nordeste de Londres, en una zona conocida como el Village de Walthamstow, un lugar con calles que, más que pertenecientes a la ciudad, parecen idóneas para ver aparecer a Miss Marple. Londres ya tiene esto. Rincones escondidos encantadores.
Tom es el encargado: 31 años, cinco haciendo todos los papeles del auca en un negocio que, dice, "agoniza". ¿La razón? Los costes disparados de luz y gas debido a la crisis de la energía. "Los confinamientos ya fueron demoledores, pero ahora nos estamos ahogando. Y nosotros no hemos subido los precios… todavía". Le pregunto por la reina y dice que prefiere no decir nada. "Sobre el negocio, lo que quieras". El coste de la energía, por ejemplo: "Hemos pasado de 31.000 libras al año en 2021 a un coste aproximado de 86.000 en 2022. Es insostenible".
Un grupo de amigos y amigas, jóvenes profesionales que han inundado el barrio por la buena comunicación que hay con la City y con el centro de Londres celebran un cumpleaños. Durante un rato han estado haciendo bromas a expensas de la monarquía, comentando los muchos memes que inundan las redes sobre el nuevo rey. Hablo y les pregunto cómo se sienten por la pérdida de la reina. Pregunta retórica porque no era difícil adivinar que nada afectados, a diferencia de los clientes de The Red Lion.
Una manifestación y el paseo de la reconciliación
No muy lejos de este céntrico establecimiento, antes de ir hacia The Castle, mientras rondaba por el centro de la ciudad, me he encontrado con una manifestación delante de las casas del Parlamento. Unas 2.000 personas, como mínimo. Era de dolor, pero no por la reina. El pasado lunes, en Streatham, en el sur de Londres, un chico de 24 años, Chris Kaba, negro, murió por el disparo de un policía. La familia y la comunidad del barrio pedían una investigación por lo que consideran un homicidio en primer grado. No se encontró ningún arma en el coche que Kaba conducía. La actuación del agente no tiene, en principio, ninguna justificación. Los manifestantes exhibían carteles de Black Lives Matter. El policía, de momento, ha sido suspendido de funciones y está bajo investigación criminal. En el año 2011, un episodio parecido en el norte de la ciudad, en Tottenham Hale, provocó los peores disturbios de todo el siglo en la capital.
En otras circunstancias, la muerte de Kaba habría sido portada de los diarios británicos y quizás también habría causado graves incidentes. Ahora no deja de ser una noticia local. La verdadera noticia, global, es por el contrario no solo la proclamación del rey Carlos III, sino también lo que ya se puede calificar de paseo de la reconciliación. Es decir, la aparición de Guillermo y Enrique junto a Kate Middleton y Meghan Markle en el castillo de Windsor este sábado por la tarde, la primera vez que se los ve a los cuatro juntos desde el 9 de marzo de 2020, el Día de la Commonwealth.
En una de las muchas hipérboles que la BBC está espetando estos días, como se ha podido escuchar en la crónica del baño de masas del nuevo heredero y el hermano díscolo, "en su muerte, la reina parece haber ayudado a curar una fractura perjudicial" para la Firma. Otro acontecimiento histórico –con minúscula– en una semana que ha estado llena y que ayudará, al menos hasta después del entierro de Isabel II, a eclipsar las muchas crisis que sacuden el Reino Unido. Todo está perfectamente pautado. La monarquía tiene, parece, mucho más futuro que los pubs. George Orwell no estaría nada satisfecho.