El ataque ruso a Ucrania

¿Por qué Ucrania se tiene que dar prisa antes de que llegue el invierno ruso?

Seis meses después del inicio de la invasión los frentes se estancan y no se ve la salida a la guerra

6 min
Un hombre huye con sus pertenencias mientras el incendio traga un vehículo y un edificio en la ciudad Khàrkiv

BarcelonaEn las guerras se sabe cómo se entra, pero no cómo se sale. Y el presidente ruso, Vladímir Putin, difícilmente se imaginaba el 24 de febrero, cuando ordenó la invasión de Ucrania, que seis meses después sus tropas estarían luchando todavía por tomar el control de la región del Donbás, que ya controlaba parcialmente desde 2014, y que turistas rusos acomodados huirían asustados de las playas de Crimea, fortificada después de 8 años de ocupación. Pero en Kiev saben que el invierno será muy complicado, para Ucrania y para el conjunto de Europa, si Putin sigue utilizando el gas y los alimentos como armas de guerra. Por ahora no se ve una salida al conflicto ni condiciones para negociar un alto el fuego: Ucrania sabe que cualquier concesión territorial solo será una tregua que permitirá al invasor recuperar fuerzas para una nueva embestida, como recordaba este mismo jueves su presidente, Volodímir Zelenski. Y para Putin, que ha vinculado su destino a la victoria en esta guerra, es inimaginable una retirada.

Recapitulemos. Hace seis meses el ejército ruso lanzó una invasión a gran escala de Ucrania en tres frentes, planificada como una guerra relámpago en la que tenía que conseguir el control de Kiev en cuestión de días. Pero los ucranianos aguantaron contra todo pronóstico (incluso la Casa Blanca había ofrecido a Zelenski ser evacuado) y a finales de marzo el Kremlin tuvo que renunciar a tomar la capital y se retiró del frente del norte. Moscú replegó sus fuerzas en la región oriental del Donbás, donde están las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk que ya estaban bajo su órbita y que había reconocido como independientes. A mediados de julio los soldados rusos ocuparon casi toda la provincia ucraniana de Lugansk, lo que representaba una victoria simbólica. Pero desde que los ucranianos se tuvieron que retirar de Lysychansk, hace seis semanas, Rusia no ha avanzado más de 12 kilómetros en el frente del sur. Ucrania tampoco ha podido hasta ahora llevar a cabo la anunciada contraofensiva para recuperar los territorios del sur –Jersón y Melitópol– que perdió al inicio de la invasión.

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La guerra está, pues, en un impase. Ninguno de los dos bandos consigue avanzar, aunque por motivos diferentes: a los rusos les faltan hombres, a los ucranianos les faltan armas. El conflicto ya se ha convertido en una guerra de desgaste.

Impase militar

Ucrania necesita recuperar la iniciativa este verano o a principios del otoño, porque en invierno el Kremlin jugará con ventaja. El verano es ucraniano y el invierno será ruso, porque Moscú podrá collar a la Europa central, que todavía no tiene una alternativa para su gas y tratar de ganar en el frente económico y político lo que no ha podido conseguir en estos meses sobre el terreno. Por eso Ucrania se afana y ha osado atacar incluso la fortificada Crimea –con acciones de las fuerzas especiales con apoyo de partisanos locales– detrás de las líneas rusas, para preparar el terreno de esta contraofensiva en el sur.  “Han atacado bases aéreas, depósitos de armas y las rutas de suministro: son ataques preparatorios antes del adelanto sobre Jersón, explica al ARA Mikhailo Samus, exmilitar ucraniano que dirige la New Geopolitics Research Network. Las fuerzas ucranianas también han destruido los tres principales puentes sobre el río Dnipró en los alrededores de Jersón, lo que ha forzado a Rusia a transportar a sus soldados y material militar en ferris.

Un soldado ruso habla con una ciudadana de Gorlovka, en Ucrania.

Aunque no hay cifras oficiales creíbles para ninguno de los bandos, las estimaciones más fiables hablan de entre 15.000 y 25.000 soldados rusos muertos o heridos –la muerte de una docena de generales es quizás un indicador todavía más claro de hasta qué punto el Kremlin se ha empantanado en Ucrania– y de grandes cantidades de material dilapidadas, a pesar de que Moscú todavía tiene muchísima munición por quemar. En el lado ucraniano la cifra más creíble es de 10.000 combatientes muertos y el ejército también está desgastado, pero el armamento que le llega de Europa y Estados Unidos, aunque sea con un alto cuerpo humano, le permite aguantar el tipo. Los lanzamisiles Himars estadounidenses tienen un alcance de 80 kilómetros y han sido claves estas semanas. El problema para los ucranianos es la dependencia de esta ayuda militar exterior.

Difícil pronóstico

“Si esta guerra nos ha enseñado algo es a no caer en conclusiones apresuradas ni hacer pronósticos”, escribe Ilia Ponomarenko, periodista de defensa del Kiiv Independent. “Es cierto que los soldados ucranianos escriben en Facebook llenos de desesperación y pena por todo el infierno y la destrucción que están sufriendo. Están enfadados con sus mandos porque no les dan suficiente apoyo de artillería y porque tienen que mantener las posiciones en unas condiciones que pocos seres humanos pueden soportar”. Recuerda que Ucrania ha movilizado a centenares de miles de personas, pero están mal formados y mal equipados, y sus comandantes a menudo mal preparados.

Las evidencias de crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso en ciudades como Bucha han hecho que muchos ucranianos –que antes de la invasión eran taxistas, programadores o maestros– crean que luchar, aunque sea en inferioridad de condiciones, es la única opción para sobrevivir. “La guerra es un desastre: es absurdo presentarla como la leyenda del caballero que le corta el cuello al dragón con una espada mágica, pero también es absurdo caer ahora en la desesperación, vistos todos los adelantos que ha hecho Ucrania”, dice el periodista. Y recuerda: “Hace seis meses Occidente no daba un duro por nosotros y solo nos facilitaban armamento para la guerrilla: ahora nos envían artillería avanzada, defensas antiaéreas, misiles, drones kamikazes y vehículos que cuestan miles de millones de dólares”.

¿Y la moral? El historiador Vladislav Starodubtsev, activista de la organización de izquierdas Sotsialni Rukh (Movimiento Social), asegura que sigue alta. “La gente está fuerte, como al principio de la invasión. La única diferencia es que nos hemos acostumbrado. Nos hemos organizado y las iniciativas voluntarias y humanitarias ya no funcionan en estado de pánico, sino de manera casi profesional. Nos ayudamos y no estamos dispuestos a dejarnos arrebatar la tierra”.

Sin margen para la negociación

Así las cosas, no hay bases hoy por hoy para ninguna negociación. Por la parte del agresor, el Kremlin no ha dado ninguna señal de estar dispuesto a hablar de nada, ni ha renunciado a los objetivos iniciales del primer día (un cambio de régimen en Kiev, la desmilitarización de Ucrania, garantías para que el país no entre en la OTAN y el reconocimiento de la soberanía rusa de Crimea y la independencia de Donetsk y Lugansk). Moscú todavía pretende una capitulación incondicional.

Los ucranianos y ucranianas tampoco parecen dispuestos a la rendición. Según una encuesta de julio, un 84% se oponen a hacer cualquier concesión territorial a Rusia y los porcentajes son igualmente altos en las regiones donde los combates son más intensos (77% en el este y 82% en el sur). “La gente ha visto qué ha pasado en las zonas bajo ocupación rusa: asesinatos, violaciones, pillaje... ahora nadie cree que rendirse sea una opción”, explica Nadia Koval, analista de la Ukranian Institute, el organismo público que promueve la cultura y la lengua ucraniana por todas partes.

El precedente de 2014 no se olvida: el Kremlin ocupó Crimea y puso progresivamente bajo su control el movimiento prorruso en Donetsk y Lugansk, se hicieron concesiones territoriales en nombre de la paz que solo sirvieron para preparar la actual guerra. “Si cedemos más territorio, se lo quedarán y lo utilizarán para preparar un nuevo ataque hasta acabar con Ucrania, un país que el Kremlin dice que no existe”, añade.

Cuerpos en una calle de Bucha, al noroeste de Kiev, después de la retirada rápida que las fuerzas rusas están haciendo en las zonas del norte de alrededor de Kiev y la ciudad de Chernígov.

Para Olena Snigir, del Centro Ucraniano de Estudios Estratégicos Globales XXI, la historia explica por qué los ucranianos no quieren quedar bajo la bota rusa: “Ya vivimos el terror estaliniano, el genocidio del Holodomor, el acuerdo de Stalin con Hitler para repartirse Europa y cómo el país quedó destruido. Putin, como Stalin, niega abiertamente nuestro derecho a existir, no tenemos otra alternativa que luchar, sabiendo que sufriremos, pero que, si no luchamos ahora, el sufrimiento durará mucho más”.

El invierno ruso

El politólogo búlgaro Ivan Krastev augura un conflicto largo. “Putin quiere esconder el desastre que ha provocado y solo puede salir con una victoria y una nueva conquista territorial. Los ucranianos no pueden aceptar estas condiciones. Los dos piensan que el tiempo juega a su favor: Kiev espera que con las nuevas armas que está recibiendo podrá expulsar a las tropas rusas del Donbás y Moscú que la crisis económica provoque a Occidente. Fue el severo invierno ruso quien paró a Napoleón, igual que le pasó a Hitler, y ahora el plan de Putin es hacer que el invierno sea muy duro para los europeos, para que dejen de armar a Ucrania y aligeren las sanciones contra Rusia”. Pero como recuerda Vladislav, el historiador y activista de Kiev: “Lo único que sabemos con certeza es que en Ucrania hará mucho más frío que en Alemania”. 

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