Cuidado con los autoengaños y la educación mediática

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Este martes comienza la Semana Mundial de la Alfabetización Mediática instada por la Unesco, y la Fundación Bofill ha revelado un dato no por intuido menos preocupante: el 74% de los profesores perciben que sus alumnos están desinformados. Pero hay una cifra que a mí me inquieta aún más, cuando en la nota de prensa que hemos recibido se dice: “El informe PISA revela una insuficiente capacidad entre los adolescentes para reconocer la fiabilidad de una fuente, aunque el 90% de los estudiantes se ven capaces de distinguir entre información y opinión", citando datos de un estudio del ministerio de Educación. Fijémonos en que el enunciado dice "se ven capaces", pero no quiere decir que forzosamente lo sean Y no es culpa de los alumnos, me apresuro a decir, sino de un sistema de medios en el que la opinión y la información están enredados de manera indisoluble como un enorme plato de espaguetis incubados. Piense el lector en los diez periodistas más mediáticos españoles: ¿son conocidos por sus exclusivas y los temas que levantan o por la opinión fácilmente alineadora con el argumentario de un partido que emana de sus figuras?

Educación mediática en el aula

En el periodismo anglosajón todavía se observa, con grietas crecientes, una división clara entre los espacios estrictamente informativos y los de opinión. Incluso suelen ser dos redacciones independientes, no exentas de tensión. Cuando estudiaba periodismo, en la facultad se hablaba del "periodismo interpretativo" como tercera vía entre la información y la opinión: un periodismo moderno que no se limitaba a la aburrida compilación de hechos. Cuanto más va, más estafa me parece, porque al final acaba siendo la excusa para injertar de comentarios subjetivos nada factuales piezas que sólo deberían decir –y no es poco– qué caray ha pasado. Si de verdad se hiciera educación mediática en las aulas, menos jóvenes dirían que saben distinguir entre hechos y opiniones. Pero más jóvenes sabrían hacerlo.

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