Fascinados por el 'true crime': las series que dignifican los sucesos
Analizamos el éxito de la no-ficción criminal: ¿por qué nos gusta ver asesinatos mientras cenamos?
Convertir un crimen monstruoso en una obra de arte. Esta acción define cuidadosamente A sangre fría (1965), de Truman Capote, considerada el pistoletazo de salida de una de las grandes revoluciones periodísticas y literarias del siglo XX: la novela de no-ficción. El nuevo periodismo norteamericano (autores como Norman Mailer, Gay Talese, Harper Lee) sacaron brillo a un fenómeno que ha llegado a nuestros días en su mejor momento gracias a la fascinación por el true crime.
Este subgénero narrativo, que investiga y reconstruye crímenes reales, vive un crecimiento sin precedentes motivado por la proliferación de plataformas de contenido televisivo. El éxito del formato se demuestra en las muchas horas de no-ficción criminal que hay en Netflix y HBO, pero sobre todo en el hecho que un espacio que relata crímenes reales –Crímenes de Carles Porta, a Tv3– pueda liderar los índices de audiencia de una televisión publica con mano de hierro. Una de las bases fundacionales de este exitoso programa es preguntarse "¿Por qué matamos?", y de aquí se deriva otra cuestión igual de inquietante: "¿Por qué nos gusta verlo?'
"La mezcla de realidad y crimen tiene efecto hipnótico", asegura Joan M. Oleaque, periodista y escritor de unos de los true crime estatales pioneros, Des de la tenebra: un descens al cas Alcàsser (Empúries 2002). Estos documentales, que hoy pueblan la parrilla, gustan porque el asesinato y la violencia verídica ofrecen altas dosis de dramatismo que atrapan al espectador y maridan realidad y elementos de ficción. En este sentido, la no-ficción criminal en la televisión bebe de las mismas fuentes que el thriller y utiliza hábilmente algunos de los mecanismos propios de la novela policiaca: suspense, misterio y violencia.
Rigor y calidad
El guionista Enric Bach remarca la fascinación "por el mal" como una de las claves de la popularidad del género: "Y si es real y no ficticio, el componente es insuperable". Cocreador de uno de los primeros títulos estatales, Muerte en León (HBO), Bach destaca la importancia de obras como The Jinx, de Andrew Jarecki, y The Staircase, de Jean-Xavier de Lestrade, en la concepción moderna de este tipo de obra: "Vieron antes de que nadie las posibilidades narrativas que tenía el true crime y explotaron con acierto la opción de serializarlo". Si bien no-ficción criminal se ha hecho siempre, ha habido que modernizarla para que se adaptara a los nuevos formatos y cambiara los enfoques, profundizando en la visión periodística y a la vez huyendo de la especulación y el sensacionalismo hegemónico de los años noventa. "Los sucesos se veían como la sección barata del diario, un símbolo de mal periodismo. Es cuando se han empezado a hacer productos con calidad y rigor que se ha tomado el género en consideración", recuerda Oleaque.
La excelencia a la cual han llegado algunas obras documentales, como Making a murderer, Las cintas de Ted Bundy y The ripper, y series basadas en asesinatos reales –American crime story , Mindhunter de David Fincher– es parte del éxito, pero no el único: en esta era dorada del true crime se nos habla de la naturaleza humana, de nosotros y nuestros miedos. Nos permiten acercarnos más al aspecto humano de los protagonistas y, el que es más importante, tienen la capacidad de ir mucho más allá en el ámbito social: "Lo que es interesante es que te expliquen más cosas que el crimen per se –dice Enric Bach–, que nos permitan adentrarnos en una realidad que desconocemos y arrojar luz".
Trabajar con la realidad es "difícil si lo quieres hacer bien y de manera rigurosa. Se necesita pasión, horas y habilidad", dice Carles Porta, de Crímenes, y también cierta sensibilidad que huya del amarillismo. En este sentido hay una línea roja que cumplir para hacer un buen producto: que la víctima y los familiares sufran cuanto menos mejor durante el proceso y con el resultado final. "El entorno de quien ha sufrido se tiene que tratar con una profunda exquisitez. Se tiene que valorar con cuidado si es importante, o no, que aparezcan", dice Oleaque. En Muerte en León era vital una aproximación a familiares de Isabel Carrasco, la presidenta de la Diputación Provincial de León asesinada en 2014. "Era un caso especial, porque la protagonista era, a la vez, víctima y la mala de la historia. Necesitábamos encontrar voces que hablaran bien de ella para tener una visión mucho más completa y honesta", explica Enric Blach, que reconoce que el trabajo de periodista "te enseña qué puedes mostrar y qué no". "No enseñamos fotos de la autopsia, era muy denigrante y no aportaba nada. Va con la deontología de la profesión", añade.