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Josep Vicent Frechina: "Las administraciones, por lo general, no son de fiar"

Coordinador de la revista de música y cultura popular 'Caramella'

Josep Vicent Frechina fotografiado en la huerta de su pueblo, Masalfasar, en la comarca de l'Horta Nord.

MasalfasarEntrevistamos a Josep Vicent Frechina. Activista, divulgador y crítico musical valenciano. Es también coordinador de Caramella, la única revista sobre cultura popular de los Països Catalans. Fundada por las entidades Carrutxa, Tramús y Solc, este año cumple 25 años, todo un hito para un proyecto "autogestionado e independiente" de clara vocación social.

Cómo se gestó Caramella?

— Cuando nace la revista era un momento de efervescencia en el que se estaba revirtiendo aquella visión rancia y folclorista de la cultura popular y cogía bastante una mirada como herramienta de articulación social y de contrapoder. Pasada la Transición, se estaban recuperando muchas fiestas, reencontrando los repertorios musicales tradicionales, poniendo en valor elementos de la arquitectura, la gastronomía... Era una inyección de autoestima y queríamos explicar todo esto.

¿Cuál es la salud de la publicación?

— Siempre ha sido vulnerable porque la estructura depende de unas personas que trabajemos desde el voluntariado. El consejo de redacción somos cinco personas, después hay una veintena de colaboradores asiduos y un centenar bastante habituales. Llegamos al cumpleaños mejor que nunca. Hemos dejado los números rojos por primera vez desde los últimos veinte años, porque siempre habíamos arrastrado a una deuda. Esto nos permite plantearnos el proyecto de una forma más ambiciosa y reanudar una colección de libros, hacer presentaciones en todo el territorio...

¿No pagan por los contenidos?

— Esto es algo que siempre me ha generado contradicciones porque soy de los que creen que el trabajo debe pagarse. Pero lo hemos hecho siempre desde el activismo.

Están bien económicamente, pero al mismo tiempo hacen un llamamiento para conseguir más suscriptores. Dicen que desean cortar con la dependencia de las administraciones.

— Las administraciones, en general, no son de fiar, no son un recurso del que puede depender para sobrevivir porque, a veces, no están donde deben estar. Tenemos el ejemplo ahora del País Valenciano. Queremos depender de la gente que cree en el proyecto. Después, todas las subvenciones que vengan que sean para tener mayor calidad. Si llegamos a conseguir otros sesenta suscriptores, aseguraríamos la autonomía económica de la revista.

La revista no se encuentra en los quioscos, sino en una treintena de librerías y por suscripción. ¿La suscripción funciona?

— Para sostener un proyecto como nuestro sí, si es más ambicioso es difícil porque la sociedad culturalmente está muy segmentada y conseguir suscripciones masivas puede resultar muy complicado. Para nosotros, el problema es cómo llegamos a esa persona que le puede interesar Caramella y que no la conoce. Con cada presentación conseguimos dos o tres suscriptores de personas que no conocían la revista.

¿Captan suscriptores jóvenes?

— Cuando hacemos las campañas sí se suscribe a gente menor de 35 años, pero es una gente que sólo se suscribe cuando se siente interpelada. Tienes que ir a buscarlos. El papel no es algo que haya roto por completo con la nueva generación.

¿Cuál es la salud de las revistas en catalán?

— Hemos pasado una crisis evidente y han cerrado muchas. Otros están contra las cuerdas. Muchas viven del boom editorial que hubo hace 30 años y que mantienen los suscriptores de entonces. Las revistas de papel estamos en una época de cribado. Las que van pasando el filtro son las que acomodan las ambiciones a la realidad o las que consiguen un importante apoyo institucional, porque ahora hay más ayudas.

Forman parte de la plataforma IQuiosco. ¿Qué les aporta?

— Tengo la sensación de que las suscripciones digitales no funcionan mucho para las revistas. Si la revista existe en papel, yo lo veo como una forma absolutamente complementaria. Creo que en la suscripción digital todavía no se ha encontrado el modelo y qué precio está dispuesto a pagar al lector.

¿Podría ser una fórmula una tarifa por varias publicaciones?

— El público está ahora en la fase de suscribirse a un diario porque quiere recibir la información de ese diario por razones políticas e ideológicas. No veo el nicho de público que podría suscribirse a muchas cosas.

No se han integrado en ningún otro medio.

— Al principio planteamos hacer algo con Enderrock según la cual podíamos ser un suplemento cada cierto tiempo, pero no cuajó. Ha sido la única vez que nos lo hemos planteado. El problema en este tipo de alianzas es la colisión entre los intereses empresariales y nuestra forma de funcionar asociativa.

¿Qué pediría a las administraciones?

— El reparto de los ingresos publicitarios [campañas institucionales] se basa en criterios absolutamente demenciales: afinidades políticas en muchos casos, números de lectores digitales que están artificial o algorítmicamente hinchados... Habría que hacer un análisis sobre cuáles son las publicaciones estratégicas por el tema que tratan o por su papel articulador.

¿Les han trasladado esta crítica?

— Hemos trasladado la cantidad de trabas burocráticas que existen a la hora de justificar una subvención. Para el mundo asociativo las subvenciones pueden ser incluso lesivas porque obligan a realizar el gasto antes de recibir los fondos, y muchas veces deben recurrir a créditos.

Tienen un precio muy barato: dos números al año por 18 euros. ¿Por qué, aun así, cuesta?

— Esto nos preguntamos nosotros. Supongo que la gente se ha acostumbrado a la cultura gratuita.

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