Periodismo para no periodistas (1): alguien debe ensuciarse las manos

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Todo el cine de Howard Hawks gravita sobre una sola idea: alguien debe arremangarse y hacer el trabajo. Y esto no le convierte en lo más simpático. Mientras leía esta terrible crónica de la muerte de tres jóvenes salvadoreños a manos de un cuerpo de policía que no quiere admitir el crimen, tenía sentimientos ambivalentes hacia el narrador/autor. Al tiempo que admiraba su dedicación periodística y el hecho de jugarse el tipo para contar una historia –nada menos que eso–, también me causaba rechazo a su determinación, que llega a poner en riesgo algunas de sus fuentes . Pero si este libro es una pequeña obra maestra es porque, por mucho que nos cueste mirar, el maestro Hawks tenía razón y alguien tenía que hacerlo. Y de escribirlo maravillosamente bien, como hace Óscar Martínez.

Óscar Martínez

Los muertos y el periodista (Anagrama) incluye la crónica del caso, y una denuncia valiente de la depreciación de la vida en El Salvador, especialmente para las familias pobres. Se habla de bandas que reclutan a adolescentes, de futuros descabezados, de narcos, de policía corrupta y miserable y, también, de desidia administrativa. Pero los momentos en los que el libro se eleva más es cuando Martínez desgrana las preguntas incómodas relativas a su oficio de escribiente y se las responde. Es un monólogo interior duro y lleno de toxicidad, pero de una honestidad abrumadora. Con el periodismo es normal sufrir ocasionales crisis de fe: la digitalización ha traído un crecimiento exponencial de la producción de artículos, pero las manipulaciones campan como nunca y existe también la polución de la banalidad. Los muertos y el periodista permite cierta reconciliación, que pienso que se procederá no sólo a los que somos del gremio, sino a cualquier lector al que, sencillamente, le sigue interesando el mundo pese al ruido atronador en el que vivimos inmersos.

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