'The staircase': el fascinante caso de Michael Peterson renace en HBO Max

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 El 9 de diciembre de 2001, el escritor Michael Peterson llamó al teléfono de emergencias 911 para informar de que había encontrado a su mujer, Kathleen, tirada en el suelo, inconsciente. "Aún respira. Se ha caído por las escaleras", explicó. Cuando la policía se personó en el domicilio, sospechó inmediatamente del relato del novelista, que aseguraba que su mujer estaba bajo los efectos del alcohol y el Valium. El informe toxicológico no lo confirmó y, si bien había una botella de vino abierta en la cocina, y dos vasos, la policía no encontró las huellas dactilares de la mujer.

El caso se hizo célebre porque fue el objeto de estudio de una docuserie creada por Jean-Xavier de Lestrade en 2004 que está considerada como una de las fundadoras del género true crime moderno y de su popularidad como género en la televisión de pago, en aquel momento en Canal+. Cerca de dos décadas después, HBO Max dramatiza esta historia en la miniserie The staircase, que llega el 5 de mayo a la plataforma con el gancho de tener a Colin Firth, Tony Collette, Juliete Binoche, Parker Posey o Sophie Turner entre sus protagonistas.

En cuanto al equipo técnico, en un primer momento Harrison Ford figuraba como productor ejecutivo y tenía que asumir el papel protagonista, pero finalmente abandonó el proyecto y ha sido Maggie Cohn (American crime story ), la encargada de poner en solfa The staircase, también como cocreadora, junto al showrunner Antonio Campos, que perseguía la idea de explicar el caso con actores ya desde 2008. Nacido en Nueva York hace 38 años, el cineasta ha destacado gracias a películas como Afterschool, Simon Killer, Christine o The devil all the time. En este caso, también dirige seis de los ocho episodios de esta miniserie.

Un mito todavía vivo

A pesar de que ha pasado mucho tiempo desde los hechos, la maquinaria que ha construido un mito alrededor del siniestro Peterson no ha dejado de girar. Netflix repescó el caso y encargó a De Lestrade que rodara dos episodios más, para recoger los esfuerzos de Peterson y su familia para intentar reabrir el caso. Y en 2018 todavía se añadieron tres episodios más con los últimos acontecimientos. Todo esto sin contar la multitud de reportajes sobre el asunto, en programas como Silent witness, Dateline NBC, The devil you know, American justice, The new detectives, Cold case o Forensic files, por mencionar unos cuantos.

El hecho de que Peterson sea un personaje carismático y la serenidad con la que siempre ha defendido su inocencia –una tranquilidad que acaba resultando inquietante– son algunos de los elementos que explican por qué la investigación de este crimen todavía fascina. A medida que fueron avanzando las indagaciones, se hizo evidente que el sospechoso vivía una doble vida, puesto que había reprimido de puertas para fuera su homosexualidad y la relación que había mantenido con un chico mucho más joven que él. Y a todo esto se suma una investigación compleja, de las que pone al límite la capacidad del espectador de creer en las casualidades. Como cuando los detectives encontraron que, años atrás, una persona próxima a Peterson había muerto de manera similar. O cuando una de las partes intentó introducir una hipótesis como mínimo pintoresca: la de que un búho atacó a Kathleen Peterson. O de si su imputación era la respuesta policial y judicial a unas columnas críticas que había publicado en el diario local.

Campos combina las diferentes visiones de la historia de forma que el espectador se mantenga en una cierta duda permanente sobre cuál es la verdad y si alguna vez se llegará de manera suficientemente convincente. Inspirándose de manera directa en la docuserie original, presenta al público las revelaciones que fueron cambiando la apreciación colectiva sobre este presunto crimen. Y habla de esta primera obra audiovisual sobre el crimen, que acabó teniendo un impacto propio en los acontecimientos, al convertir el caso en global. En este sentido, el director ha optado por un estilo realista que a ratos puede hacer parecer que la serie es un documental. Pero, al mismo tiempo, crea tres líneas temporales que se van entrecruzando para asimilarla más a las narrativas de ficción.

Qué es verdad y qué es mentira es una pregunta que flota a lo largo de la serie: no solo desde la interrogación sobre qué pasó aquel diciembre de 2001, sino de manecilla ontológica. ¿Si alguien se cree al cien por ciento su relato sigue siendo una mentira? ¿Que una persona como Peterson mienta sistemáticamente lo convierte en un asesino?

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