Industria

Celsa: intrahistoria de la familia catalana que perdió un imperio en una mañana

Una de las ramas de los Rubiralta dice adiós a la empresa familiar más importante de Cataluña

Imagen Celsa OK

BarcelonaTras un durísimo pulso entre hermanos, llegó el momento de la firma del acuerdo de separación que pondría fin a la guerra. Ambos firmaron. En ese instante de reconciliación familiar, Francisco tendió la mano a su hermano, pero todo saltó por los aires. José María no se le estrechó: se sacó del bolsillo una copia de la querella que el otro había presentado contra él, y acabó todo. La escena marca uno de los momentos clave de la gran derrota de los Rubiralta. Esa mano suspendida en el aire, aquellos documentos grapados, marcaron el inicio del fin.

Esta es la historia de los Rubiralta, un poderoso linaje del país, una de cuyas ramas ha vivido esta semana en los tribunales un cataclismo peor que el hundimiento del negocio: la pérdida de la propiedad por parte de la familia. Hablábamos de la primera la empresa familiar de Catalunya.

"No hay precedentes, al menos tan grandes", dice al ARA el abogado e historiador de la economía catalana Francesc Cabana. La lectura de uno de los máximos especialistas sobre el tejido productivo catalán, a sus 88 años, es estructural: "Catalunya puede alimentar empresas pequeñas y medianas, pero difícilmente puede hacer crecer una gran empresa. Se necesita demasiado dinero para salir adelante".

Lo cierto es que la historia de Celsa, nacida en 1967, es la de una empresa familiar catalana que buscaba crecer con la firme voluntad de no ceder la propiedad. Pero un exceso de ambición empresarial o una falta de prudencia dispararon su pasivo hasta límites preocupantes. Décadas después, esta obligación financiera ha acabado por arrebatar a la estirpe, de un día para otro, toda la compañía.

La decisión que ha tomado este lunes el juzgado mercantil 2 de Barcelona es el final de un serial que ha durado años y que se intensificó con la presentación de un plan de reestructuración de unos fondos acreedores que acumulaban un pasivo de cerca de 3.000 millones de euros. El magistrado del caso decidió homologarlo y, por tanto, traspasarles la propiedad de la compañía, al considerar que tenían una deuda superior a la capitalización de la siderúrgica.

A principios de 2000, dos hermanos, Francisco y José María Rubiralta, eran propietarios y administradores de dos holdings: uno era Barna Steel y Compañía Española de Laminación (Celsa) y el otro era CH Werfen; en la práctica, Francisco gestionaba la parte siderúrgica, mientras José María se ocupaba de la segunda, dedicada a la distribución de material hospitalario.

"Llevaban décadas funcionando así, con una propiedad compartida. Cada uno se dedicaba a uno de los negocios y tenían muy buena relación", explica al ARA una fuente cercana a la compañía, que recuerda que veraneaban juntos en Viladrau. Francisco y José María tenían a sus respectivos hijos como directivos: el actual presidente de Celsa, Francisco hijo, era un joven talento que ganaba peso en la siderúrgica.

Con la entrada de esta generación afloraron tensiones y diferencias entre las dos ramas, y una cierta rivalidad entre primos. El conflicto estalló con un movimiento empresarial que lideró Francisco hijo: la compra del grupo finlandés Fundia, que llevó a cabo sin la luz verde de José María. "Es lo que inició la ruptura entre los hermanos", explica la misma fuente. "Eso lo desató todo", confirma otra voz cercana a la familia.

En 2006 se consumó la separación, con una batalla legal entre las dos ramas que se saldó con una separación de negocios y una compensación de cientos de millones de euros. La noticia se daba a conocer un sábado de julio en la versión en papel de cuatro medios mal contados. Los mismos que el día anterior habían recibido una llamada de telefónica de Miquel Roca anunciándoles el divorcio: cada uno se quedaba con el negocio que gestionaba, y dado que el siderúrgico era mucho mayor que el médico –facturaba 2.800 millones de euros, y el otro 622 millones–, la rama de Celsa tuvo que compensar a la otra.

"La muerte prematura de Francisco [en 2010], siendo muy joven, y en un momento delicado para la empresa por la deuda y la crisis, dejó a su hijo muy joven al frente; ha sido un valiente, el hijo", explica una fuente empresarial sobre los inicios de aquel cambio generacional. El actual presidente de Celsa relevó a su padre en el 2010, dos años después de que la crisis inmobiliaria hundiera al sector de la construcción y complicara la situación de endeudamiento de la compañía. Para añadir dramatismo a la situación, también José María moriría dos años después

Este elevado pasivo venía de una agresiva época de compras, que sucedió a un período de crecimiento, durante las décadas de los años 80 y 90. "Les ayudé a comprar toda una serie de compañías españolas que estaban mal gestionadas; eran compañías que se podían comprar por muy poco dinero porque no funcionaban bien y alguna se compró incluso por una peseta", explica al ARA una persona próxima a aquellas operaciones.

Más tarde vendría la ola de adquisiciones en el exterior, que acabaría al cabo de los años configurando el gigante que es ahora Celsa, con grandes filiales en el Reino Unido, Francia, Polonia y los países nórdicos.Una fuente conocedora de ese proceso destaca que algunas de estas inversiones, como la compra en 2003 de la siderúrgica polaca Huta Ostrowiec, nunca compensaron. "Había un sobreendeudamiento con algunas compras en Europa, como por ejemplo en Polonia. Esto, unido a la crisis inmobiliaria y a la crisis industrial que vivió España del 2008 al 2014, que congeló la producción y el precio del acero, perjudicó fuertemente a la compañía: cada vez era más pequeño y ganaba menos dinero" , explican al ARA fuentes del mercado.

Ya en 2017, con una deuda considerable, la compañía cerró la última refinanciación de la deuda en dos tramos: un crédito participativo para el 2023, que era de 1.400 millones de euros, y uno jumbo, de 800 millones. De hecho, fuentes empresariales apuntan a que si Xavier Pujol, de Ficosa, todavía está en el consejo de Celsa es precisamente por su experiencia en situaciones de empresas sobreendeudadas.

Un año después, los acreedores iniciales, CaixaBank, Banco Sabadell, Banco Santander y BBVA, empezaron a desprenderse de buena parte del pasivo vendiéndolo más barato a fondos especializados, como Deutsche Bank, Sculptor, Golden Tree, Cross Ocean, SVP , Golden Street Asset y London Branch. La empresa perdía de repente el control de una deuda que era convertible en acciones en caso de impago. Los fondos ya tenían su caballo de Troya.

"El principal error estratégico de la compañía, una vez se cierra la última refinanciación, es pensar que ya lo tenían todo hecho, aunque el plan de negocio seguía siendo muy arriesgado, pensaban que lo cumplirían", explican las fuentes del mercado consultadas. "Lo lógico habría sido buscarse un buen compañero de viaje que les ayudara a dar rentabilidad a los fondos, fuera otro fondo o uno de los acreedores", añaden. Pero la propiedad seguía siendo inviolable.

La situación de Celsa empeoró con el covid, primero, y con la crisis energética derivada de la invasión rusa de Ucrania. El cumplimiento de las obligaciones de repago de la deuda era imposible de alcanzar.

¿Ha ocurrido lo inevitable? ¿Existía la posibilidad de que los Rubiralta no perdieran la propiedad, o de que conservaran una parte? "Rubiralta hijo se ha movido mucho, tiene muchos contactos, pero no le ha salido bien la jugada", responde una fuente empresarial. A la pregunta de si ha negociado demasiado agresivamente, una fuente empresarial consultada por este diario suspira: "A toro pasado...". Lo cierto es que en el entorno de Celsa existe el convencimiento de que la empresa se equivocó siendo demasiado agresiva con los fondos.

A la figura del actual presidente de Celsa se le atribuye un tesón admirable, con gestiones al más alto nivel, y haber velado incansablemente por impedir ese desenlace. Un empresario de otra gran compañía familiar hace esta reflexión: "El mundo de la empresa es darwinismo puro, y a veces no sobreviven los más grandes, sino los que mejor se adaptan; y han tenido la mala suerte de esta nueva ley, los astros se han alineado".

De hecho, el papel de la nueva ley concursal, que vio la luz en septiembre del año pasado, ha sido clave: permite de facto que los acreedores puedan dirigir un procedimiento de reestructuración sin necesitar el consentimiento del deudor.

Cuando la situación ya estaba al límite, la Generalitat, por mano del entonces conseller de Economía, Jaume Giró, pidió a la vicepresidenta del gobierno central Nadia Calviño que activara ayudas de urgencia para Celsa. Aquello propició que se concediera una inyección de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), que implicaba el rescate del Estado con 550 millones de euros, y que sólo se hacía efectiva si Celsa reestructuraba su deuda y los fondos renunciaban a cobrar una parte. Esto nunca se concretó, aunque la ayuda estaba aprobada. Se inició un toma y daca en el que los fondos pusieron sobre la mesa la renuncia a 500 millones de deuda a cambio del 49% de las acciones. Pero Rubiralta no aceptó: pedía que renunciaran a 1.200 de los entonces 2.200 millones de deuda. Su inmovilismo fue fatídico.

Para explicar esta proverbial dureza negociadora, fuentes empresariales también señalan que desde hace décadas los Rubiralta se han dejado asesorar por el bufete Cortés Abogados, bien conocido en los entornos jurídicos por su agresiva forma de proceder.

Ahora, una semana después de este terremoto en el ecosistema empresarial catalán, falta ver qué harán los fondos, que ya han nombrado nuevo presidente en Celsa, el histórico directivo catalán Rafael Villaseca, y también si el consejo de ministros autoriza la operación. "Los fondos no se la quedarán, intentarán venderla. Estoy convencido. ¿Quién tiene posibilidad de comprarla? Una sociedad extranjera. El resultado, directa o indirectamente, es que irá a parar a manos extranjeras, y con ello Celsa , la única empresa de producción de acero que había en Catalunya, pierde la propiedad catalana", lamenta Francesc Cabana, quien también fue cofundador de Banca Catalana.

El profesor Pedro Nueno, que asesoró a Rubiralta padre durante unos años, augura un final similar: "No me imagino unos fondos gestionando una siderúrgica, supongo que lo que harán es reducir la deuda y venderla".

Sea como fuere, esta será una historia que los Rubiralta, que arrancaron siendo dos hermanos bien avenidos que regentaban la ferretería Vilaseca, en Manresa, verán desde la distancia. Celsa ya no es suya.

stats