Hace pocos días apareció en internet una noticia que hablaba de quiénes son los famosos que más contaminan con sus jets privados. El origen de la información la da la página My Climate Carbon Tracker. Entre los principales contaminadores se encuentran gente como Travis Scott, que emitió 6.000 toneladas de CO₂ recorriendo más de 300.000 kilómetros, Kim Kardashian con 5.800 toneladas o Elon Musk con 4.500, de un total de 58.000 millones de toneladas que se emitieron el 2 Si tenemos en cuenta que la mayoría de ozono contaminante se concentra a lo largo de quince kilómetros dentro del total de espesor de la capa de ozono, esencial para depurar el aire y protegernos de las radiaciones ultravioletas, entenderemos que el aire no es un recurso ilimitado. De hecho, autores como Bruno Latour se preguntan sobre qué significa vivir en un medio, en esta especie de invernadero que es la Tierra. Estos últimos meses también se ha podido ver, desde la página web del departamento de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la Generalidad de Cataluña, cómo la salud del aire empeoraba ante la falta de lluvias y en presencia continuada de anticiclones producidos, en parte, por el cambio climático. El aire es un medio de propagación incomparable. Partículas de arena del Sáhara viajan cada vez con mayor frecuencia hacia nuestras tierras debido al constante desplazamiento hacia latitudes superiores de la línea de desertificación. La contaminación del aire de Barcelona se respira en Gerona. Cuando ocurrió el accidente de la central nuclear de Chernobyl en 1986, la radiación viajó por toda Ucrania hacia Rusia, Bielorrusia, al norte y al oeste de Europa hasta Francia en poco tiempo.
Inhalamos los gases NO₂ y las partículas que emiten los vehículos entran en nuestra corriente sanguínea y se quedan en nuestros órganos vitales, haciéndonos más vulnerables a enfermedades cardiorrespiratorias oa ictus, en el Parkinson y el Alzheimer –según publicó The Guardian en enero de 2024–. Entonces, ¿de qué aire hablamos? De un aire colonizado por la actividad de una parte de la humanidad altamente dependiente de los combustibles fósiles. Como decía Achille Mbembe en su texto “El derecho a respirar” (2020), "no cabe duda de que el cielo se está cerrando, el derecho universal a respirar es incuantificable y no puede ser objeto de apropiación". Y parafraseando a Fredric Jameson, Yayo Herrero dice que "es más fácil imaginarse viviendo sin aire que sin capitalismo" (2022). Mientras el Real Decreto 1052/2022 de zona de bajas emisiones establecía como fecha límite para su aplicación en diciembre de 2023, algunos municipios están optando por volver a dar prioridad a los coches en zonas ya pacificadas y eliminar carriles para las bicicletas en una petrocultura asfixiante.
Esto nos lleva a tener en cuenta tres aspectos esenciales del aire; lo primero es que la vida en el planeta sin aire, sería imposible; el segundo es su conectividad, es decir, no se pueden poner fronteras al aire, tal y como dice la obra del artista Pep Vidal “It's easy to cross a bordo (if you are a cloud)” / “Es fácil atravesar una frontera (si eres una nube”); y el tercero es la necesidad de ponerle cuidado. Las evidencias científicas se desvinculan de la realidad, como si formaran parte de mundos distintos o de una hipótesis de laboratorio. Hay quien se afana por no saber, por obviar esta situación crítica que produce hacia siete millones de muertes prematuras anuales, según indicó la Organización Mundial de la Salud en diciembre del 2023, y que, si tenemos en cuenta el extractivismo creciente recursos naturales de la economía neoliberal, sin medidas contundentes sólo puede empeorar.
Para que la gente se vuelva sensible a esta cuestión, es necesario hacer visible lo invisible, y no es tarea fácil. Como dice Eva Horn en su artículo “Air as medium”, es necesaria una estética del aire que sitúe el aire en el primer plano de nuestra percepción, como objeto y como condición de la percepción. De esta forma, según Horn, el arte es el ámbito más idóneo para ofrecernos una exploración experimental del aire y ayudarnos a renovar la relación cultural y fenomenológica que tenemos con él. Por eso, con la exposición Aporías sobre el aire del Bòlit, centro de arte contemporáneo de Girona que se inauguró el pasado 16 de febrero, con los ocho artistas -Maria Arnal, Fito Conesa, Abelardo Gil-Fournier, Núria Merino, Job Ramos, Mireia C. Saladrigues, John Talabot, Pep Vidal– que forman parte, junto con el programa de actividades en el que participarán Achille Membe (cátedra Ferrater Mora), Nerea Calvillo, Blanca Pujals o Laia Romero, entre otros, queremos analizar la relación que tenemos con el aire , poniendo en diálogo la perspectiva más poética y especulativa con la medioambiental. Lo que tienen en común todos es que interrogan a la naturaleza misma del aire desde una formalización que abre vías para la reparación desde perspectivas muy diferentes. Nos ayudan a conocer y reconocer este elemento esencial, tal y como lo hacían Anaxímenes, Lucrecio o, ya en el siglo XX, Gaston Bachelard o Lyall Watson.
Entre 2020 y 2021 unos quince millones de personas murieron a causa de la pandemia de la cóvid-19. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que respirar implicaba respirar con los demás en un ecosistema tan rico como desconocido, tan denso como irrepresentable, tan amplio como limitado. Como canta Maria Arnal, "este aire no es de nadie", por tanto, también es algo de todos. Sólo desde esa responsabilidad compartida, y respondiendo activamente a la descarbonización ya la descolonización de los recursos básicos como el aire, podremos recuperar el derecho a respirar dentro de ese cuerpo único que es la Tierra.