Cuecado: el gran fiasco del padre de los códigos QR
El fracaso que obligó a su fundador a cambiarse el nombre
El pasado 30 de diciembre, Jovan Hutton Pulitzer compareció ante el subcomité del Senado de Georgia, el organismo que investigaba el posible fraude electoral en Estados Unidos. Decorado con una corbata dorada y un pañuelo metido en el bolsillo de la americana, el inventor y experto en sistemas reveló algo insólito: su equipo había logrado piratear el programa informático utilizado durante el recuento. Sin embargo, nadie le hizo caso: fue incapaz de aportar ninguna prueba. Su intervención fue breve y podría haber pasado desapercibida de no ser porque la prensa especializada en temas tecnológicos le reconoció. Jovan Hutton Pulitzer era en realidad Jeffrey Jovan Philyaw, un inventor frustrado que a principios de la década del 2000 había creado uno de los peores widgets electrónicos de la historia: el Cuecat. El fail había sido tal que había decidido cambiarse el nombre para intentar empezar una nueva vida. Estas últimas semanas, sin embargo, los artículos recordando la chapuza han vuelto a correr como la pólvora.
Pero pongámonos en contexto. Corría el año 2000 y entonces, en plena burbuja de las empresas .com y en un momento en que internet empezaba a entrar en todas las casas, los medios de comunicación buscaban la forma de conectar el mundo offline con el entorno online. Querían encontrar un sistema, por ejemplo, que permitiera llevar al público de las revistas a su página web sin que los lectores tuvieran que teclear el enlace. Jeffrey Jovan Philyaw se dio cuenta y, junto con la empresa Digital Convergence Corporation, sacaron al mercado un sistema que podría considerarse el padre de los actuales códigos QR. Bajo el nombre de Cuecat, el inventor creó un tipo de código de barras con las líneas en diagonal y un dispositivo para escanearlo muy parecido a los lectores de las cajas de los supermercados, pero con una inquietante forma de gato estirado. Para utilizarlo, bastaba con conectarlo a un ordenador.
El Cuecat tuvo un éxito meteórico. El grupo de comunicación Belo Corporation, propietario de The Dallas Morning News y de una veintena de canales de televisión, volcó 37,5 millones de dólares. La cadena de tiendas RadioShack le invirtió 30, la empresa de marketing y publicidad Young & Rubicam 28 y Coca-Cola 10 más, entre otros. En total, el sistema logró una inversión de 185 millones de dólares. Rápidamente, revistas como Wired, Forbes y Parade incorporaron los códigos a sus páginas. RadioShack también usó sus catálogos. Pero para que fueran útiles, los lectores y los clientes tenían que tener el dispositivo Cuecat. Por eso Forbes regaló 830.000 a sus suscriptores y RadioShack obsequió a sus clientes con miles de unidades.
Al cabo de unos meses, todo el que había invertido se dio cuenta de que nadie utilizaba los códigos. “Los inventores del Cuecat no pensaron en el cliente”, espeta Xavier Amores, director del MBA de la UdG. Para utilizar Cuecat el cliente debía leer la revista ante el ordenador y destinar un pedazo del escritorio a un dispositivo voluminoso que sólo utilizaría en contadas ocasiones. Todo para ahorrarse tan sólo los 4 segundos de escribir una dirección web. A los pocos meses el invento ya era historia.