El empresario que hizo de Bimbo una categoría universal
El origen de la empresa lo encontramos en una pequeña pastelería en México fundada por un matrimonio catalán

Cuando una marca comercial consigue convertirse en el nombre genérico de un producto tenemos la prueba irrefutable de que ha triunfado plenamente, al menos en el subconsciente de los consumidores. Para que esto pase, el producto no solo tiene que tener éxito, sino que además tiene que ocupar de manera apabullante un espacio que todavía era virgen antes de su aparición. Si pensamos, encontraremos unos cuantos: los Kleenex, el Celo, el Aspirina, el Chupa-Chups o el que nos interesa hoy, el pan Bimbo. ¿Quién dice pan de molde pudiendo decir pan Bimbo?
Sabemos que la marca Bimbo es muy conocida en Catalunya. Pero también en el mundo, porque desde que nació en México ha conquistado el planeta entero y se ha ganado un espacio en el Olimpo del consumo internacional. El motivo por el cual hoy hablamos de una empresa mexicana es porque, en realidad, sus fundadores fueron catalanes.
La historia empieza al principio del siglo XX, cuando un matrimonio de catalanes (los Servitje-Sendra) llegaron a México en busca de oportunidades profesionales y pronto se vincularon al sector de la pastelería. La muerte del padre en 1936 conllevó un relevo generacional urgente y Lorenzo Servitje tuvo que compatibilizar los estudios en la universidad con responsabilidades en el negocio familiar. El empuje del joven Lorenzo al frente de la pastelería propició que el establecimiento (llamado El Molino) se convirtiera en uno de los más reconocidos de México DF en una década. Y, conseguido este hito, tocaba dar un paso más.
En 1945 Servitje se rodeó de un grupo de familiares, en los que predominaban los apellidos catalanes como Montull y Jorba, para dar el gran salto hacia adelante y montar su propia panificadora, que bautizaron como Bimbo.
Es el inicio de una historia de éxito, porque desde ese momento la panificadora, que al principio hacía solo cuatro tipos de pan, no pararía de crecer y de producir una gama cada vez más amplia de productos. Una de las claves de su expansión en el mercado fue la apuesta por el marketing, sobre todo en la radio, y la potenciación de su mascota, el Osito Bimbo, como protagonista de historietas.
A partir de los años sesenta, cuando Bimbo ya era una marca muy reconocida, la visibilidad social de Lorenzo Servitje se multiplicaba con varios cargos fuera de la empresa, como por ejemplo en la Cámara Nacional de Comercio de Ciudad de México, en el Consejo Coordinador Empresarial, en el Consejo Nacional de la Publicidad y en la Comisión de Estudios Sociales del Consejo Coordinador Empresarial, entre otros. Y, claro, la vertiente filantrópica de este gran empresario también fue muy presente a lo largo de toda su vida. La educación de los niños fue uno de los pilares de su actividad benéfica, pero también la ecología y la reforestación, con el récord incluido de haber conseguido plantar casi diez millones de árboles en un solo día. Fomentar la participación ciudadana fue otro de sus objetivos para fortalecer el tejido social del país.
Ha pasado poco tiempo de la muerte de Servitje -murió en 2017 a los noventa y ocho años- y Bimbo sigue con vigor en todo el planeta, con dos centenares de plantas productivas, 135.000 trabajadores, más de 15.000 millones de dólares de facturación y cien marcas. En 2016 hicieron una adquisición muy significativa con la compra de la firma catalana Panrico, que había sido fundada por la familia Costafreda y había pasado por unos años tempestuosos durante la crisis. Con esta adquisición incorporaron a su cartera de productos las prestigiosas marcas Donuts, Bollycao, Donettes y La Bella Easo.
Los Servitje no son tan conocidos popularmente en su país como pueden ser los Slim, Salinas-Pliego, Larrea o Hank, pero su poder en la multinacional Bimbo sigue muy presente a través de las generaciones que han sucedido a Lorenzo Servitje, actualmente los Servitje Montull. La familia todavía posee más de un tercio del capital de Bimbo y son la octava fortuna de México, con un patrimonio estimado alrededor de los 2.600 millones de dólares.