El enredo ferroviario español

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Un tren de alta velocidad en la estación de Chamartín.

El año pasado Adif dedicó 1.429 millones de euros a la red ferroviaria convencional y, en cambio, Adif AV invirtió 1.974 en la de alta velocidad. España cuenta con la mayor red ferroviaria de alta velocidad de la Unión Europea y la OCDE: 4.000 kilómetros de vías. Pero, aunque la inversión en alta velocidad va aumentando, la inmensa red de la que se ha enorgullecido el gobierno español se está haciendo vieja y debe renovarse. Y los trenes también. Y esto ocurre mientras continúan los problemas en la red convencional.

Las obras para renovar la alta velocidad se están realizando a marchas forzadas, pero no son inmediatas, y, mientras están en marcha y las infraestructuras todavía están envejecidas, se ha añadido la liberalización, con la entrada de compañías de bajo coste como Iryo y Ouigo, y el correspondiente aumento de viajeros. Desde que las operadoras low cost entraron en el mercado, los corredores de alta velocidad han pasado de 76 a 118 frecuencias al día. A todo esto hay que sumar también los problemas de los Talgo S106, que aunque son nuevos trenes han dejado escenas como la avería hace dos semanas de un Avril que se quedó detenido más de dos horas entre Chamartín y Atocha, con los pasajeros dentro. Talgo acumula también problemas: una opa lanzada por una compañía húngara y un gran contrato con un operador alemán que ha tenido que aplazar.

El caso es que mientras la red de alta velocidad está al límite del colapso, aún se trabaja para ampliarla en Cantabria, Navarra y Extremadura. Con el Corredor Mediterráneo pendiente, como la conexión del País Vasco con Francia, y los problemas de la red convencional –incluyendo Cercanías– aún por resolver. Y todo esto ocurre en un momento en el que, precisamente, Europa pretende impulsar el tren en detrimento del avión. El ministro Óscar Puente definió la situación actual con una expresión muy clara: "Patirem". No genera mucha confianza en que la diga el responsable de solucionar la situación.

El gobierno español se lanzó a desplegar una impresionante red ferroviaria de alta velocidad de espíritu centralista –con estructura radial– sin solucionar los problemas de mantenimiento y de falta de inversión en la convencional. Se podría decir que todas las vías de alta velocidad llevan a Madrid pero que quizás se ha empezado la casa por el tejado. Y ahora hay goteras. Parece que con alta velocidad se repiten los errores de la red convencional. El tren debería ser clave para un futuro en el que se reduzca el uso del vehículo privado y de los aviones, que son más contaminantes, pero esto no se puede hacer a golpe de anuncio efectista, de centralismo y sin las adecuadas y planificadas inversiones de mantenimiento.

Es difícil de creer que la alta velocidad puede tener un futuro próximo prometedor mientras, en pleno siglo XXI, el Corredor Mediterráneo sigue siendo una entelequia, como intentar llegar en tren puntual a trabajar en Barcelona si se vive en el área metropolitana. Habrá que ver si el traspaso de competencias a la Generalitat mejora este último problema, pero, de momento, queda mucho trabajo por resolver el enredo ferroviario español.

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