Cine

Marlon Brando, las caras más polémicas de un mito centenario

El 3 de abril el actor estadounidense habría cumplido cien años. Recordamos este icono mundial del cine y figura controvertida

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Marlon Brando cuando estaba rodando la película "Un Tranvía llamado deseo".

Barcelona“La voz siguió hablando, como si sólo tratara de escucharse a sí misma. Y éste es un efecto que tiene a menudo, la voz de Brando, porque como la de tantas personas intensamente absorbidas por su yo, su conversación es un monólogo, algo que él mismo reconoce y para la que da una explicación propia: «La gente que me rodea nunca dice nada. Parece que lo único que les importa es escuchar lo que debo decir. Por eso hablo siempre»”.

Impresiona la descripción, clara, precisa, concisa, elocuente, ya la vez sencilla, sin artificios, nada barroca. Brando, sí, Marlon Brando, observado, escrutado, diseccionado con palabra maestra por Truman Capote a uno de sus Retratos. El retrato se llama El duque en sus dominios y es el resultado de la visita que Capote hizo a Brando en 1956 en un hotel de Kyoto durante el rodaje del filme Sayonara, de Joshua Logan. Qué interesante lo que Capote logra destilar con pocas palabras: explicar al lector el ego del actor más famoso del mundo, un actor de treinta y dos años que es la estrella más resplandeciente y fulgurante de Hollywood. Un mito universal encerrado en la habitación de un hotel durante un descanso del rodaje que le ocupa, pocos meses después de haber recibido el Oscar al mejor actor por su creación en La ley del silencio, el filme de Elia Kazan en el que Brando borda uno de sus más recordados icónicos papeles protagonistas. Capote observa lo desordenado que es: tiene la cámara llena de los regalos que le han enviado los fans, la ropa tirada por todas partes y un desdén vital, entre zen y descomido, que le caracteriza como un extraño ser entre simpático y cretinizado.

Brando y Maria Schneider en 'El último tango en París'.
El intérprete y Faye Dunaway Don Juan DeMarco.

Leyenda y controversia

No sería un toro fácil de driblar. Acaba de publicarse el fabuloso libro Ocho entrevistas inventadas (H&O Editores), que recoge las conversaciones que Enrique Vila-Matas se inventó durante su etapa periodística en revistas como Fotogramas y Decine. La más famosa de todas es la entrevista que Julie Gilmore hizo a Marlon Brando y que Elisenda Nadal –directora de Fotogramas– encargó a Vila-Matas que tradujera del inglés para poder publicarla en la revista. Y Vila-Matas se la inventó por completo. Escribió lo que quiso. Entre otras cosas, respuestas tan inspiradas como éstas, en un momento, en 1968, en que Brando había decidido aparcar el cine para dedicarse a causas sociales ya reivindicaciones políticas como la defensa de los nativos americanos, causa que lo va llevar sólo cuatro años después a rechazar el Oscar por El padrino. Vila-Matas siempre ha explicado que, pese a la mítica que rodea la invención de la entrevista, su intención siempre fue mantenerse fiel al espíritu de la personalidad de Brando, en el aura ya legendaria y controvertida que rodeaba.

Detectamos una cierta altivez en las respuestas: “Mis admiradoras que vengan a escucharme a las plazas, a las fábricas, a las universidades, allí donde se combate y se trabaja para arreglar las cosas. Las admiradoras que sólo quieran estar vinculadas a mis asuntos cinematográficos no me interesan”. También un desengaño existencial: “Llevo veinte años soy actor, veinte años tachados, borrados. Me pesaban. Físicamente, mentalmente, espiritualmente. Veinte años que han engordado todas mis células negativas, mis pensamientos más banales y falsos. Veinte años quemados en el altar de la vanidad, de la felicidad personal. Cosas que no se cuentan”. “Dicen en Hollywood que usted está loco”. “A menudo me han definido así en Hollywood. Toda la gente con un mínimo de personalidad, de inteligencia, de dignidad, debe ser, según Hollywood, algo loca. ¿Mis colegas? Nunca he tenido compañeros ni verdaderos amigos en el ambiente del cine. Todos ellos son personajes mezquinos que nunca he tomado en consideración”.

El actor caracterizado de Vito Corleone en 'El Padrino'.

Los cincuenta, una década decisiva

Marlon Brando, en primera persona, explica en su famosísima autobiografía –Las canciones que me enseñó mi madre– una avalancha de historias y anécdotas con el entorno del Hollywood de los años cincuenta, su década decisiva, cuando aún no había desertado de un sistema creativo del que a partir de los años sesenta renegaría con furia desatada. Cuenta, por ejemplo, historias con dos de sus compañeros de generación más relevantes: Marilyn Monroe y James Dean, con los que forma un terceto irrepetible de mitomanía cinéfila. De Dean explica que coincidían a menudo en las fiestas de Hollywood y que Dean hacía esfuerzos ostensibles para imitar a Brando en todas las situaciones, desde su manera de andar y de fumar, a la forma en que entraba en una casa y lanzaba su chaqueta de cuero sobre el sofá. El relato que hace de Monroe es de una tristeza atronadora. Relata su historia de amor y lo atormentada que estaba la protagonista de Nadie es perfecto y Vidas rebeldes, todo su peso existencial. Dean y Monroe murieron muy jóvenes y no vieron crecer el mito a su alrededor. Brando, en cambio, sí. Fue consciente de cómo el mundo le admiraba como un actor extraordinario –insuperables sus creaciones en Un tranvía llamado Deseo, Julius Caesar, Viva Zapata y Ellos y ellas– y también como uno sex symbol: su camiseta imperio sudada en Un tranvía llamado Deseo y su chaqueta de cuero en El salvaje son dos prendas que son mucho más que dos simples prendas, casi dos personajes más que describen toda la carga sexual de Brando en los dos filmes.

Declive en Hollywood

El envejecimiento fue, por supuesto, una carga muy pesada para el actor. Como un hombre extremadamente atractivo se convirtió en un anciano muy pasado de peso y con fama de grosero. Se unió también su calvario personal como padre. Su hija Cheyenne se suicidó en 1995, poniendo punto y final al calvario vivido desde que, cinco años antes, su pareja murió asesinado a manos de su hermanastro, Christian Brando. El actor se vio implicado y acusado de inacción por no haber mediado e impedido el asesinato. La trágica historia marcó la salud de Brando y también sacó a la luz cómo de desastre había sido como padre y como pareja. Pese a recibir una última nominación al Oscar en 1989 por Una árida estación blanca, el prestigio de Brando como actor experimentó un fuerte bajón. Nadie se lo tomaba ya en serio. El documental Vale, duro y sobrecogedor, sobre la vida de Val Kilmer, nos permite ver a un Brando totalmente decadente, durmiendo en una hamaca durante una pausa del rodaje de La isla del dr. Moreau, filme en el que ambos actores coincidieron a mediados de los años noventa. Una imagen impresionante.

Claro que, si algún hecho ha tapizado de suspicacias el recuerdo y el legado de Marlon Brando, ha sido sin duda la sombra del abuso sexual que la actriz Maria Schneider denunció durante el rodaje de la famosa escena de la sodomía lubricada con mantequilla de El último tango en París (1972). Schneider siempre dijo que esa escena fue complicada, que ella se sintió humillada y “un poco violada”. Fue el propio director del filme, Bernardo Bertolucci, quien levantó la polvareda definitiva cuando explicó durante una entrevista que ni él ni Brando avisaron a la actriz del recurso de la mantequilla que se le ocurrió, al parecer, a Brando. Brando, por cierto, estaba arruinado cuando Bertolucci le ofreció su papel. Seis años antes, en 1966, el actor se había comprado la isla de Tetiaroa, en el norte de Haití, por 200.000 dólares.

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