El escritor norteamericano publica la novela 'Encrucijadas'

Jonathan Franzen: "La religión ha acabado suplantada por otro mito: la tecnología"

L'escriptor Jonathan Franzen, el 2021
20/10/2021
7 min

BarcelonaJonathan Franzen no publica con mucha frecuencia, pero cuando lo hace el resultado resuena en todo el mundo, en parte gracias a la ambición de sus novelas. Encrucijadas (Salamandra), que tiene 700 páginas, es la primera entrega de una trilogía sobre la familia Hildebrandt que el escritor aún no sabe cómo continuará. "No trabajo con grandes esquemas. Cuando empiece el segundo libro me llevará por lugares que desconozco", admite desde el dormitorio de su casa, en Santa Cruz (California).

Han pasado seis años desde Pureza (780 páginas) y once desde que publicó Libertad (816 páginas). Ambientada en Chicago entre la Navidad de 1971 y la Pascua de 1972, está protagonizada por Russ, un pastor protestante de mediana edad que desea a una feligresa, Frances; su mujer, Marion, siempre con un reproche a punto de salirle de los labios; sus hijos, los adolescentes Perry y Becky, el universitario Clem y el pequeño Judson, que observa el desmoronamiento de la familia desde la coraza de la niñez.

Si Donald Trump no hubiera ganado las elecciones presidenciales en noviembre de 2017, usted probablemente no habría tenido la necesidad de huir hacia los años 70, como hace en Encrucijadas. Finalmente Trump ha sido útil para la literatura.

— ¡No soy yo quien tiene que responder si ha sido útil! [Ríe] La presidencia de Trump fue, digamos, un accidente que me encontré antes de empezar a escribir esta novela. Después de Pureza, me di cuenta de que no podía decir nada sobre el presente por el que pasaba mi país. Era demasiado pronto para escribir sobre los Estados Unidos de Trump. La división política del país aparecía en Libertad y los peligros de internet, especialmente de las redes sociales, eran el telón de fondo de Pureza. Todavía no sabemos qué consecuencias tendrá el hecho de que Donald Trump fuera presidente durante cuatro años. El hecho de defender mentiras desde uno de los dos grandes partidos políticos del país recuerda lo que pasó en Alemania en los años 30 del siglo pasado.

¿Se estaba más cómodo en el Chicago de los años 70?

— Sin duda. Necesitaba encontrar un lugar donde me sintiera lo suficientemente cómodo como para pasar seis horas al día durante varios años.

En 2016, cuando hablábamos de Pureza, me dijo que quizás no escribiría ninguna novela más.

— Es verdad. Llevaba dos meses haciendo una gira de presentación del libro, primero por los Estados Unidos, después por Europa, y me sentía agotado. Dejé pasar un tiempo, creyendo que todavía tenía mucho –no había cumplido los 60–, y me planteé hacer una nueva traducción al inglés de La transformación, de Franz Kafka. La oferta me llegó mientras estaba de viaje por los trópicos. Firmé el contrato electrónicamente y se lo envié a mi agente. Mientras estaba allá, conocí a alguien que me pareció que podía ser un gran personaje de novela.

¿Era en quien se inspiraría para Russ Hildebrandt?

— Sí. Era un personaje que tenía relación con la Iglesia. Fue entonces que pensé que haría una novela en la que la religión y la fe fueran centrales. No solo el cristianismo, sino también otras religiones, creencias y los mitos que todavía nos explicamos. Me atraía el personaje y me atraía también el tema, sobre el cual no había escrito nunca. Esa madrugada me desperté a las dos, en esa habitación bochornosa, y en pleno ataque de pánico le escribí un correo a mi agente en el que le pedía que no enviara el contrato. En vez de traducir a Kafka, quería escribir otra novela. Y lo quería empezar a hacer inmediatamente.

En ese punto, tenía que ser solo una novela. Ahora serán tres, y si son de esta extensión, el proyecto superará las 2.000 páginas.

— Cuando hacía cuatro meses que escribía me di cuenta de que no bastaba con una única novela. Habría querido que Encrucijadas tuviera 200 páginas y que fuera el primer tercio del libro, pero cuando llevaba 150 me lo estaba pasando tan bien en 1971 que quise quedarme más tiempo. No era por nostalgia, sino porque no tenía que hacer ningún esfuerzo de documentación. Recordaba los años 70. Los podía recuperar con páginas que estuvieran vivas. Me dejé guiarme, a ver hasta dónde me llevaba todo aquello...

Hay una experiencia biográfica que coincide con la de los protagonistas. Usted también formó parte de un grupo religioso: en vez de llamarse Crossroads [Encrucijadas] se llamaba Fellowship [Comunidad]. Hablaba de ello en Zona fría, un libro de memorias publicado en 2006. Decía que el cura le recordaba a Charles Manson.

— Sí. Este tipo de grupos eran una experiencia muy común en los Estados Unidos, quizás más que en Europa.

En los años 60 y 70, en Catalunya hubo una tradición de escultismo juvenil en la que se mezclaban las salidas a la montaña con el catolicismo. Era un movimiento más hippy que religioso, como pasa en su novela.

— Cuando empieza el libro, Russ ha perdido el liderazgo de Encrucijadas y envidia a su sustituto. De puertas adentro, el nuevo líder, Rick, habla de plegarias y de la Biblia, pero cuando se dirige a los chicos y chicas diría que en ningún momento hace una sola mención a la religión. Les propone, sobre todo, terapias emocionales: cómo ser honesto con los otros y cosas por el estilo. Dios y la religión son fundamentales en la novela; en el grupo, mucho menos. Russ, Marion y Becky son creyentes. Clem rechaza la fe con violencia, y por eso también es muy importante.

La experiencia real en Fellowship y la que explica en el libro son muy diferentes. De hecho, es a través de la ficción que ofrece una mirada más compleja y matizada, cosa que contradice la tendencia de equiparar la ficción autobiográfica con la única manera de llegar a la verdad.

— Uno de los personajes que habla más del grupo es Perry, y lo hace a través de una aproximación cínica: describe el grupo como una droga, o como un juego, y cree que si aprende las normas lo podrá ganar. La experiencia que a mí me interesaba explicar es la de Russ, que ha perdido el liderazgo de Encrucijadas y se siente humillado. Cuando das a un grupo de adolescentes el poder de ser honestos, son capaces de pisar a un hombre de 45 años.

¿Què me dice de la ficción autobiográfica?

— La novela autobiográfica arquetípica es aquella en la que un joven escribe sobre otro joven al que le pasan las mismas cosas que a él. Escribir sobre las propias experiencias da quizás para un primer libro. Pero yo no estoy en este punto.

¿De qué manera puede ser honesta una ficción?

— La honestidad está muy bien valorada, cuando hablamos de memorias. Pero hay muchas que rompen esta norma. En ficción, la honestidad tiene un sentido más abstracto. Tienes que escribir sobre tus personajes con suficiente honestidad como para que se comporten como son y no como tú querrías que fueran. Pasa lo mismo con el mundo en el que viven los personajes. Muchas de las novelas que encontramos en las librerías de los aeropuertos nos muestran un mundo idealizado, que no se corresponde con el real: hay personajes muy buenos y otros que son muy malos, y los buenos siempre triunfan. En el mundo real, el que piensas que es un cabrón puede acabar teniendo un lado bueno. Esto es lo que tienen que intentar explicar las novelas.

Russ Hildebrandt se pasa buena parte del libro deseando a una feligresa, Frances, pero es un hombre comprometido socialmente. Mientras su matrimonio se desmorona, lucha por los afroamericanos y por los indios americanos.

— El adulterio es central en la novela. Me di cuenta bastante pronto, y esto me generaba cierto rechazo, porque me recordaba la narrativa de John Updike. No soy un gran seguidor de Updike. Russ es un pastor que se acerca a los 50 y conoce a Frances. Pensé que la manera de abordar su relación tenía que ser con un punto de humor. Está a punto de hacer una cosa que, socialmente, está muy mal vista, pero él se justifica diciéndose que está intentando tener una vida más feliz. A la vez, Russ es alguien que a nivel político y teológico es admirable. Con un material así, John Updike habría escrito una novela muy diferente, pienso.

Todos los personajes se preguntan por el sentido de tener fe.

— La fe me interesa como una experiencia emocional. Es este elemento el que no había leído mucho en la ficción. Las emociones son mi fuerte, cuando escribo. O esto es lo que intento. Las abstracciones sobre el bien y el mal y otras cuestiones que motivan la teología no me han llamado nunca la atención.

¿Su contacto con el cristianismo cuando era un niño se lo puso más fácil a la hora de escribir sobre la fe? Cincuenta años después, a algunos lectores los parecerá un mundo remoto, el que describe.

— Crecí en una iglesia. Las historias de la Biblia me parecían muy potentes, y las leía como si se tratara de ficción, es decir, intentaba que me emocionaran. Hay parábolas como las del hijo pródigo que son una maravilla, en este sentido. Podría mencionar veinte historias más de la Biblia que me fascinan igual o más que esta. De pequeño leía la Biblia, pero también las Crónicas de Narnia y las novelas de Tolkien e Isaac Asimov. Teniendo en cuenta que la existencia de Dios no se puede probar, solo podemos acceder a ella a través de las emociones instintivas.

La religión te puede llevar a querer hacer el bien socialmente, como pretende Russ.

— Para él, luchar por la justicia social es una extensión de lo que ha aprendido de los Evangelios. Si Jesús hubiera aparecido en 1965 habría defendido el Movimiento Afroamericano por los Derechos Civiles como hace Russ. Estoy convencido de ello. Si lees los Evangelios, el supremacismo blanco no tiene ningún sentido. Es una ironía grotesca que el supremacismo blanco ligado a la extrema derecha se defina como cristiano. Y supongo que, hoy en día, una parte del progresismo rechaza el cristianismo porque lo asocia con esta parte retrógrada del país.

Esta trilogía de libros tiene que llegar, en principio, hasta el presente.

— Sí, pero no sé cómo continuaré. No trabajo con grandes esquemas. Cuando empiece el próximo libro me llevará por lugares que desconozco.

Mirar hacia la fe y hacia Dios en un momento de la historia en el que gran parte de Occidente vive al margen de ello parece una manera de decir que hay algo más, además de la realidad y del pragmatismo, del big data y de las redes sociales.

— El título de la novela viene de una canción de Robert Johnson, Crossroad blues. De Johnson sabemos muy pocas cosas, pero aun así podemos oír sus grabaciones, casi de milagro, gracias a la tecnología. Por otro lado, no todo lo que nos da la tecnología es bueno. La religión ha acabado suplantada por otro mito: la tecnología. Este es uno de los temas de nuestra actualidad. Hay una parte irracional del ser humano que antes canalizábamos a través de la religión, y ahora esto ha cambiado: es en la tecnología que depositamos la esperanza. Pero la fe, aunque haya cambiado de forma, sigue existiendo.

stats