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El relojero alemán que pobló el mundo de academias de idiomas

El emprendedor Maximilian Berlitz emigró a Estados Unidos y acabó fundando una red de aprendizaje de lenguas

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En 1974 el mundo editorial fue sacudido por la aparición de un libro que batió récords de ventas. La obra en cuestión se llamaba The Bermuda triángulo, el autor era un tal Charles Berlitz y se explicaba la existencia de una franja de mar, en el Océano Atlántico, donde los aviones y los barcos desaparecían en circunstancias extrañas. El autor no fue el primero en hablar del tema, pero sí fue quien lo popularizó hasta el extremo de todo el mundo. Años más tarde, Berlitz publicó otros libros en los que hablaba de misterios canónicos en el mundo delextranyología, como el Experimento Filadelfia o el Caso Roswell. Sin entrar en detalles, lo que puede decirse de la obra de Berlitz es que, en general, hay más pan que queso. Si este neoyorquino pudo dedicarse a realizar este tipo de investigación y de literatura es porque tenía la vida solucionada gracias a su abuelo, el emprendedor alemán Maximilian Berlitz.

La historia del Berlitz primigenio arranca en una pequeña aldea de Baden-Württemberg, actualmente en Alemania pero entonces un reino independiente. Como su padre murió cuando él sólo tenía 13 años, las dificultades financieras en la familia aparecieron en breve. Gracias al apoyo de la comunidad judía se pudo formar como relojero, pero las expectativas profesionales eran realmente escasas en aquella época y en ese lugar. En 1870, con 18 años, decidió emigrar a Estados Unidos, como ya había hecho su hermano mayor. Se instaló en Nueva York y desde el principio se dedicó a lo que sabía hacer, que era trabajar de relojero. Pero su dominio del francés, el latín y el griego le abrió unas puertas muy distintas.

Después de seis años en el país y ya casado y con un hijo, empezó a trabajar como profesor en un centro de estudios. Poco después, aprovechando un cambio en la propiedad, fue ascendido a jefe del departamento de lenguas. Según algunas fuentes, Berlitz tomó el control del centro cuando el propietario huyó con el dinero de las matrículas, pero estos hechos no parecen demasiado contrastados. Lo que sí se ha constatado es que en 1878 abrió su propia academia de idiomas. Y ahí empezó todo.

Hasta entonces, Berlitz había utilizado siempre el método tradicional para la enseñanza de los idiomas, que se basaba en traducciones y gramáticas, pero su éxito mundial vendría precisamente para realizar un cambio disruptivo en este sistema. Según explican algunas biografías, el nacimiento del método Berlitz fue fruto de un problema: la mano derecha del alemán, al que había contratado para dar clases de francés a los alumnos estadounidenses, no hablaba ni una palabra de inglés, de modo que sus sesiones se convirtieron, por necesidad, en inmersiones en lengua francesa. O sea que acababa de nacer un método basado en la conversación continua entre maestro y alumnos.

Según otras fuentes más prosaicas, el sistema que empezó a utilizar Berlitz era el que habían inventado Gottlieb Henness y Lambert Sauveur, al que llamaban método natural porque intentaba replicar las condiciones con las que un bebé aprende la lengua de sus padres. Con unas pequeñas modificaciones pasó a ser el método Berlitz que constituiría los cimientos sobre los que el emprendedor alemán edificaría su imperio.

Libros y reconocimientos

Sólo cuatro años después de abrir la primera de las academias amplió su negocio publicando libros que servían para seguir las clases. El primero fue de francés, pero rápidamente llegaron en otras seis lenguas. También innovó ofreciendo clases fuera de sus propias aulas, en escuelas o incluso en domicilios. Tras crear una red de academias por Estados Unidos, justo antes de terminar el siglo puso el pie en Europa, su continente natal. A partir de ese momento su fama y su prestigio crecieron como la espuma por todos los rincones del mundo, lo que le valió numerosas condecoraciones, como la que recibió en España de manos del rey Alfonso XIII como Comendador de la Orden Civil de Alfonso XII.

En medio de un ascenso imparable, un ataque al corazón lo detuvo todo, porque puso fin a la vida de Berlitz. Era la primavera de 1921. El patrimonio acumulado en el momento de su traspaso era ingente, tanto por el valor del negocio como por las demás inversiones que había realizado, especialmente las inmobiliarias. Quien trabajó durante muchos años en Berlitz Schools of Languages ​​of America fue su nieto Charles, con quien abríamos este texto.

En 1921, año de la muerte de nuestro protagonista, su método de enseñar lenguas se había injertado tanto en la cultura popular que la publicación satírica Papitu empleaba la expresión “Barcelona parece una especie de escuela Berlitz” para quejarse de la cantidad de lenguas foráneas que se oían por las calles de la capital catalana. Por cierto, la pieza es una maravilla, y sería aplicable a esta época que vivimos: “En todas partes sientes diálogos en lenguas de fuera. Aquí, un hijo de la rubia Albión se las habló con una hembra de la misma raza; más allá, un francés chabla el idioma de Millerand [presidente de la República Francesa en ese momento] con una señorita [...]; vas al cine y [...] lees títulos en inglés [...] o en italiano o redactados en un castellano que parece el lenguaje oficial de la República de las madrugas [...]. Barcelona, ​​que era la ciudad catalanísima por excelencia, la Barcelona del roscón petricholesco, la pitarresca ciudad de los Tres Dragons y del Niu Guerrer, y de la barretina encendida de amor localista, la ciudad más auca y más señor Esteve de toda Catalunya , ahora se encuentra sometida por la influencia insospechada de gente de las cuatro partes del mundo y por momentos pierde su betas y filismo racial”. No cabe duda de que vivimos en una espiral.

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