ENTREVISTA

Siddhartha Mukherjee: “Todo el mundo debe saber genética. No hay otra opción”

Entrevista al médico, genetista e investigador en oncología en la Columbia University de Nueva York que ganó el Pulitzer de no ficción de 2011

Toni Pou
8 min
“Todo el mundo debe saber genética. No hay otra opción”

Siddhartha Mukherjee, ganador de un premio Pulitzer en 2011, es un médico y científico estadounidense de origen indio que destaca por su extraordinario trabajo de divulgación. Esta semana ha estado en Barcelona para presentar El gen. Una historia íntima (La Campana/Debate).

¿Por qué decidió dedicarse a la genética?

Estudié inmunología, hice un doctorado y después me convertí en médico. La genética me la encontré por el camino. No fui un genetista desde el primer momento y, de hecho, no soy un genetista en el sentido estricto del término: no trabajo sólo con el genoma. Trabajo en cáncer, en células madre, en virus, en inmunología... Pero independientemente del campo de la biología en la que trabaje, los genes tienen un papel central. O sea que soy genetista como lo es cualquier biólogo actual. Tienes que serlo. No tienes más remedio.

¿Por qué se ha tomado la molestia de escribir un libro de 750 páginas sobre genética dirigido al público general?

Hemos llegado a un momento de nuestra historia en el que desconocer la genética es peligroso. Estamos empezando a crear tecnología que permite cambiar el genoma humano y debemos saber qué significa esa capacidad. El genoma es el más fundamentalmente humano que poseemos, y ahora somos capaces de leerlo y sobreescribirlo. Quien no entienda qué permite hacer la tecnología genética y cómo debemos utilizarla quedará fuera de la sociedad. Todo el mundo necesita saber genética. No hay otra opción.

Durante buena parte del siglo XX creía que el ambiente era mucho más relevante que los genes a la hora de determinar nuestro futuro. Pero ahora sabemos que los genes son más importantes de lo que pensaba.

Este matiz me parece muy interesante y es vital hacerlo de forma clara. No es que los genes sean más determinantes que el ambiente -eso, en términos generales, no lo sabemos- sino que son más determinantes de lo que pensábamos.

Las historias que mejor ilustran cómo los genes condicionan nuestra vida son las de gemelos separados justo después del nacimiento y criados en entornos desiguales, que sin embargo muestran semejanzas impresionantes. Usted hace poesía: “Separados en el momento de nacer y distanciados por mundos geográficos y económicos muy diferentes, dos hermanos se ponían a llorar al anochecer al oír el mismo nocturno de Chopin, como si reaccionaran a la vibración de alguna cuerda sensible común pulsada por sus genomas”.

El ejemplo de los gemelos que se emocionan con la misma pieza musical es, en efecto, un ejemplo hipotético. Ahora bien, la respuesta emocional a la música es un parámetro real que puede medirse. Si se mide en gemelos idénticos que se han separado justo después de nacer, se encuentran semejanzas asombrosas. También ocurre con el temperamento: independientemente de cómo se intente medir, hay coincidencias extraordinarias. No encontraremos el gen del temperamento ni el gen que nos hace llorar cuando escuchamos a Chopin, pero seremos capaces de encontrar combinaciones de genes responsables de la respuesta emocional a la música.

Además de darnos información sobre el futuro, los genes también pueden utilizarse para estudiar el pasado. A partir del estudio del ADN de humanos actuales, se ha llegado a la conclusión de que nuestra especie, el 'Homo sapiens', apareció hace 200.000 años. Pero hace tres semanas se descubrieron en Marruecos fósiles de 'Homo sapiens' de 300.000 años de antigüedad. ¿Encajan los datos del registro fósil con la genética?

Básicamente, encajan. Si se tiene en cuenta un período muy largo de tiempo, la diferencia entre 200.000 o 300.000 años es poco significativa. El Homo sapiens es un flash brevísimo en el curso de la evolución. Podemos discutir si son 200.000 o 300.000 años, pero lo que sabemos es que no son 2 millones de años. Hay un momento, definido y muy reciente en el tiempo, en el que emergió la especie humana. Somos una especie muy joven. Sabemos que venimos de África, que emigramos hacia Europa y Asia y llegamos a América a través del estrecho de Bering. No creo que todo ese conocimiento cambie sustancialmente. Las técnicas para estudiar nuestro pasado a partir del ADN se refinarán y quizás es necesario reajustar algunas fechas, pero seguro que el origen de nuestra especie no se remontará a 2 millones de años.

Todo esto lo sabemos porque hemos estudiado el genoma humano y sabemos que contiene unos 21.000...

De hecho, esta cifra varía continuamente. Hoy pensamos que son más de 23.000.

En cambio, el arroz tiene más de 40.000. Sin embargo, parecemos bastante más complejos que un grano de arroz.

Nuestra complejidad no depende del número total de genes, sino de cómo se combinan en el espacio y el tiempo. Compartimos la mayor parte de nuestra fisiología con muchos animales. Si sólo nos fijamos en el cuerpo, no somos muy distintos a otros animales. Ahora bien, la fisiología de nuestro cerebro es de enorme complejidad. Gracias a la genética, sabemos que en el cerebro humano los genes se combinan con una diversidad absolutamente extraordinaria. Para entenderlo, pensamos en un martillo y una escarpra. Con estas herramientas, una criatura puede hacer un juguete sencillo. Un adulto quizá da una rueda. Y Miguel Ángel hace el David. Las herramientas son las mismas, pero el resultado depende de cómo se utilicen. Los 23.000 genes humanos pueden combinarse con mucha variedad y sutileza, especialmente en el cerebro. Éste puede ser el secreto de nuestra complejidad cognitiva.

Usted sostiene que existe belleza en el genoma.

Los hay.

Ponga algún ejemplo.

El caso del olfato es fantástico. Hay una familia de genes que lo regulan. Lo que me parece de una belleza impresionante es que cada uno de los genes de esta familia, que son unos cientos, es responsable de generar un solo producto. En nariz, cada uno de estos productos reconoce sólo una molécula concreta y genera un estímulo en una sola neurona. La combinación de estos estímulos individuales es lo que percibimos como un olor complejo y lo que nos capacita para distinguir, sin lugar a dudas, el olor del té del olor del café.

¿Cuál es el hito más importante que se ha logrado hasta ahora en genética?

Hay muchas, pero hoy en día quizás la más potente sea la capacidad de leer el genoma humano, de secuenciarlo, de determinar y localizar los genes que contiene, y sobre todo la capacidad creciente que tenemos de manipularlo de forma deliberada y controlada. Podemos cambiar sólo algunas letras del código genético humano y dejar el resto inmaculado. Esto es como abrir los 32 volúmenes del Enciclopedia Británica, cambiar una palabra y volver a cerrarla.

¿Qué hacer con este conocimiento?

Permite muchas cosas. Por ejemplo, hasta ahora era muy difícil manipular el genoma del arroz o del mosquito, pero hoy en día es posible. Existe un proyecto cuyo objetivo es eliminar la malaria mediante la manipulación del genoma de los mosquitos, de modo que no puedan ser portadores del parásito que provoca la enfermedad, o incluso eliminando el mosquito como especie.

¿Qué consecuencias para el entorno puede tener la modificación de una especie de mosquito?

No lo sabemos. La tecnología es tan nueva que desconocemos sus consecuencias. Por otra parte, los ecólogos sostienen que los mosquitos son el único insecto que no tiene otro propósito que ser una plaga para la humanidad. Parece que no tiene otra función en los ecosistemas: no hay otro organismo que dependa de ellos para sobrevivir y no poliniza ninguna flor. De todas formas, no estoy seguro de que esto podamos llegar a saberlo con una certeza absoluta. Quizás cada vez que manipulamos una especie provocamos una catástrofe ecológica. Lo que está claro es que la malaria es un problema devastador para la humanidad. Y también está Zika, el dengue, la fiebre amarilla... Si pudiéramos erradicar estas enfermedades terribles eliminando a los mosquitos, se podrían salvar cientos de miles de vidas.

¿Y si esto lo aplicamos al ser humano?

Podemos, por ejemplo, cambiar predisposiciones genéticas. Somos literalmente capaces de alterar el genoma y modificar la información natural que se transmite de generación a generación. También podemos manipular embriones antes de que sean seres humanos, evitar enfermedades...

Esto nos lleva inevitablemente a cuestionarnos si deben ponerse límites éticos a esta tecnología. La primera vez que la comunidad científica reflexionó sobre estos límites fue en 1975 en el famoso Congreso de Asilomar. Hoy esta tecnología es mucho más poderosa que entonces. ¿Qué debemos hacer ahora?

Es necesario un debate público muy amplio para establecer cuáles son estos límites. Y lo primero que debemos hacer para mantener el debate es tener el vocabulario necesario. Todo el mundo que participe en este debate debe saber qué es un gen, qué es el genoma, qué hemos hecho en el pasado, qué es la eugenesia, qué hicieron los nazis, qué se hizo en la Unión Soviética. El libro que he escrito, El gen, es una tentativa de divulgar este vocabulario y de recordar que antes de que empecemos a desplegar el potencial de toda esta tecnología, debemos mantener esta conversación, tal y como se hizo en Asilomar. Hoy en día, con internet y las redes sociales, podemos divulgar esta información mucho más rápidamente y construir un debate mucho más participativo en el que intervengan no 100 o 200 personas, sino, por ejemplo, un millón.

Suponiendo que tuviéramos este vocabulario, ¿cómo fijar los límites de la tecnología genética? ¿Lo deben hacer los científicos? ¿Los políticos?

Los científicos seguro que no. No necesariamente tienen las herramientas para hacerlo y no serían lo suficientemente buenos. Esta cuestión debe discutirse de una forma lo más transversal posible. Tienen que participar los científicos, evidentemente, pero también los periodistas, los políticos, los pacientes... Sólo con un amplio debate público se pueden conseguir objetivos tan complejos como fijar estos límites y llegar a acuerdos internacionales.

Pero por muchos acuerdos internacionales que existan, si alguien decide utilizar la manipulación genética para seleccionar ciertas características en la población, no habrá nada que lo impida.

En primer lugar, existen restricciones naturales que dificultan mucho la selección de según qué características. Un país no puede despertarse mañana por la mañana y decir, manos a la obra, utilizamos la manipulación genética para hacer seres humanos más altos. La altura es una variable muy complicada. Hay muchos genes y factores ambientales implicados. Pero, en esencia, tienes razón. A medida que aprendemos más y más sobre el genoma, la posibilidad de estas manipulaciones es cada vez más real.

Una de las herramientas más poderosas que tenemos hoy es la llamada CRISPR/Cas9, que permite editar genes de forma sencilla y muy precisa. Aunque los resultados todavía no se han publicado, esta técnica ya se ha utilizado en China para tratar cáncer de pulmón en humanos.

En mi laboratorio también utilizamos esta técnica para desarrollar tratamientos contra la leucemia o ciertos linfomas. Por ahora, la manipulación del genoma humano en células del sistema inmunitario nos ha dado resultados preliminares muy positivos. Terapéuticamente, las posibilidades son enormes.

Hay una palabra fascinante en su libro: previviente.

Los previventes son personas supervivientes a una enfermedad que todavía no han sufrido, pero que, gracias al análisis de su ADN, se sabe que tienen muchas probabilidades de sufrir. Es una palabra muy sorprendente, pero los pacientes, y la comunidad médica por lo general, cada vez la utilizan más. Si tienes cierta mutación en el gen BRCA1, eres previvente de cáncer de mama: todavía no has tenido el cáncer, pero tienes la sospecha de que puedes sufrirlo en el futuro.

¿Es bueno tener esa información?

Bueno es una palabra que no entiendo muy bien en ese contexto. La tecnología nos permite escanear nuestro genoma y buscar las probabilidades de padecer cáncer. Por otra parte, es evidente que esta información puede crear una importante ansiedad psicológica. ¿Me gustaría vivir en una sociedad en la que la vigilancia genética fuera constante? Seguro que sí, si es posible eliminar enfermedades terribles, pero en modo alguno si debo estar constantemente monitorizado. Por tanto, si esto es bueno o malo, depende en gran medida de cómo se utilice la tecnología.

Usted tiene antecedentes familiares de esquizofrenia y trabaja en un laboratorio en el que se secuencian genomas de pacientes cada semana. No l y costaría demasiado secuenciar el suyo para saber si tiene predisposición a sufrir esta enfermedad. y costaría demasiado secuenciar el suyo para saber si tiene predisposición a sufrir esta enfermedad.

No, pero he decidido no hacerlo.

¿Por qué?

¿Y si descubro que tengo un riesgo considerablemente alto de sufrir esquizofrenia? No sé qué haría con ese conocimiento, pero seguro que mi vida cambiaría drásticamente. Y eso no quiero de ninguna manera.

SIDDARTHA MUKHERJEE (Nueva Delhi, 1970) es médico, genetista e investigador en oncología en la Columbia University de Nueva York. También tiene la manía de escribir. Ganó el Premio Pulitzer de no ficción de 2011 con el libro El emperador de todos los malas: una biografía del cáncer (publicado en castellano por Debate en 2014), que fue considerado por la revista Time como uno de los 100 libros más remarcables publicados en inglés desde 1923. Esta misma revista consideró a Mukherjee una de las 100 personas más influyentes del mundo en 2011. El director Ken Burns hizo un documental que fue nominado a un premio Emmy. Acaba de publicar un apasionante tratado de genética que tiene la voluntad de llegar a un público muy amplio, El gen , una obra repleta de referencias en Shakespeare y magníficamente editada por la editorial La Campana.

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