EL PAPEL DE LAS ÉLITES

¿Quién son los mecenas catalanes y en qué invierten?

El mecenazgo se ha socializado pero no da tanto prestigio como lo daba hace cien años

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SÍLVIA MARIMON MOLAS
4 min
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BarcelonaA menudo se habla del mecenazgo catalán como si fuera una entelequia porque a los mecenas, en general, les gusta la discreción. Pere Mir (Barcelona 1919-2017), discreto hasta el secretismo, creó un imperio empresarial pero devolvió a la sociedad gran parte de lo que ganó: durante los últimos 15 años de su vida hizo donaciones a la ciencia por valor de 120 millones de euros a través de su fundación, Cellex. No es fácil tampoco reseguir todo lo que ha hecho Antoni Vila Casas (Barcelona, 1930) por la cultura y la investigación médica mediante la Fundación Vila Casas o él mismo personalmente. Los últimos años, por ejemplo, ha dado dos millones de euros al Hospital de la Vall d'Hebrón, y colabora con medios de comunicación -es accionista del ARA -, festivales, entidades y universidades.

Mir y Vila Casas nacieron antes de la Guerra Civil. Pertenecen a una burguesía emprendedora que creía que el progreso del país era también su responsabilidad. Aun así, la sociedad ha cambiado mucho en los últimos años. Con la recuperación de la democracia llegaron las subvenciones y las inversiones públicas. En parte, la responsabilidad de la cultura y la investigación la asumió con normalidad la administración pública, y el mecenazgo se transformó sobre todo en la fórmula de las fundaciones. “El Liceu es un caso paradigmático: lo construyeron los burgueses de Barcelona pero cuando se quemó lo reconstruyó, en gran parte, la administración pública; ahora se pagan unos impuestos que no se pagaban hace 150 años”, explica Pere Fàbregas, presidente de la Coordinadora Catalana de Fundacions. Delegarlo todo al estado, sin embargo, según Fàbregas, no es la mejor fórmula: “España es uno de los países europeos que más confianza tiene en el estado a la hora de ayudar y resolver problemas, pero no todo se puede resolver pagando impuestos y creo que tendría que haber más colaboración entre la esfera pública y la privada”.

La sociedad y el tejido empresarial también se han transformado. Muchas empresas creadas en Catalunya se han vendido a grandes corporaciones: “A menudo no hay un interlocutor claro y, cada vez más, en lugar de propietarios hay gestores profesionales que no pueden disponer del dinero”, dice Fàbregas. El mecenazgo no ha desaparecido pero ha adoptado nuevos perfiles. Si en 1996 había 1.002 fundaciones, en 2018 había 2.589. Un 49% se dedican a la cultura, un 40% son asistenciales, un 3% científicas y un 8% docentes. El número de personas que hacen aportaciones a las fundaciones también ha aumentado exponencialmente. En 2003, 309.000 personas hicieron aportaciones, y en 2018, esta cifra subió a 735.000. “Quizás hay menos grandes mecenas, pero mucha más gente que hace pequeñas aportaciones”.

Menos patriarcales

“El perfil de los mecenas ha cambiado en los últimos años más hacia un modelo anglosajón. La figura del patriarca empresarial ya no es el único factor y hay más conciencia que los beneficios económicos tienen que tener un regreso social y tienen que repercutir en el territorio donde actúan”, aseguran desde la Fundació Catalunya Cultura. Hay muchas fundaciones que tienen detrás a grandes entidades bancarias o son herederas de las antiguas cajas de ahorros. Es el caso de la Fundació Banc Sabadell, la Fundació Antigues Caixes Catalanes, la Fundació La Caixa o la Fundació Catalunya Cultura.

Otro cambio de los últimos años es que se invierte más en proyectos más cercanos al territorio. Fluidra es una empresa dedicada al ámbito acuático relativamente joven: nació en 1969 y en 2016 creó su propia fundación, dedicada sobre todo a la concienciación sobre el valor del agua y la música. La Fundación Fero, que impulsó el oncólogo Josep Baselga, da recursos sobre todo a la investigación, pero también intenta retener y atraer talento joven para que nutra la investigación en Catalunya. La familia Rodés ha hecho grandes aportaciones a la cultura y a la comunicación de este país. Ferran Rodés es presidente y principal accionista del ARA. Josep Santacreu y Bonjoch (Guissona, 1958), presidente de la fundación DKV, en 2016 recibió la Creu de Sant Jordi por el hecho de ser uno de los impulsores en Catalunya del concepto de responsabilidad social de la empresa. “Últimamente triunfa lo que en inglés se conoce como impact investment -dice el economista y ex conseller de Economía Andreu Mas-Colell-. Es la conciencia empresarial sobre la necesidad de tener responsabilidad social y de no invertir en empresas que pueden perjudicar el medio ambiente o no tienen buen cuidado de los trabajadores”.

Algunas fundaciones tienen un profundo arraigo familiar, como la Fundació Carulla, que nació en 1973, en pleno franquismo, y que promueve proyectos relacionados con la educación y la cultura. “A los filántropos y mecenas normalmente les motiva una pasión, es un tema personal, de voluntad individual. Por otro lado, por parte de las empresas hay también pragmatismo. No invierten a fondo perdido, sino que hacen una inversión y quieren ver los resultados”, explican desde la Fundació Catalunya Cultura. La pasión por el arte movió a Josep Ildefons Suñol (Barcelona, 1927-2019), que creó una gran colección de arte. Sergi Ferrer-Salat (Barcelona, 1968) dirige uno de los negocios farmacéuticos más importantes del país y a la vez está plenamente abocado al mundo de la cultura. Muchas obras censuradas han podido ver la luz gracias al coleccionista y cofundador de Mediapro Tatxo Benet (Lleida, 1957). Lluís Coromina Isern es otro coleccionista discreto que ha preservado una importante colección de arte contemporáneo y de escultura antigua. Rafael Tous es un empresario textil que ha dado al Macba más de 1.000 obras de artistas catalanes.

Ser mecenas no da tanto prestigio

Ser mecenas, sin embargo, no tiene el mismo pedigrí que un siglo atrás, opina el presidente del Cercle de Cultura, Jordi Pardo: “Hace cien años la cultura estaba más vinculada a la idea de prestigio social, y hoy los liderazgos se basan en otras cuestiones”. Pardo recuerda como en 1920 Pau Casals hizo posible un proyecto sinfónico excepcional: “En aquel momento había el convencimiento que la cultura era un vehículo de emancipación social, y esto se ha perdido”. Cree que el contexto no es el mejor para los mecenas y, además, faltan incentivos fiscales. Pero esto quizás cambiará dentro de poco: el 16 de marzo se aprobó en el Congreso la tramitación de una proposición de ley para modificar la normativa de régimen fiscal de las entidades sin ánimo de lucro y de los incentivos fiscales en el mecenazgo.

El Joventud, una inversión emocional

El Juventud de Badalona hizo en septiembre de 2018 una ampliación de capital de casi 3,7 millones de euros que sirvió para liquidar la deuda del club y evitar la desaparición. La inversión estuvo avalada por Scranton Enterprises, un vehículo de inversión de la familia Grífols. “Es una inversión sentimental, no buscábamos una rentabilidad económica. Nos gusta el baloncesto y no queríamos ver una posible disolución”, explica Ramón Riera, representante de Scranton Enterprises.

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