"Mi historia no es política" es siempre el inicio de las narraciones de personas que se excusan por no poderme ofrecer una historia que merezca ser recogida, que merezca ser explicada. Por no poderme ofrecer, de hecho, una víctima como es debido, una víctima que lo parezca.
Entre el 1960 y el 1970 seis millones de personas en el estado español tuvieron que abandonar su lugar de nacimiento. Cerca de 3 millones salieron del Estado, pero la mayor parte de esta diáspora fue del campo al estallido industrial. La desaparición de un mundo que sigue sin memoria, a pesar de la infinidad de memoria que se ha hecho alrededor de esto. Seis millones de personas es una cifra severa.
Desde hace unes meses recorro el Estado haciendo entrevistas sobre una posible memoria charnega. Una memoria charnega libre, liberada de los marcos dados y hecha a través de una red de afectos donde cada persona entrevistada me ha ido llevando a las otras, por pura intuición, por inteligencia y comprensión colectiva de lo que somos y de cómo nos podríamos narrar desde un lugar que no cierra nada sino que quiere abrir. Tendrías que entrevistar a mi amiga tal, que su familia... y así las entrevistas han ido desbordando los límites territoriales, del nosotros preestablecido para ir creando un nosotros aterrizado, nuevo y realmente colectivo.
"Mi historia no es política", empiezan todas las conversaciones y, a continuación, hago la primera pregunta: ¿qué hacía tu familia durante la Guerra Civil? Porque todas las historias de aquella diáspora tienen que ver con la Guerra Civil a pesar de haber quedado escondidas bajo una narrativa clasista de la Revolución Industrial, el desarrollo y este horror denominado el milagro español que no fue más que la legitimación internacional del régimen franquista y la consiguiente inyección de capitales que permitieron al fascismo seguirnos ahogando durante treinta años más.
La miseria que recogen todas las historias es política. La miseria siempre lo es. Y en este caso, también, las capas de política son múltiples, y no podemos explicar la historia charnega sin volver a ese punto y entender por qué tuvimos que dejar el campo, más allá de la banalización por capital como proyecto civilizatorio, que es la narración que nos han ofrecido los poderes, la burguesía como modelo de vida ideal.
Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), explica en el documental La historia enterrada de Jon Cuesta: "La violencia de la represión franquista modificó la estructura social de los pueblos a través de confiscaciones, robos, apropiaciones indebidas y ilegales, y esta estructura social se mantiene. Conozco muchos casos en los que el hijo del pistolero de Falange es quien tuvo después la gasolinera, porque hacía falta un permiso del Estado, y es quien se ha dedicado al ladrillo en los últimos 20 años y ha dado trabajo al electricista, al cerrajero, al carpintero... Esta estructura sigue intacta".
Una narrativa nacional sin mirada de clase ha dividido aquella diáspora entre la diáspora del rural catalán y "los que veníamos de fuera". Pero las razones del desplazamiento son similares, y no son diferentes de las razones de la gente que fue hacia Euskadi o hacia Madrid, los tres grandes lugares de confluencia. El proceso de adaptación supuso retos diversos según el lugar de origen y de llegada y las particularidades de cada grupo, pero esta diversidad por sí sola no explica todo el conjunto si no atendemos también los orígenes del desplazamiento y sus motivaciones profundamente políticas.
La transmisión interrumpida. Mucha de la gente a la que entrevisto no me sabe decir qué hacía su familia durante la guerra. Hay dos líneas que no doy como fijas sino como cata, porque es un trabajo todavía en construcción. Las personas que han recibido una narrativa claramente política, hijas y nietas de familias comprometidas con la República que han querido y han podido transmitir este compromiso. Pero también hay personas, incluso hijas y nietas de combatientes republicanos, que no han sabido ligar la diáspora con la represión, que no han entendido la diáspora como fuga porque las familias nunca lo han explicado así. Hay un miedo instalado, unas ganas de proteger a la descendencia de esa represión que duró tantas décadas y que ha conseguido la función detrás de la represión, que es borrar su memoria.
Una memoria que se borra, pero que deja impronta. Y siguiendo la impronta vemos un camino. No es el único camino, pero es uno de los que no ha sido todavía lo suficientemente explorado.