El presidente, Salvador Illa.
19/03/2025
Doctor en ciencias económicas, profesor de sociología y periodista
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Con el gobierno del presidente Salvador Illa, nuestro Trajano, hemos entrado en un tiempo de Pax Autonómica. Salvador Illa, que no sólo respeta sino que ama a la España de la Constitución del 78, propone estabilidad y orden en el interior y seguridad en el exterior, como la Pax Romana. Se trata de garantizar la confianza que necesita la economía catalana para que las empresas puedan asumir sus propios riesgos, ya fuera agradar al resto de autonomías españolas y al gobierno de Madrid para evitar el conflicto. Serenidad y concordia. Es un compromiso que ha tenido premio electoral tras el fracaso del intento secesionista del 2017. El gobierno del PSC es de una socialdemocracia tan moderada que ocupa cómodamente el centro del mapa político, y de no ser por la cuestión nacional podría formar una gran coalición con Junts.

A la Pax Autonómica contribuye decididamente una ERC debilitada interna y electoralmente, a la que no le queda más remedio que tragarse todos los sapos que ella misma pone sobre la mesa negociadora. Desde la financiación singular, que si alguna vez llega a ser algo lo será aún más para los demás, hasta el fallido acuerdo para traspasar Cercanías, que sólo servirá para tragarnos la ira de los usuarios y la responsabilidad de la desidia histórica en inversiones del Estado. ERC no tiene otro margen de maniobra –con Junts son y siempre serán como el aceite y el agua–, y por mucho que el PSC se lo haga lo más amable y digerible posible de cara a la galería, su gesticulación negociadora se desacreditará con el paso del tiempo.

A la izquierda del PSC y de ERC sólo hay retórica ideológica extrema, populista e incluso antipolítica, imprescindible cuando la fragmentación del mapa político la hace necesaria. Y si no fuera por la simpatía y condescendencia con que suelen tratarla determinados medios de comunicación, se vería su inconsistencia y su irrelevancia. Quiero decir irrelevancia a la hora de gobernar, pero no a la hora de imponer un discurso público catalán muy aviciado, de un estatalismo paternalista y controlador, y que es el combustible coadyuvante de la reacción, no menos populista, de las derechas extremas.

El sueño beatífico de la actual Pax Autonómica sólo es medio estorbado por Junts pero, paradójicamente, desde dentro, participando. En parte, debido a que todavía tiene a su líder en el exilio y que no puede haber plena pacificación hasta que no vuelva, ni se podrá saber el papel definitivo del presidente Carles Puigdemont, al que nadie ve haciendo de cabeza de la oposición. En parte, también, por la incomodidad en Junts de haber nacido como un refrito entre un pasado convergente moderado y una expectativa independentista transversal, ahora frustrada y sin horizonte. Como ya expliqué aquí mismo ("La fatalidad de ser decisivos", 30 de enero), el papel determinante de Junts en la estabilidad del gobierno español es un regalo envenenado que si bien los proyecta políticamente en el espacio público a la vez les aboca a tantas contradicciones como a ERC. Por mucho que desde aquí les empujen –para despeñarlos–, Junts no puede repetir el error del 2000, ahora de facilitar el gobierno del PP de Feijóo.

No habría dibujado todo el espacio de esta Pax Autonómica sin mencionar a Vox –la ultraderecha populista españolista–, al PP –una derecha irrelevante en Catalunya– y, sobre todo, a Aliança Catalana. De éstos, es AC quien, pese a su pequeña representación, acapara mayor interés por la obsesión de los medios de exorcizarla más que de entenderla. AC, en primer lugar, es una señal de normalidad local vistos los mapas políticos internacionales. Si además de no echar papeles al suelo, de ir con el lirio en la mano y de hacer la revolución de las sonrisas queríamos ahorrarnos una derecha populista catalana, ciertamente se nos debería acusar de ser insaciables. Segundo, observe que AC sólo ha empezado a salir a los medios cuando se ha visto como un instrumento útil para descalificar Junts, presentándolos como competidores directos. Pero lo cierto es que los trasvases de militantes calificados de Junts y ERC a AC es bien equilibrado, y no parece que asumir competencias en políticas de inmigración, exactamente las mismas que ahora gestiona Sumar, haga Junts nada menos xenófobo. Y, en tercer lugar, lo que realmente inquieta del populismo de AC es que hace frente al populismo de izquierdas. Pero ni Vox, ni el PP ni siquiera AC hacen tambalear la Pax Autonómica del presidente Isla, sino que, por contraste, la centran y la refuerzan.

La Pax Autonómica solo tiene un punto débil, y es que necesita como el aire que respira que en España gobierne el PSOE del funambulista Pedro Sánchez. Sin sus juegos malabares, el proyecto del PSC perdería toda credibilidad y de paso las consecuencias para ERC y Junts serían dramáticas.

La Pax Romana duró 200 años...

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