¡Qué pereza volver al trabajo!

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Trabajadores en una oficina.

Como ya saben los que siguen mi columna semanal de Correpins i boticlastes, dedico los meses de julio y agosto todos los años a hablar sobre la vida, los sentimientos y conductas humanas. Y el resto del año me centro en economía y empresa casi siempre. Esta columna verá la luz en digital el 1 de septiembre, que es domingo, así que, como no sabía si escribir sobre una cosa o la otra, me ha parecido que la pereza de volver al trabajo o, más concretamente, la pereza de trabajar me permitía tocar las dos temáticas a la vez y hacer la transición a la empresa y la economía de forma más gradual.

La pereza es uno de los siete pecados capitales. ¿Por qué? Pues porque significaba una falta de voluntad para realizar el bien, un rechazo a cumplir los deberes espirituales y morales. El cristianismo no habla de la pereza física sin más y, así, Santo Tomás de Aquino la define como una tristeza ante el bien espiritual que impedía a las personas conseguir su potencial moral.

Por tanto, la pereza laboral no es solo desgana o falta de ética. Significa que algo no va bien en nuestra actividad profesional o en el entorno de trabajo. Bertrand Russell, en su ensayo En elogio de la ociosidad, ya apuntaba que la pereza no es más que una resistencia a la explotación. Niega que trabajar incansablemente sea una virtud, porque a menudo los entornos y actividades laborales no producen una mejora personal, espiritual o ética del trabajador. No podemos pedir motivación a una persona que hace un trabajo que no mejora el mundo o proporciona bienestar a los demás.

El antropólogo David Graeber va aún más allá en su libro Bullshit Jobs. Afirma que la desmotivación surge cuando uno sabe, en su interior, que su trabajo aporta poco valor. Desde esta perspectiva, la pereza, dice, no es más que una reacción normal a tareas que no tienen sentido, que están vacías.

Simone Weil profundiza en esta idea: la pereza aparece cuando el trabajo se vuelve mecánico, alienador, carente de significado. El trabajo debe nutrir cuerpo y espíritu, debe ofrecer algún propósito.

¿Dónde quiero llegar? Pues que la pereza laboral no es un pecado. Es un síntoma de que el trabajo, al que dedicamos más de la mitad de nuestro tiempo de vigilia, debe proporcionarnos un sentido. O debemos saber buscarlo. La pereza de volver al trabajo después de las vacaciones no es vagancia o adicción a la hamaca. Es la tristeza por la ausencia de sentido.

Si es el caso, con tiempo y despacio, mueva ficha.

El mundo es enorme y las oportunidades infinitas.

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