Ahora sí, ¿caerá el gobierno de Pedro Sánchez? Las circunstancias son muy graves, pero pueden generar espejismos en los ojos de los que más deprisa tienen. Aunque parece que el suelo se hunda bajo sus pies, Sánchez es un superviviente nato, y el miedo a la extrema derecha sigue siendo un motor de voto. Lo que no admite discusión es que el gobierno español es más débil que nunca, más dependiente que nunca de los votos de los nacionalistas catalanes y vascos —entre otros— y que esta dependencia quizás ya no sólo es táctica: en la izquierda española algunas voces están empezando a entender que no hay camino de en medio entre la derecha autoritaria y la izquierda plurinacional. Iván Redondo ha escrito que "la amnistía es, si se transforma en motor plurinacional, el único instrumento que podría frenar en España al factor autoritario que quiere capturar nuestra democracia". Parole parole, sí, pero también un síntoma. Algunos sectores de la izquierda española quizás han entendido que es hora de tomar riesgos que años atrás parecían inasumibles. Quizás todavía no estamos listos para la autodeterminación, ni para la confederación, objetivos finales a los que los soberanistas no deben renunciar. Ni siquiera es recomendable una reforma de la Constitución con el actual equilibrio de fuerzas en el Congreso. Pero sí se puede dar un salto adelante en el reconocimiento nacional de Catalunya y enfrentarse a tradicionales tabúes, como la presencia exterior (selecciones deportivas), la hacienda propia o la preeminencia de la lengua catalana a través de una ley orgánica que desactive las periódicas embestidas del poder judicial. Si todo esto se hace bien, será irreversible incluso para un futuro gobierno del PP, y estaremos unos metros más cerca de la meta.
En este contexto, Míriam Nogueras ha pedido que los 14 diputados soberanistas (los de Junts y ERC) cerren filas para presionar a Sánchez en la dirección correcta. La respuesta de los republicanos ha sido fría y cargada de reproches. No debe extrañar que Rufián recuerde a los junteros sus trompicones tácticos: empezaron deslegitimando la vía negociadora, luego dijeron que ellos eran los únicos que sabían negociar, finalmente decidieron romper con el PSOE; pocas semanas después, piden volver a negociar, pero de forma coordinada. Demasiada gesticulación. Pero Junts también podría hacer su lista de agravios, y ese fuego cruzado ya cansa a los votantes, y además no tiene ninguna utilidad. ¿De verdad no tocaría aprovechar una coyuntura tan indiscutiblemente favorable? Nunca dos partidos tan debilitados como los actuales Junts y ERC han estado en disposición de marcarle la agenda al gobierno Sánchez... y, de paso, al gobierno Isla, que observa la situación con una justificada inquietud.
A veces se acusa a los catalanes de ser un pueblo poco político, de ser incapaces de entender la verdadera esencia del poder. Al menos, en 2017 confundimos nuestra capacidad de coerción con activos importantes pero no tan eficaces como son el sufragio, la capacidad de movilización popular o la razón universal del derecho a la autodeterminación. Pensamos que el poder es una materia voluble y atmosférica, la concreción de un estado de ánimo, pero no: el poder como sustantivo, que en mi catalán se dice pronunciando la erra final, equivale al poder como verbo, con la erra muda. Ejercer el poder equivale a poder hacer que las cosas pasen. Y hoy en día, en el 2025, con menos votos y menos movilización que en el 2017, el soberanismo catalán puede tener más poder que nunca, porque sin sus votos en Madrid el gobierno de Pedro Sánchez está condenado y actúa a la desesperada. Si Junts y ERC (ambos, o uno de los dos) no saben entender la excepcional oportunidad que se abre ante ellos, su error entrará, junto al del 2017, en la galería de las grandes ocasiones perdidas de nuestra desgraciada historia como proyecto político.