Transición energética: gestionar las emociones

Placas solares.
15/08/2023
3 min

No hace falta saber de números para entender que consumir sin freno un recurso limitado termina en colapso por agotamiento del recurso. Si añadimos que este recurso, las fuentes energéticas fósiles, altera el equilibrio climático hasta llevarnos a la actual emergencia, mucho antes incluso de agotarse, queda claro que tenemos que salir de ese círculo vicioso y terminar en un modelo energético sostenible. El camino de uno a otro es la transición energética.

La receta es sencilla. Por un lado, eficiencia energética. Usar menos energía para que redujamos las necesidades y nos hagamos eficientes electrificando la economía. Por otro lado, abandonar el fósil y la nuclear, fuentes finitas y sucias, y conectarnos solo a fuentes renovables, que nos permitirán un régimen energético sostenible y 100% descarbonizado.

Con más o menos matices o variaciones, todos estamos de acuerdo con esa idea general. Ahora bien, cuando pasamos de lo general a lo particular, de las grandes palabras a las pequeñas, con un proyecto con nombre, apellidos, lugar y entorno, las cosas cambian. El ejemplo de ello es que a pesar de coincidir en el objetivo final genérico, hemos asistido a la aparición muy extendida de una corriente social contra proyectos fotovoltaicos en el suelo o incluso en cubiertas de determinados edificios que nos dicen: “Sí, pero así no”. "Sí, pero la biodiversidad". "Sí, pero la agricultura". "Sí, pero la economía del vino". “Sí, pero el turismo”... Casi siempre motivos razonables y razonados.

Lo que no nos dicen, sin embargo, es que un proyecto fotovoltaico para su aprobación en Catalunya debe presentar estudios razonados en al menos catorce disciplinas diferentes. Desde agricultura hasta urbanismo pasando por arqueología o medio ambiente. Estos estudios son analizados, auditados y finalmente valorados por técnicos competentes de la administración en cada disciplina que se deben solo a la regulación y al interés general. Si una sola de estas evaluaciones resulta desfavorable, el proyecto no puede realizarse. En otras palabras, si existe un solo argumento racional, una razón, para no realizar el proyecto, el sistema garantiza los mecanismos para que este proyecto no se haga. Tenemos muchos ejemplos recientes con denegaciones de proyectos fundamentadas en una, varias o muchas razones.

Así, ¿por qué persistimos en el “sí, pero así no” cuando el proceso de autorización administrativa nos garantiza que no habrá ninguna razón evaluada por terceros independientes que determine que no se haga un proyecto?

Es simple. Los argumentos racionales, los que podemos discutir y un tercero puede evaluar, son la parte externa. Pero el corazón son las emociones. El sentimiento del expolio de la tierra. La inquietud frente al cambio. El rechazo a un nuevo paisaje que vivimos como una agresión... Todas son emociones legítimas, íntimas y personales. La esencia de nuestra libertad individual. El derecho a sentir y creer. El derecho a la emoción.

Se plantea, pues, un conflicto entre la razón, la necesidad como conjunto de ciudadanos de ser “frugales, electrificados y renovables” y la emoción personal del “no quiero que se haga”.

El mundo entero se ha confabulado racionalmente para llegar en 2050 a la neutralidad total en carbono, y se ha comprometido con objetivos como que las renovables cubran ya el 40% de las necesidades de energía dentro de siete años, casi el doble de este año. El compromiso se desgrana como compromiso de los países, después de las comunidades y finalmente de la sociedad y la ciudadanía. Debemos tomar esta medicina para curar la salud del planeta y que no deje de ser habitable. Todo razón. Pero topamos con la emoción individual legítima de que a pesar de saber racionalmente que necesitamos tomar la medicina sentimos que no queremos tragarla.

Identificar un problema es casi tener la solución. Si el problema es la emoción, reconozcámoslo. Digámoslo en voz alta. Delante del espejo y mirándonos unos a otros a los ojos. Y asumiéndolo, aprendamos colectivamente a gestionar esta emoción. Garanticemos que cada proyecto fotovoltaico haya valorado todas las razones para desistir de hacerlo y, si no hay ninguna, hablemos, dialoguemos, pongámonos en la piel del otro e intentemos gestionar juntos esta emoción, pero hagamos el proyecto, porque nos hace falta.

Ni es bueno que la emoción nos lleve a la irracionalidad ni que renunciemos a la razón por miedo a gestionar nuestras emociones individuales y colectivas. Nadie se pone a hacer régimen porque le apetezca, lo hace por salud. Nadie paga impuestos por deseo, lo hace por el compromiso social que permite obtener los recursos que necesita nuestro estado de bienestar. Necesitamos la energía solar fotovoltaica para salud y debemos aceptarla por compromiso social.

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