Trump, Dios y las mejillas de Musk

El consejero delegado de Amazon, Jeff Bezos, Elon Musk e Ivanka Trump hablan en la cena organizada por el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en el National Building Museum de Washington
22/01/2025
3 min

1. El relato de Donald Trump puede resumirse así: Dios me ha elegido para hacer de Estados Unidos el país más grande del mundo (aquel que lo tiene todo), revirtiendo así la horrible traición de mis antecesores, entregados a los enemigos de la patria, y que lo han condenado a una decadencia imparable. El supremacismo y la misión divina: el redentor escogido por Dios, que lo salvó de la milagrosa bala que le rozó la oreja en un acto electoral, se hace carne repitiendo en la presidencia para redimir a un país destrozado por sus élites.

Hay espectáculos miserables –y la toma de posesión de Trump lo fue– y probablemente lo sensato sería no perder ni un segundo. Pero se trata del presidente de la primera potencia mundial: un ridículo universal. ¿Qué ocurre en Estados Unidos –y en el mundo– para que se pueda dar una situación así? Un personaje sin ningún sentido de la decencia hace una exhibición de la incultura del oro y la insolencia, sin la menor pulsión de dignidad y de respeto a los demás. Los continuos giros de cámara hacia las mejillas que siempre ríen de Musk nos llevaban al fondo de la cuestión: los miembros del club productor de la ignominia, con Bezos y Zuckerberg en primera línea. Estos son los que mandan, Trump es el actor que los fascina porque no tiene ningún sentido de los límites, es decir, del ridículo. Y Musk culmina la fiesta con el saludo nazi.

La lista de los 47 presidentes de Estados Unidos tiene de todo, y no está libre de grandes personajes, de burócratas sin atributos precisos rápidamente olvidados y de chulos de la historia. Pero el nivel de soberbia, de frivolidad, de falta de respeto de Trump es de récord. Y, sin embargo, parece que no quiera verse el nivel de la amenaza.

2. Ya ha llegado el momento. Las democracias liberales están en peligro. En una Europa en horas bajas se notan las ganas de relativizar la gravedad de lo que está ocurriendo. Entre otras cosas porque las derechas preparan la alianza con las extremas derechas para ponerse en sintonía con Trump y no quieren ruido para que se imponga por la vía de los hechos consumados. El triunfo del autoritarismo posdemocrático en EE. UU. es una anticipación de lo que vendrá aquí. Basta con mirar a Francia e incluso a Alemania.

Es cierto que Meloni ha sido la única representante europea en el Capitolio. Sabemos quién es la elegida. Pero cuanto más desmedidas son las promesas de Trump, más crece la adaptación. Desde sectores conservadores, hemos empezado a oír decir que la realidad detendrá los delirios, que la propia sociedad americana lo frenará, que incluso habrá alguna resistencia que lo bloqueará y que, al fin y al cabo, las cosas nunca acaban saliendo como uno se lo propone. Más que argumentos son declaraciones de impotencia y claudicación. La propia figura histriónica del presidente sirve como coartada: no podrá estar siempre haciendo su espectáculo de insolencia y vanidad, dicen. En el fondo, es una actitud que no hace más que confirmar la sospecha que algunas encuestas insinúan: que hay mucha gente –fuera de Estados Unidos, también– que ve bien la llegada de Trump. ¿Por qué? Pues porque se ha extendido en el mundo una sensación de precariedad, de falta de horizontes compartidos, que lo que rompe moldes puede acabar sirviendo de espantajo para engañar al personal y consolidar un cambio de sistema.

Y con todo esto se pasa de puntillas sobre lo que hace de Trump un peligro. El presidente reelegido es el muñeco que un núcleo de poder global utiliza en beneficio propio para someter a la ciudadanía reduciendo los espacios de lo posible y poniendo el máximo de instrumentos de control social a su servicio. Por eso estuvo acertado el presidente Sánchez, una de las pocas voces de la Europa acomplejada y muda que se escuchó el lunes: "Estamos viendo la tecnocasta de Silicon Valley tratando de usar su poder omnímodo sobre las redes sociales para controlar el debate público y, por tanto, la acción gubernamental [...] y debemos rebelarnos". Son pocos y muy poderosos –a menudo enfrentados entre sí por el control del mundo–, pero convencidos de que la democracia y las libertades desafían su poder e impunidad. Y de hecho el error de algunos de ellos –Elon Musk por delante de todos– es la pulsión exhibicionista que los ha llevado a ser parte visible del corazón de acompañamiento del presidente. Se les nota tanto que se creen omnipotentes que se han puesto en la primera línea de tiro. Quizás sea su vanidad incontrolada, la esperanza: que el choque entre grandes pequeños hombres acabe barriendo el delirio.

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