Euskadi, el país que ha pasado página
La herencia de violencia del conflicto vasco ha desaparecido de las calles y también de la conversación pública
San Sebastián“Yo estoy convencida de que las personas cambiamos y que todos merecemos una segunda oportunidad, y que esas personas que hicieron tanto daño y están en la tesitura de reconocer lo que hicieron se la merecen y yo quiero darsela. Si alguien no lo entiende, me parece correcto y respetable. No me considero mejor ni peor que nadie, pero que me dejen”. Maixabel Lasa (Legorreta, 1951) es uno de los rostros que mejor personifica los esfuerzos de la sociedad vasca por pasar página de la época de la violencia y apostar por la reconciliación y la convivencia.
Su marido, Juan María Jáuregui, ex gobernador civil de Guipúzcoa, fue asesinado por ETA el 29 de julio del año 2000. Años después, ella, como directora de la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo del gobierno vasco, sería la pionera en lo que se llamó “encuentros restaurativos” entre víctimas y victimarios. Ella misma se sentó frente a frente con dos de los etarras que participaron en el atentado que acabó con la vida de su marido, Ibon Etxezarreta y Luis Carrasco, una historia que Iciar Bollaín llevó a la gran pantalla en el 2021 con el título de Maixabel protagonizada, entre otros, por Blanca Portillo y Luis Tosar.
Impacto de la película
Sentada en una mesa de la Sociedad Gastronómica Bilkoin de Legorreta, en Guipúzcoa, Maixabel, que es como todo el mundo la conoce, explica al ARA que su vida también ha cambiado a raíz del estreno de la película. “Os voy a contar una anécdota. Unos días más tarde del estreno me llamó un primo de mi marido. Y me dijo: «Maixabel, he visto la película y estoy de una mala hostia...» «¿Pero por qué?», le dije yo. «Pues porque me di cuenta de que no he estado a la altura de las circunstancias». De estas personas ha habido muchas”, relata. La suya es una historia de sufrimiento y tenacidad a partes iguales. Transmite una gran fuerza interior que la diferencia de otras muchas víctimas, hasta el punto de que ahora se puede considerar amiga de los que mataron al hombre que amaba. “Ibon y Luis no ponen ninguna pero, no justifican lo que hicieron. Admiten que nunca debería haber pasado”, remacha.
A una hora y pico de Legorreta, el sociólogo Javier Elzo (Beasain, 1942) nos recibe en su piso de san Sebastián con unas vistas espectaculares a la playa de La Zurriola, con el Kursaal en primer término. A pesar de los problemas de movilidad a causa de la edad, todavía sigue al día y lo encontramos preparando la presentación de un libro. "Ya no tengo la agilidad mental de antes", admite. Pero él es una de las personas que más ha reflexionado sobre un concepto que sobrevuela ese Euskadi aparentemente amnésico: el olvido. “Yo ya escribí que pensaba que ETA desaparecería por dilución, porque la gente estaba harta”, comenta. Elzo compara lo que ocurre en Euskadi con lo que experimentó Francia después de la ocupación nazi, cuando mucha gente se convirtió, por acción u omisión, en cómplice: “Tenemos un olvido querido. No es que de repente ya no recuerdo nada, hay un olvido de una cosa que no me gusta, y si además estuvieron metidos un tío o mi padre, pues estuvo muy mal, y ahora no nos pondremos a removerlo. No queremos líos. La sociedad vasca en el fondo es bastante conservadora”, sentencia.
Pero para Maixabel este “olvido”, aunque comprensible, no deja de ser peligroso. “Creo que es un trabajo que debemos hacer los que lo vivimos, para que no vuelva a pasar, porque fue muy duro. Es muy importante que los chavales al menos conozcan lo que ocurrió. Y lo hagan de forma sincera, sin eufemismos”, afirma convencida. A raíz de la película, Maixabel y alguno de los exetarras participan en actos con alumnos, en Euskadi y otros lugares. "Fuimos a un acto en Zaragoza y era impresionante cómo los chavales estaban pendientes y hacían preguntas", explica.
Sobre la posibilidad de que Bildu sea la primera fuerza este domingo, Maixabel no hace aspavientos: “Puedo estar en sus antípodas ideológicas, pero están haciendo lo que siempre les pedimos que hicieran. Que defendieran sus ideas a través de la política y las instituciones. Y todos tenemos derecho a rectificar”, insiste. Precisamente, antes de entrar en la sociedad gastronómica, hemos visto en la puerta un cartel que anuncia un acto de EH Bildu. En el municipio, de hecho, la izquierda aberzale gobierna con una mayoría absoluta de cinco concejales. Los otros cuatro son del PNV.
La calle Juan de Bilbao de San Sebastián, en el corazón de la parte vieja, fue el centro de muchas batallas entre policía y manifestantes, la llamada kale borroka, en los años 80, 90 y 2000. Hoy en día mantiene todavía señales de aquella época, pero la tensión es muy diferente. El periodista Martxelo Otamendi (Tolosa, 1957) cita al ARA en el restaurante de un conocido y nos explica que pronto se estrenará una película, curiosamente protagonizada también por Luis Tosar, sobre el caso de la policía nacional que se infiltró en el comando Donosti de ETA a finales de los 90. “Entró a trabajar en el bar de aquí enfrente”, dice señalando un local llamado Herria, “y poco a poco fue escalando posiciones dentro de ETA”, añade. Es la muestra de que las calles de Euskadi están llenas de estas historias de violencia, amores, traiciones y engaños que servirían para un buen puñado de series. Sin embargo, hoy todo parece un recuerdo lejano en un San Sebastián que, sin la losa de la violencia, emerge como una ciudad de ensueño, como el escaparate ideal de este Euskadi que ha pasado página.
Las torturas
Sin embargo, Otamendi también tiene una de esas historias. Fue detenido en 2003 en el marco del cierre del diario Euskaldunon Egunkaria, el único en euskera en ese momento, en aplicación de la famosa tesis de “todo es ETA”. Durante cinco días fue torturado por la Guardia Civil, que quería extraerle información sobre entrevistas que había hecho de personas del entorno de ETA. Otamendi fue absuelto, pero denunció las torturas y, como era habitual en esa época, la justicia española archivó el caso. La victoria, al menos moral, llegaría una década más tarde, cuando el TEDH condenaría a España por no haber investigado las torturas. Otamendi comparte el diagnóstico que ETA ha desaparecido del mapa de forma muy rápida: “La gente ha pasado página bastante rápido. Es así porque quienes lo sufrieron no tienen ganas de revivirlo, tanto las víctimas de ETA como las del Estado”, confiesa con una cerveza delante. El hasta hace poco director de Berria (ya se ha jubilado) describe de forma muy gráfica el cambio de situación: “Ya no hay gente que debe mirar debajo del coche por si hay una bomba ni detrás de ella por si le sigue la policía”.
A Otamendi, sin embargo, le duele la doble vara de medir que cree que se utiliza con la izquierda aberzale, ya que considera que no se exige con la misma contundencia al Estado o a los partidos que gobernaron que pidan perdón por los atentados de los GAL o los miles de torturados. Precisamente, la herida de la tortura es una de las más dolorosas que vive Euskadi. El forense Paco Etxebarria identificó al menos 5.000 casos en Euskadi. Sin embargo, se calcula que la cifra real es mucho mayor, tal y como se puede comprobar en el documental Carpetas azules, disponible en Filmin.
El ex director de Berria, sin embargo, hace autocrítica de aquella etapa. “Reconozco que defendí más a las víctimas del Estado que las de ETA, porque aquél era un contexto de trinchera. Visto con perspectiva, deberíamos haberlo equilibrado”, afirma. “También faltó humanismo. Yo conocía a Juan Mari Jáuregui y podría haber llamado a la Maixabel. Y no lo hice. O a los compañeros del Diario Vasco cuando mataron a Santiago Oleaga, el director financiero. Hubiera sido una llamada humana que no hubiera cambiado mi posición”, admite.
“La película está haciendo un trabajo muy interesante en ese aspecto. Porque interpela al espectador. ¿Qué hacía yo cuando sucedían estas cosas?”, explica Maixabel.
Una vez que la herencia violenta del conflicto vasco ha desaparecido de las calles y las sobremesas, la sociedad se debate entre un olvido selectivo y la necesaria memoria de lo ocurrido. En medio, todavía hay unos 150 presos (de los más de 800 que llegó a haber) que, después de haber sido acercados a los centros vascos, esperan poder ir saliendo poco a poco. Será la última página de un libro que los vascos tienen prisa por cerrar. “Aquí, en el edificio de al lado, vivía Ernest Lluch. A veces íbamos juntos a algún concierto”, rememora Elzo antes de despedirnos.