La falta de lluvia de este verano ha dejado bastante tocada la salud de los bosques en buena parte del país. Copas de árboles marrones, secas, o algunas que han perdido directamente las hojas en pleno verano son las señales de alarma por el estrés que atraviesan los robles, encinas, alcornoques o pinos de comarcas como l'Empordà, el Berguedà, el Bages, Osona, el Gironès, la Selva o el Vallès Oriental. Las primeras estimaciones de septiembre ya constatan que el verano del 2021 ha sido el más complicado de los últimos años en los bosques, lejos de las lluvias abundantes del 2020. A las puertas de un inicio de otoño que llegará con lluvias esta semana, el decaimiento que afecta a muchos bosques desde mediados de agosto no será reversible pero el agua, apuntan los investigadores, puede ayudar en parte a que se recuperen después de este periodo seco demasiado largo.
Para encontrar una situación tan grave hay que retroceder hasta el 2016, cuando se detectaron 30.000 hectáreas afectadas por decaimiento forestal (decoloración, defoliación o, directamente, árboles muertos), según apuntan los datos de observación y seguimiento que hacen conjuntamente el Centre d'Investigació Ecològica i Aplicacions Forestals (CREAF) y los Agents Rurals desde hace una década. “Creemos que esta campaña no llegaremos a tanto, pero la situación es grave en muchas comarcas”, dice la investigadora del CREAF Mireia Banqué, que estos días recoge la información que han recopilado los agentes rurales sobre el terreno.
Los bosques catalanes, como buenos bosques mediterráneos, están acostumbrados a pasar sed en verano, pero los investigadores temen los efectos que pueda tener la reiteración de estos episodios de falta de lluvia a largo plazo. “El patrón está cambiando y parece que cada vez nos encontraremos con más, debido a los efectos de la crisis climática”, admite Banqué, que recuerda la imagen de bosques decaídos del 2016 y apunta que cuatro años antes, en 2012, fue aun peor, con 40.000 hectáreas afectadas.
En el caso de robles o encinas, por ejemplo, la capacidad de recuperarse y sacar hojas de nuevo si las condiciones climáticas mejoran –si este otoño llueve, por ejemplo– es real, pero la gran incógnita es cuáles serán los efectos de una mayor recurrencia de sequías severas sobre estas especies. “Cuando los árboles tienen que sacar hoja nueva, tienen que movilizar las reservas de agua que tienen en las raíces y el tronco, y esto quizás lo pueden hacer un año, pero, ¿qué pasa si no tienen suficiente margen de recuperación?”, se pregunta la experta del CREAF.
Ante la falta de agua disponible, las especies reaccionan de maneras diferentes: si alcornoques y robles optan por perder las hojas y sacar nuevas a menudo desde el tronco del árbol y en nuevas ramas, las coníferas como pinos y abetos optan por aguantar al máximo la situación crítica y, cuando no pueden más, a menudo acaban muriendo. Banqué apunta que la profundidad del suelo del bosque es un factor determinante para la vulnerabilidad: cuanto menos profundo, menos capacitado para hacer de esponja y almacenar agua. El estrés hídrico deja al bosque debilitado y más vulnerable ante posibles plagas: “Como pasa en nuestro organismo, cuanto menos defensas tenemos, más probabilidades hay de enfermar”.
El trabajo de campo del CREAF y los agentes rurales, para recopilar información y hacer seguimiento del estado de los bosques a través del programa DEBOSCAT, se completa también con las aportaciones ciudadanas. La aplicación Alerta Forestal, un proyecto de ciencia ciudadana, permite a todo el mundo compartir fotografías y avisar sobre afectaciones en los bosques fruto de la sequía u otras amenazas como plagas o acontecimientos meteorológicos.
Meses de sequía acumulada
Este verano ha sido cálido y seco en buena parte de Catalunya y, de hecho, solo en las Terres de l'Ebre ha llovido más de lo que tocaría, con acumulaciones puntuales de más de 200 l/m² en el trimestre estival. Pero el déficit pluviométrico ya viene de tiempo atrás: si damos un vistazo a los últimos doce meses, veremos que en Vilafranca y en Girona el año pluviométrico 2020-2021 –de septiembre a septiembre– ha sido el más seco desde el inicio de la serie en 1950 y que en los 108 años de historia del Observatori Fabra de Barcelona nunca antes se había recogido tan poca agua.
Estos ejemplos son extremos, pero la situación de sequía es generalizada en nuestro país, y en comarcas como por ejemplo el Maresme, el Barcelonès, la Selva, el Gironès y l'Empordà la situación es especialmente crítica. En el último año solo se han acumulado más de 1.000 mm en estaciones meteorológicas de alta montaña y han caído menos de 300 en bastantes lugares del Pla de Lleida y también en localidades como por ejemplo El Masnou –solo 250 l/m² en doce meses– o Badalona, donde estos registros semiáridos son mucho menos frecuentes.
Afortunadamente, los chubascos y las tormentas de los últimos días están aligerando el déficit de agua en algunos sectores del país, y todo apunta a que esta semana los chubascos volverán a afectar las comarcas del este, las más sedientas. En Berga se han recogido 230 l/m² desde el inicio de mes, y este ya es el septiembre más lluvioso de toda la serie de 66 años. Y, evidentemente, también en Alcanar y en Sant Carles de la Ràpita suman más de 200 mm en este mes de septiembre. El problema, sin embargo, es que cayeron en solo una mañana.