"Durante la adolescencia estamos haciendo teatro"
Teo Pardo da consejos prácticos para combatir al machismo en las aulas de secundaria
"La clase está dividida: hay una parte muy concienciada sobre la violencia machista y una parte que no ha entendido ni lo básico". Esta frase es de un profesor de secundaria del Vallès y responde a una realidad que existe en muchas aulas catalanas y que preocupa cada vez a más docentes. Hay leyes que obligan a trabajar la educación sexual y afectiva en las clases, pero llevarlo a la práctica en el contexto actual no es tarea fácil y el profesor tiene dudas. “¿Por dónde empiezo? Soy profesora de matemáticas, ¡nadie me ha preparado para hablar de estos temas!”; “¿Cómo gestiono a los chicos que se ponen a la defensiva?”; “Si hablo de feminismo, ¿provocaré el efecto contrario y será aún peor?”; “Quiero hacerlo, ¡pero no tengo tiempo!”.
Para poner luz sobre la cuestión, hablamos con una de las voces más autorizadas en la materia: Teo Pardo, activista trans y feminista, ahora profesor de biología de un instituto de Barcelona y durante más de quince años coordinador de talleres de educación sexual con adolescentes. Septiembre, dice, es un buen momento para empezar a aplicar cambios.
Nada más entrar en la pequeña (y fresca) sala de reuniones del Centro LGTBI de Barcelona, donde está a punto de empezar la entrevista, le pido que sea lo más práctico posible. Me promete que existen consejos concretos. Ante todo, dice que hay que entender una idea básica. Durante la adolescencia “estamos haciendo teatro”, es el momento en el que empezamos a poner en práctica todas las normas sociales que hemos aprendido durante la infancia. Y uno de los teatros más evidentes que se observan en las aulas es el de “la dinámica de grupo de la masculinidad”, aquella que da puntos (premia con poder) a los chicos que hacen bromas y alzan la voz, los que se hacen los fuertes, los que fingen ser mucho más superficiales de lo que realmente son… “Normalmente, son pocos los alumnos de la clase que participan en esta dinámica –quizás dos, tres, cuatro…–, pero el resto les siguen por supervivencia”, explica el profesor.
El resultado de esta lógica son aulas donde el grupo premia unos comportamientos muy concretos y margina a aquellos que no encajan. “Debemos entender que esto no es una cuestión individual: por mucho que regañemos a un chico y que éste pueda incluso empatizar y entenderlo, la dinámica de grupo es más fuerte”, asegura Pardo, que insiste en que muchos alumnos son "más profundos y sensibles de lo que aparentan".
Cinco consejos prácticos
Ahora sí, llegan los consejos prácticos. Lo primero es poner nombre a las actitudes que provocan estas dinámicas. Es decir, detectarlas en clase y describirlas, "no simular que no existen". Dice Pardo que las ocasiones para hacerlo son múltiples: cuando oímos comentarios homófobos, cuando hacen un pulso en medio de la clase, cuando aparece un pene dibujado en la pizarra, cuando se ríen de un 69 a la hora de matemáticas, cuando nos llega que se están produciendo juegos machistas como “listas de los mejores culos de la clase”...
Todo ello –y esto es primordial– “sin aleccionar a nadie”. "Siempre que podamos, debemos evitar decir «Esto no puede pasar» y basta. Se trata de describir lo que está sucediendo y dar espacio para hablar de ello y plantear que hay otras formas de relacionarse. Una opción sería preguntar : «¿Cómo le está haciendo sentir esta actitud a los que está participando? ¿Y a los que no?», «¿Qué pasa cuando protagonizamos estas dinámicas: escalamos posiciones en la jerarquía del grupo?», «Si el comentario te lo hace un amigo , ¿cómo te hace sentir? ¿Qué esperamos de una amistad?»
El segundo consejo de Teo Pardo es poner límites muy claros a estas actitudes para convertir la clase en “un espacio de cero impunidad” desde el principio. Cuando detectamos una debemos detenerla. Podemos argumentar que no queremos contribuir a “establecer una jerarquía en clase” o que hay gente a la que resultan muy molestas estas actitudes. Eso sí, "debemos ser supercontundentes con las actitudes, pero al mismo tiempo superacogedores con las personas, porque estas dinámicas las han aprendido del mundo adulto y debemos poder darles la oportunidad de aprender", resalta.
El tercer consejo vale para todas las edades: “Debemos dejar clara la diferencia entre intencionalidad y efecto, es decir, que tú hagas las cosas sin mala intención no significa que no generen malestar; por tanto, cuando actúas no debes pensar con qué intención las haces, sino en qué efecto tendrán”.
La entrevista avanza y Pardo sigue sin pronunciar palabras como feminismo, machismo o violencia. Es consciente de ello y, de hecho, éste es el cuarto consejo. “Debemos ser estratégicos a la hora de utilizar ciertas palabras muy marcadas”, al menos al principio. En su experiencia, hay adolescentes que son "muy resistentes" a escucharlas. Sin embargo, esto no tiene por qué ser un problema. “No es necesario que aparezca la palabra violencia para poder trabajar la violencia, así como no es necesario que aparezcan las palabras machismo o feminismo para trabajar qué es el machismo y qué es el feminismo”.
Se puede decir que cierta actitud “ha generado un malestar” y sobre todo, al principio, es mejor abordar situaciones concretas: el pulso entre dos chicos, esos gritos cavernícolas… Los conceptos teóricos ya vendrán. “Tú sabes que estás trabajando la dinámica de masculinidad, pero al principio no hace falta que se lo digas; pasados unos días, se lo puedes comentar: «¿Recordáis lo que hablamos? ¿Y lo otro? ¿Y lo otro? ¿Pensáis que está relacionado? ¿De qué forma?»”, recomienda el profesor y también educador sexual.
Más deberes a los profesores hombres
El quinto consejo tiene que ver con la noción de autoridad y el potencial que tiene el profesorado de convertirse en una influencia en el alumnado. La apuesta de Teo Pardo es que el profesorado repense cómo consigue tener autoridad en el aula y abrace, siempre que pueda y “sin cargarse de culpa” porque todos “tenemos que sobrevivir en el aula”, un modelo de autoridad basado en la escucha, los límites y la vulnerabilidad. "Se puede no dejar pasar ni una sin necesidad de gritar", reivindica. Por ejemplo, si un grupito hace alboroto en el fondo de la clase “les puedes decir que prefieres que no lo hagan porque, si lo hacen, tú sientes que no lo estás haciendo bien y eso te hace sentir inseguro”. "¿Y si no hacen caso y un día pierdes los nervios?", pregunto. "Es inevitable, a mí también me pasa, entonces pido perdón". “¿Y si siguen molestando?”, insisto. "Si ya lo has parado tres veces y no te hacen caso, yo pido a la persona que salga del aula y podemos hablar de ello con la familia", responde.
Sobre este punto, Pardo cree que los profesores tienen más trabajo que hacer que las profesoras: “Algunos han aprendido a relacionarse entre ellos y con el alumnado desde la complicidad machista –«Qué, vas ¿atar mucho este fin de semana?», «¿Cuántas cervezas se hicieron?»–, y esto es problemático porque, si bien lo hacen para generar un vínculo necesario para la transformación educativa, al mismo tiempo están alimentando dinámicas de masculinidad hegemónica que la alumnado reproducirá”.
El máster, una "oportunidad perdida"
Todos estos consejos son, como reconoce el propio profesor, "muy fáciles de decir pero muy difíciles de aplicar". Sin embargo, lo serían menos si el máster de profesor formara a los docentes en educación afectivosexual. En este punto, Pardo es contundente: cree que es una "oportunidad perdida": "Muchos docentes tienen ganas de abordar estos temas, si no tienen herramientas es porque nadie se las ha dado", asegura.
Mientras esto no cambia, este profesor y extallerista recomienda consultar los cursos y los materiales que ofrecen entidades que llevan años trabajando estos temas con adolescentes. Casi todo está colgado en páginas de internet. Él destaca seis: la web de Sida Studi, la de la cooperativa Candela, la del proyecto Mandrágoras, la de Crema, la de la cooperativa Nudo y la guía de la Agencia Catalana de la Juventud sobre sexualidad con perspectiva interseccional.
“Hay dinámicas muy bien explicadas que se pueden hacer en el tiempo justo de una tutoría. Van muy bien cuando no podemos abordar situaciones problemáticas en el momento o cuando no sabemos cómo hacerlo porque nos falta seguridad o tenemos miedo de que se nos descontrole el grupo. Después de clase, podemos navegar por estas webs y con mucha probabilidad encontraremos una dinámica que nos encaje”, expone Pardo. En la siguiente clase o en una tutoría, podemos llevar a cabo la dinámica escogida.
Sólo queda una pregunta en la libreta: ¿y si el instituto no rema a favor de estos temas? "Mi recomendación es que te ayudes con profesores afines y lo hagan lo mejor que podáis", afirma Pardo, que aconseja empezar por un gesto sencillo, como dedicar dos tutorías al año. "Una sobre la autoestima y otra sobre redes, por ejemplo", sugiere. La sexualidad también es un tema privilegiado porque "les gusta mucho" y "permite abordar temas como la diversidad corporal, la diversidad sexual o la neurodiversidad". En su experiencia, los alumnos agradecen mucho estas sesiones: "Los adolescentes tienen pasión y ganas de cambiar las cosas". De hecho, esta actitud entusiasta es, según el profesor, "lo que empuja a muchos profesionales a seguir en las aulas pese a la precariedad".