Dilara Ekmen: "Ucrania demuestra que la Unión Europea tiene capacidad de acogida"

Dilara Ekem.

Los casi tres millones de ucranianos que han cruzado la frontera buscando refugio en la Unión Europea están teniendo un trato diferenciado respecto al resto de solicitantes de asilo, gracias a la aplicación de una directiva europea que hacía veinte años que esperaba en los cajones y que nunca se desplegó, ni siquiera con la llegada de un millón de sirios en 2015 huyendo de una guerra que, por cierto, todavía dura. Dilara Ekmen, responsable de incidencia social y política de la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado, habla de este cambio de paradigma en la protección de personas con el derecho de ser protegidas.

¿Les ha sorprendido esta extraordinaria respuesta de la Unión Europea, que ha desenterrado la directiva de protección temporal?

— Nos ha sorprendido toda la rapidez, pero realmente es la respuesta que corresponde, del mismo modo que era necesaria en otras situaciones parecidas. La Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado ya pidió en 2015 que se aplicara la directiva en la mal llamada crisis siria, que en realidad fue una crisis de la gestión de los refugiados. Esta es la respuesta adecuada y correcta: abrir fronteras y acelerar los trámites burocráticos. Pero tenemos que decir que hay flujos de personas que merecen la misma protección internacional. Esta crisis muestra el lado más solidario y garantista con los derechos humanos a la vez que se permite que en la frontera sur se vulneren los derechos con las devoluciones en caliente, con los menores no acompañados o el trato y la violencia institucional hacia los que huyen de conflictos como Mali o Burkina Faso. Y tampoco podemos olvidar que en la frontera de Polonia hay otros refugiados que mueren congelados y están en condiciones infrahumanas.

¿La respuesta es el ejemplo de que hay capacidad de acogida?

— Sí, es el ejemplo de que cuando se reacciona de manera solidaria, rápida y cohesionada se pueden hacer bien las cosas, se pueden atender bien a las personas que han puesto en peligro su vida y evitarles que después se vean obligadas a malvivir en campos como el de Lesbos, que se ha convertido en una isla prisión. Estamos recibiendo el mensaje de que con voluntad política se pueden eliminar los discursos que durante años han repetido que no tenemos capacidad de acogida, que sufríamos una invasión. Eran discursos falsos porque en veinte días hemos recibido a tres millones de personas, mientras que en todo 2015 fueron un millón. Pero se creó un discurso discriminador, que pretendía crear un clima social y político que avalara la externalización de las fronteras.

Realmente ha cambiado el lenguaje, porque ya no se habla de crisis migratoria, ni de invasión...

— El relato es importante porque, a través del relato, se condicionó la opinión pública, se azuzó la extrema derecha y los líderes europeos hicieron suyo este lenguaje, que finalmente resultó idóneo para implementar los acuerdos de blindar las fronteras europeas y externalizar la defensa en Libia o Turquía, sin cuestionarse nada.

¿Cree que tras este cambio hay racismo, o bien la UE actúa finalmente como premio Nobel de la paz?

— Lo que demuestra es una doble vara de medir a las personas, que condiciona la ayuda según si se trata de personas próximas o no. El ministerio está resolviendo en 24 horas las solicitudes de los ucranianos, que dista mucho de los dos años que tienen que esperar el resto de solicitantes. Y estos dos años es un tiempo que los deja en la incertidumbre absoluta, sufriendo por su proyecto de vida y que, en muchos casos, todavía están pendientes de una respuesta cuando acaban el itinerario que se les pide. Está claro que tenemos que huir de las políticas reactivas y apostar por fortalecer las políticas públicas. Tenemos que dar respuesta a la cotidianidad del asilo porque cada día hay miles de personas que solicitan el acompañamiento, y por eso tenemos que ser más flexibles para poder reaccionar deprisa, porque hoy respondemos a Ucrania y no sabemos a quiénes atenderemos mañana.

El viernes el gobierno español abre un centro de primera acogida para los trámites.

— Sí, pero nadie del sector sabe qué pasará después de esta primera acogida. No se nos ha explicado oficialmente cuál será el circuito a partir de aquí, si será la Cruz Roja u otras entidades las que gestionamos el asilo. Estamos recibiendo muchas llamadas de ucranianos residentes que acogen o esperan familiares y no los podemos informar demasiado, solo derivarlos a la Cruz Roja.

¿Cuántas personas solicitan protección internacional? ¿Teméis que haya retrasos en sus expedientes?

— El covid ha tenido un fuerte impacto en las personas que buscan esta protección porque se ha pasado de 118.264 solicitudes en 2019 a 88.762 en 2020 y 65.404 del año pasado por el cierre de fronteras y restricciones de movimientos. España es uno de los países con el número más bajo en la concesión de asilo, solo un 5% frente al 33% de la media europea. Aproximadamente el 60% de los demandantes se quedan en la irregularidad una vez se les ha denegado y el 45% restante consiguen solo la residencia por razones humanitarias, sobre todo en el caso de venezolanos. Pero creemos que no afectará porque son dos circuitos diferentes, con personal diferente.

¿Qué diría a las personas que, con su vehículo, llevan material a Ucrania y regresan con personas?

— Las muestras de solidaridad son buenas, pero tenemos que pensar que las redes y las entidades que trabajan sobre el terreno son la garantía porque hay muchos peligros que la ciudadanía no tiene en cuenta, como por ejemplo las redes de tráfico de mujeres y criaturas. La Europol alertaba en 2016 de 10.000 menores a quienes se les había perdido la pista. No sabemos cuántas mujeres pueden acabar en burdeles. La gente que quiera colaborar solidariamente tiene que tener en cuenta que será un proceso muy largo, porque Ucrania no es una crisis puntual, sino que habrá que mantener la ayuda, el acompañamiento de los refugiados para su proceso de autonomía. No queremos que nos pase como muchas veces, que hay un boom de solidaridad cuando hay el foco encima y después desaparece. Tenemos que reservar los esfuerzos solidarios para que se mantengan en el tiempo.

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