Coronavirus

Y tú, ¿te sientes desconectado de la pandemia?

Dos años después, crece la necesidad de recuperar el ritmo precovid a pesar de las secuelas emocionales

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Una chica con mascarilla  al exterior en una imagen de archivo

BarcelonaHay personas que continúan encadenadas a las experiencias de la etapa más dura y dramática de la pandemia y viven con indignación que el resto de la población recupere cierta normalidad en su vida social. Otros se sienten desconectadas de indicadores y noticias sobre el virus e intentan recuperar el ritmo de vida precovid, casi como si ya no existiera. En un punto intermedio hay la gente que, a pesar de tener muy presente que la amenaza no ha llegado a su fin, rechazan que sea la única protagonista de sus vidas y hacen equilibrios para reiniciarse socialmente. También están los que se sienten alienados, que tienen ganas de recuperar la normalidad, pero se han habituado a interaccionar menos y son más selectivos con los planes o las relaciones sociales, y los que de momento son incapaces de gestionar el golpe emocional de la pandemia.

Hace dos años que el coronavirus se esparce sin control en todo el mundo, pero afortunadamente los confinamientos domiciliarios y las restricciones más duras van quedando cada vez más lejos, como una pesadilla que nadie quiere revivir. La crisis sanitaria se ha traducido en un aumento de los estados depresivos, sobre todo en jóvenes y adolescentes, en una agravación de los trastornos de salud mental y las fobias de aquellos que viven las relaciones con miedo o amenaza. Además, de forma prolongada, el ocio y el placer se redujeron a la mínima expresión y muchas personas se han tenido que enfrentar a la pérdida de proyectos vitales y a la renuncia obligada de planes de forma repentina.

La presidenta de la sección de psicología de emergencias del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya (COPC), Anna Romeu, identifica al menos tres fases para entender el impacto emocional del virus. En la primera etapa, que se alargó todo el 2020, mandaban sobre todo emociones como el miedo y el desconcierto. “Era una situación completamente nueva para todo el mundo y nos bombardeaban con mensajes catastróficos. Vimos muchas pérdidas humanas y de proyectos vitales, pero era el momento de ir todos a una”, recuerda. 

Con la llegada de la vacuna, se comienza una segunda etapa: la fase de cansancio. “Después de la gran tensión, llegó el hartazgo y el reclamo por recuperar la normalidad”, plantea Romeu. La gente está más cansada y se empiezan a ver conductas sociales de más riesgo, como los botellones ante el toque de queda o el cierre de discotecas. A la vez, empieza a tomar forma la tercera fase –todavía vigente– y, mientras algunos hacen ver que el virus no existe, otros acaban conviviendo con pensamientos obsesivos. “Incluso hay personas que hacen rutinas con los test y se hacen tres pruebas diarias”, dice Romeu.

Después de una situación tan larga, nos acabamos habituando a hechos excepcionales y sorpresivos que, con el tiempo, dejan de ser tan insólitos. “En general, no hacemos vida normal como tal, pero tampoco estamos tan vigilantes como antes”, plantea el jefe de psicología del Sistema de Emergències Mèdiques (SEM), Andrés Cuartero. A su parecer es lógico, puesto que no se puede vivir en una lucha constante: “Nuestro cerebro nos lo pide”.  

Más sensibles que antes

No todo el mundo tiene la misma capacidad de adaptación ni puede hacerlo al mismo ritmo, de aquí que la diversidad de reacciones después de acontecimientos traumáticos como una pandemia se tenga que entender como natural y humana. La psicoterapeuta del Grupo de Trabajo Psicoanálisis y Sociedad del COPC, Marga Torra, cree que es clave conocer los propios límites y para algunas personas esto es muy difícil. “Quizás no tanto por los hábitos y las costumbres, sino por la aceptación de la propia vulnerabilidad y la de los otros, la tolerancia a la frustración y la intensidad de las renuncias que el contexto nos ha obligado a hacer”, afirma. 

El carácter influye enormemente. “Las personas que tienden a querer tenerlo todo bajo control tienen más dificultades para adaptarse a nuevas situaciones”, dice Romeu. Aquellos que han perdido a seres queridos, que arrastran un luto incompleto o aquellas que han sufrido el contagio o tienen covid persistente también tienen más riesgo de sufrir ansiedad y depresión, o verse incapaces de reincorporarse a la sociedad. Pero la pandemia no ha dejado indiferente nadie y los efectos de tener que modificar o detener la vida de forma inesperada y no querida han truncado muchos proyectos vitales, han generado sufrimiento y se han convertido en verdaderos escollos para la normalización de su día a día. “Desde un punto de vista psicológico, la pandemia es un experimento: todavía no sabemos muy bien cómo impacta en nosotros sufrir estrés de forma sostenida”, explica Cuartero.

Los psicólogos consultados plantean que la pandemia nos ha hecho vernos a nosotros mismos como seres vulnerables. Aún más ahora, apuntan, cuando no solo no se ha podido cerrar definitivamente el capítulo pandémico, sino que ya proliferan otros episodios desgraciados como la guerra en Ucrania. “Ahora somos más conscientes del sufrimiento ajeno y a menudo nos ha hecho mucho más solidarios”, plantea Romeu. En esto coincide Cuartero, que cree que este conflicto está agudizando inseguridades de supervivencia, recuperación emocional y repercusión social y económica que se arrastran debido al virus: “El foco cambia, pero ahora somos más sensibles a la desgracia ajena”.

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