Salud

La última tendencia: grupos de WhatsApp que fomentan la anorexia y la bulimia

El ARA se infiltra en algunos de estos grupos, que están fuera de cualquier tipo de control de las administraciones

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Una chica se hace un 'selfie ' con un teléfono móvil.

BarcelonaEl procedimiento para entrar en los grupos de WhatsApp es siempre el mismo. Hay que enviar un mensaje de presentación indicando el nombre, la edad, el país de residencia, cuál era tu peso inicial cuando empezaste el régimen, cuál es tu peso actual y cuál tu peso meta, el que quieres alcanzar. También hay que precisar si eres ana o mia, es decir si sufres anorexia o bulimia. En algunos grupos también es necesario enviar una foto en ropa interior o incluso un vídeo. Con todos esos datos, la persona que lo administra decide si te da acceso o no.

En un momento en el que los casos de trastornos de la conducta alimentaria se han disparado y las redes sociales están en el punto de mira por fomentar esta enfermedad mental, se han multiplicado los grupos de WhatsApp que hacen apología de la anorexia y la bulimia y que están fuera de todo control. A diferencia de las web o los antiguos blogs, la administración no puede fiscalizarlos, ni prohibirlos ni eliminarlos a pesar de que acceder a ellos es relativamente fácil. Normalmente se trata de clicar en enlaces que se difunden a través de redes sociales como Telegram, Twitter o YouTube, y esperar a que la persona que administra el grupo acepte el acceso tras el mencionado mensaje de presentación.

Durante las últimas semanas el ARA se ha unido a media docena de estos grupos de WhatsApp que fomentan la anorexia y la bulimia. Cada uno de ellos lo formaban entre 99 y 400 personas. Todas chicas, evidentemente. Algunas eran españolas, pero otras de países de América Latina. Es fácil deducirlo por los prefijos telefónicos. Sin embargo, a todas las une un mismo objetivo: perder peso aunque eso suponga recurrir a medidas extremas. Es decir, ayunar, vomitar o hacer ejercicio físico de forma compulsiva.

Utilizan los grupos de WhatsApp para apoyarse entre ellas en esa meta, intercambiar consejos, compartir fotos y vídeos de jóvenes esqueléticas a las que se quieren semejar, o plantear retos surrealistas. “El miércoles empiezo un ayuno de tres días. ¿Alguien más quiere apuntarse?”, preguntaba días atrás Celina, con prefijo telefónico de Argentina, en un grupo llamado Warriors (guerreras). Hasta tres jóvenes se sumaron al desafío.  

“He comido pollo, he ido al lavabo pero no he podido vomitarlo todo. ¿Qué puedo hacer?”, preguntaba esta semana una chica desde un teléfono con prefijo telefónico de España en el grupo Ayunando ando, cuyo nombre no puede ser más explícito. Una joven le contestó que hiciera ejercicio. Otra le recomendó que se comprara directamente un laxante.

Una olla de grillos

Los grupos también buscan el reconocimiento y el aplauso colectivo. “Chicas, ¡felicitadme! Bajé tres kilos. Voy a llorar, soy feliz”, escribía días atrás una tal Meri, desde México, en el grupo Stay strong (mantente fuerte). “Estoy feliz, amigas. El sábado y el domingo estaré sin padres, en casa de una amiga. Podré comer poco y contrarrestar los atracones”, decía otra joven supuestamente española, con un teléfono encabezado con el prefijo 34. “Qué bien, aprovecha ese tiempo”, le respondió una, acompañando el mensaje con un emoticono de un corazón. “Qué bueno”, añadió otra. Porque eso sí, los grupos son una auténtica olla de grillos: el intercambio de mensajes es constante, de día y de noche.

Algunos grupos incluso tienen aires de secta. “Si no te gustan las reglas de este grupo, lárgate, gorda. Compromiso total, resultados asegurados. Tu vida y tu alma son nuestras hasta que cumplas tu meta. Si no bajas de peso en una semana, te sacamos del grupo”, dice el texto de presentación de un grupo de WhatsApp cuyo acceso es sólo posible enviando una foto y un vídeo en ropa interior. Si no lo haces tras haber clicado al link para unirte, la administradora del grupo te persigue durante días con mensajes del tipo “no estás comprometida”o “esto es sólo para avanzadas”, con la finalidad de minarte la moral y acabes sucumbiendo a enviar las imágenes.

Monika Jiménez, que es integrante del grupo de investigación Communication, advertising and society de la Universitat Pompeu Fabra, considera que esto es precisamente el más peligroso en los casos de trastornos de la conducta alimentaria. Es decir, formar parte de un grupo que retroalimente estos comportamientos. De hecho, Instagram y TikTok han empezado a poner trabas para que usuarias con trastornos de la conducta alimentaria puedan conectar entre ellas dentro de la red.

Por ejemplo, si a Instagram se buscan los hashtags #proana o #promiaana es el diminutivo con el que se conoce la anorexia entre las personas con trastornos de la conducta alimentaria, y mia , el de la bulimia–, aparece un mensaje que dice: “Cuando se trata de temas delicados sobre la imagen corporal, queremos apoyar a nuestra comunidad. Hemos recopilado algunos recursos que te pueden ayudar”. Y a continuación la red social enumera una lista de consejos contra la anorexia y la bulimia.

En TikTok aparece un mensaje similar si se buscan los hashtags #mia, #anorexia, #bulimia o #Anaymia. Sin embargo, los hashtags vinculados a estos trastornos son infinitos y, si unos son bloqueados, aparecen otros nuevos. Además hay publicaciones que no hacen referencia explícita a la anorexia o la bulimia y, sin embargo, la fomentan. Es el caso del canal de YouTube o la cuenta de TikTok de la influencer Chloe Ting, que están plagados de vídeos con tablas de ejercicios físicos. Muchas chicas con trastornos de la conducta alimentaria siguen a esta influencer, según ha podido comprobar el ARA en los grupos de WhatsApp en los que se ha infiltrado. Y lo peor es que el algoritmo de las redes sociales les recomiendan entonces otros contenidos similares. Entran en una burbuja de la que es difícil salir.

Una chica, en la unidad de trastornos de la conducta alimentaria en el Hospital de Bellvitge.

“Los algoritmos están mostrando a niños y adolescentes imágenes y vídeos que fomentan las dietas restrictivas y la pérdida extrema de peso”, denuncia por teléfono desde Massachusetts David Monahan, director de campaña de Fairplay for Kids, una organización estadounidense que defiende a los menores frente a los intereses de las empresas tecnológicas. Esta asociación publicó en abril el informe Diseñado para el desorden, en el que acusa a la empresa matriz de Instagram, Meta, de lucrarse mostrando contenidos que fomentan los trastornos de la conducta alimentaria.

Según Monahan, en la actualidad el Congreso estadounidense está debatiendo una ley federal sobre seguridad online que tiene como objetivo que las redes sociales no utilicen los datos personales de sus usuarios más jóvenes para recomendarles nuevos contenidos. “Si se aprobara, tendría un gran impacto en Estados Unidos pero también en el resto del mundo”, opina.

Una normativa en Catalunya

De hecho, en Catalunya ya se hizo un intento en 2019 para eliminar la apología de la anorexia y la bulimia en internet. Se aprobó un decreto ley que sanciona este tipo de contenidos. Desde entonces, la Agencia Catalana de Consumo ha realizado 128 inspecciones sobre este tema, ha eliminado 54 contenidos ilícitos, ha abierto 25 expedientes sancionadores y ha impuesto 17 multas. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. El director de la Agencia Catalana de Consumo, Albert Melià, reconoce que muchos de esos contenidos son de empresas con sede en el extranjero y contra las cuales es difícil actuar con una normativa de ámbito catalán. La mayoría de las multas impuestas, de unos 80.000 euros, no se han podido cobrar, añade.

“Es bastante inviable bloquear contenidos”, opina la informática Ana Freire, que es investigadora y docente de la Barcelona School Management de la Universitat Pompeu Fabra. “Las redes sociales tienden a conectarnos con gente con la que tenemos cosas en común con el objetivo de que nos enganchemos más a la red, porque cuanto más tiempo estemos consultándola, más probabilidad hay que veamos o cliquemos en un anuncio”, sigue explicando.

Freire participa desde 2017 en el proyecto Stop, que tiene como objetivo prevenir el suicidio. Junto con psicólogos y psiquiatras, analizó decenas de perfiles de Twitter para identificar posibles usuarias que sufrieran un trastorno de la conducta alimentaria. Y una vez las tuvieron localizadas, pagaron una campaña publicitaria para que les mostraran anuncios sobre el teléfono de la esperanza y el de prevención del suicidio. Es decir, intentaron contrarrestar los contenidos recomendados por el algoritmo con otros que realmente les sirviera de ayuda.

Formar a los jóvenes

Davinia Hernández-Leo, que es investigadora principal del equipo de recerca de la UPF, apuesta por otra metodología. “No podemos prohibir el uso de las redes sociales a los jóvenes. La alternativa es que hagan un uso crítico”, afirma. Hernández-Leo participa en el proyecto Coratge, que enseña a los jóvenes a identificar algoritmos o contenidos manipulados utilizando una red social similar a Instagram creada con ese objetivo.

“Es importante que los jóvenes tengan variedad de estímulos y variedad de capacidad de ocio”, declara por su parte la psicóloga experta en comportamientos digitales Aurora Gómez. “Tal vez tienes que llevar a tu hija a una playa nudista para que vea cuál es la realidad de los cuerpos normales”, añade. Es decir, para que compruebe que el mundo real no tiene nada que ver con el de las pantallas.

 

 

 

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